Título original: Road House
Origen: EE.UU.
Dirección: Doug Liman
Guión: Anthony Bagarozzi, Chuck Mondry
Intérpretes: Jake Gyllenhaal, Daniela Melchior, Conor McGregor, Billy Magnussen, Jessica Williams, B.K. Cannon, Joaquim de Almeida, Post Malone, Lukas Cage, Dominique Columbus, Arturo Castro, JD Pardo, Beau Knapp, Hannah Love Lanier, Kevin Carrol, Bob Menery, Travis Van Winkle
Fotografía: Henry Braham
Montaje: Doc Crotzer
Música: Christophe Beck
Duración: 121 minutos
Año: 2024
Plataforma: Prime Video
4 puntos
UN HÉROE TRISTÓN
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
La producción de la remake de El duro estuvo repleta de contratiempos: desde un largo tiempo de desarrollo (más de una década), pasando por acusaciones de maltrato al productor Joel Silver, hasta el repudio del director Doug Liman, quien manifestó que él quería un lanzamiento en cines y no directo a la plataforma Prime Video. Pero el problema principal que afronta la película y no puede superar es cómo actualizar el film original, que no deja de ser un producto de su época, floja incluso para el momento de su estreno y que adquirió un culto excesivo con el paso del tiempo.
Es que el film de 1989 protagonizado por Patrick Swayze era una grasada absoluta, un relato con varios conflictos muy antojadizos y hasta arbitrarios, con un machismo tan explícito que ni siquiera daba para tomárselo en serio y apenas un puñado de secuencias de acción desbordadas desde lo hiperbólico. Esta nueva versión de El duro parece ser consciente de ello, quiere ser más creíble, pero también complacer a los nostálgicos, y eso lleva a que sea un híbrido entre canchero y culposo. Eso ya se nota desde el comienzo mismo, con la presentación de Dalton (Jake Gyllenhaal), un ex luchador de la UFC, al que se lo nota totalmente en la lona, hasta que, a regañadientes, acepta trabajar en un bar de los Cayos de Florida. Su labor es poner orden en un lugar donde las peleas son una constante, pero pronto Dalton terminará enfrentado con un poderoso criminal (Billy Magnussen) que tiene interés en que el bar desaparezca.
De por sí no está mal hacer foco en un protagonista que debe emerger de su peor estado psicológico posible y buscar redención en circunstancias inesperadas. Tampoco en retratar a ese mismo protagonista como un outsider dentro de una comunidad que no lo termina de entender, pero aún así lo cobija. De hecho, se han hecho grandes películas con ese tipo de héroes y El duro se referencia explícitamente en una de ellas: Shane, el desconocido, aquel gran western de George Stevens. Sin embargo, el Dalton que encarna Gyllenhaal no es tanto un sujeto torturado o triste, sino tristón, alguien que todo el tiempo tiene que estar explicitando su estado de ánimo, que pasa del comportamiento culposo a la brutalidad distanciada sin mucha justificación. Todo es pose en sus acciones, en buena medida porque el film pareciera sentir algo de culpa o remordimiento por la violencia gratuita que despliega.
Con la solemnidad con que todo se desarrolla, en El duro apenas si hay lugar para el humor o cierta vocación por la diversión. Y, cuando lo intenta, todo luce forzado, como en la interpretación de Conor McGregor, quien tiene a cargo al antagonista físico principal de Dalton, y que básicamente hace de sí mismo, en un rol que roza lo ridículo. El resto de los personajes son casi descartables: desde el interés romántico que encarna Daniela Melchior hasta la dueña del bar interpretada por Jessica Williams, pasando por el policía corrupto de Joaquim de Almeida o el villano con serios problemas de autoestima que hace Magnussen. Apenas si se pueden rescatar algunas secuencias de acción a las que Liman filma con dedicación y eficacia, porque pareciera que eso fuera lo único que le interesara. El duro es una película que no puede hacerse cargo del propio disparate de su premisa -como sí lo hacía en buena medida la versión original- y que tampoco consigue transmitir algo de melancolía para que se pueda empatizar con su héroe. Todo es a mitad de camino y Gyllenhaal podrá recurrir a un arsenal de gestualidades, pero siempre da la impresión de fingir, porque la propia película está siempre fingiendo.
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