LA AVENTURA DE LA SUPERVIVENCIA
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
Las comparaciones son ciertamente inevitables y, en verdad, treinta años después, La sociedad de la nieve deja un tanto empequeñecida a ¡Viven!, la versión previa cinematográfica más famosa sobre el evento conocido como Milagro de los Andes o Tragedia de los Andes. El film de J.A. Bayona despliega un mayor nivel de ambición tanto a nivel narrativo como formal, y concreta de forma exitosa la mayor parte de sus metas. Por eso es que resuena más a nivel dramático, como registro audiovisual de un hecho real con aristas increíbles, además de como gran espectáculo que aún así nunca cae en una banalización de los aspectos más horrorosos o inquietantes. Incluso le juega a favor su mayor grado de verosimilitud desde lo idiomático: todo suena un poco más creíble al escuchar el castellano de los protagonistas.
Pero lo cierto es que la película de 1993, sin ser una maravilla, consigue sostenerse a pesar del paso del tiempo, incluso siendo una particular representante de su época. Hasta logra que lo del idioma sea algo menor: a medida que pasan los minutos, no importa demasiado que, por ejemplo, se denomine como “té” a algo que claramente es un mate, porque lo que interesa finalmente es la suma de desafíos y desafíos que deben atravesar los protagonistas para sobrevivir. En buena medida, la clave para que esto suceda tiene que ver con el director a cargo: Frank Marshall, que desarrolló una carrera mayormente dedicada a la producción, siempre prefirió mirar todo con un punto de vista donde privilegia el sentido de la aventura. Sus personajes, aunque interactúan con el horror -como en Aracnofobia (1990)-, la violencia –Congo (1995)- o la desesperación –Rescate en la Antártida (2006)-, son siempre, en el fondo, aventureros. Es decir, gente capaz de hallar la maravilla incluso en los rincones, instancias o momentos más oscuros del mundo o la existencia.
Desde ese sentido genérico es que ¡Viven! es un film que se convierte, rápidamente, en una aventura de supervivencia, donde la construcción grupal, pero también la espectacularidad de momentos puntuales y lo abismal del paisaje juegan roles clave. Eso queda claro desde el mismo comienzo, con unos pocos minutos iniciales para establecer un retrato grupal con un par de trazos, para luego zambullir a los protagonistas -y a los espectadores- en accidente aéreo. Es apenas el minuto 8 y ya el relato coloca al grupo inicial de supervivientes en una situación límite, que deberán sobrellevar y superar en las dos horas siguientes, que son un subibaja emocional permanente. Es también desde la acción, desde el constante movimiento -por más que casi todo ocurra en los restos del avión caído y sus alrededores-, que se explican las decisiones éticas y morales, incluso las que más les pesan a los personajes principales. Ahí tenemos, por caso, la secuencia donde se decide recurrir al canibalismo para poder seguir adelante: es un momento donde predomina el pudor sin eludir la mostración, porque Marshall se las arregla para calibrar la violencia del hecho sin caer en el sensacionalismo.
Si ¡Viven! tiene otras escenas muy bien manejadas a pesar de la economía de recursos -además del accidente aéreo, la avalancha de nieve que cae sobre los restos del avión- y una utilización muy expresiva del paisaje montañoso, es cierto que trastabilla un poco cuando debe acercarse a la resolución, que es narrada de forma un tanto apresurada, sin una explicación lo suficientemente detallada. Pero también es innegable que logra darle universalidad a su trama, reflejar la hazaña de los supervivientes con solidez y entregar un puñado de actuaciones potentes en jóvenes intérpretes, como eran en su momento Ethan Hawke, Josh Hamilton y Vincent Spano. Y que hasta haya una modestia raramente conmovedora en su puesta en escena, un humanismo patente que es muy difícil de hallar en la actualidad.
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