LA ACCIÓN OCHENTOSA CRISTALIZADA
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Hace unos días, falleció, de manera un tanto inesperada, Carl Weathers, uno de esos rostros y cuerpos que ayudaron a definir parte del cine norteamericano en los setenta y ochenta. Incluso tuvo aportes significativos en las décadas posteriores, aunque casi siempre en roles de reparto: de hecho, sus papeles más destacados fueron como soporte de íconos como Sylvester Stallone (en la saga de Rocky) y Arnold Schwarzenegger (en Depredador). Supo ser también una especie de relevo o suplente de estas estrellas, encarnando una tipología similar: el físico imponente, la expresividad limitada pero funcional a la comedia, la vocación por ponerse al servicio de una acción hiperbólica y de ser un héroe casi sobrehumano.
En ese contexto, Weathers tuvo su primer protagónico recién en 1988, con Acción Jackson, una película que arribó un poco tarde, cuando había una etapa del cine de acción que parecía estar llegando a su fin. Y que, al mismo tiempo, no dejaba de ser interesante por cómo intentaba ser un objeto particular y diferente. Lo hacía a partir de un concepto simple, al cual luego iba enredando desde la trama argumental: un rudo detective, siempre a contramano de los mandatos del Departamento de Policía, investiga una muerte que lo lleva a enfrentarse con un corrupto empresario con el que ya había choques previos. Es decir, un duelo de voluntades aparentemente individual, aunque el poder exhibido por el antagonista no colocaba todo precisamente en igualdad de condiciones.
En el film de Craig R. Baxley se acumulan los lugares comunes de los ochenta: el héroe renegado y a la vez simpático, porque hace lo que todos queremos hacer (matar malos sin preocuparse demasiado por las reglas); el villano extremo y voraz con todo un ejército detrás (Craig T. Nelson le pone toda la garra para que lo odiemos); las mujeres frágiles, pero también ligeramente astutas cuando las circunstancias lo requieren; la violencia desatada, que incluye un arranque sanguinario y una ciudad como Detroit que aporta ambientes decadentes; y las frases cancheras marcadas por la comicidad y el sarcasmo. Todo eso ya se había visto en films como Un detective suelto en Hollywood –con otro protagonista afroamericano, aunque venido del palo de la comedia, como era Eddie Murphy-, Cobra, Comando, Duro de matar y la lista sigue. Pero Acción Jackson le agregaba una vuelta de tuerca con sus referencias estéticas al blaxplotation, subgénero que había comenzado en los setenta y que había tenido su mayor éxito con Shaft. De hecho, ese protagonista que era Jericho Jackson, que encontraba aliados inesperados en sus compañeros de raza y que con su virilidad entablaba una química llamativa con cuanta mujer se cruzaba (como la interpretada por una joven Sharon Stone) era todo un indicador de las filiaciones de la película.
Igualmente, todo se percibía como una copia algo forzada y de segundo orden en Acción Jackson. En parte porque la comicidad no funcionaba casi nunca , pero también porque había arbitrariedades narrativas y de puesta en escena que no eran compensadas con dinamismo e ingenio en el relato. Por eso, el film terminaba descansando en el carisma de Weathers y sus ambiciones de convertirse en una franquicia, que (a pesar de un moderado éxito en la taquilla) no se concretaron. En Acción Jackson se percibía que algunos estereotipos y esquemas del género estaban agotados y que había una necesidad de renovación. De hecho, algunos años después, El último gran héroe dialogaría con esa cristalización estética. Y también, obviamente, se intuía que Weathers merecía un mejor vehículo para su cuerpo granítico. Lamentablemente, ese actor sólido y querible no tendría muchas más oportunidades.
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