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Beekeeper: sentencia de muerte

Título original: The Beekeeper
Origen: EE.UU. / Inglaterra
Dirección: David Ayer
Guión: Kurt Wimmer
Intérpretes: Jason Statham, Josh Hutcherson, Jeremy Irons, Emmy Raver-Lampman, Bobby Naderi, Taylor James, Michael Epp, David Witts, Adam Basil, Arian Nik
Fotografía: Gabriel Beristain
Montaje: Geoffrey O’Brien
Música: Jared Michael Fry, David Sardy
Duración: 105 minutos
Año: 2024


6 puntos


STATHAM EN BUSCA DE LA FRANQUICIA

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Las franquicias son el santo grial de actores y actrices en el presente, sobre todo si como Jason Statham -nuestro último gran héroe de acción-, uno parece estar de vuelta de todo. En un mundo donde sólo sobreviven en las salas secuelas, remakes y adaptaciones de materiales preexistentes (comics, novelas, biografías), dar en el clavo con un universo nuevo, como lo hizo Keanu Reeves con John Wick, es algo que no a todos les sale, pero que lo intentan lo intentan. Beekeeper: sentencia de muerte es uno de esos manotazos de ahogados para construir un universo que permita dos o tres películas más, un poco como lo hizo el propio Statham con Megalodón, una saga que murió a poco de la orilla tras una segunda parte decididamente floja. Pero aquí parece haber algo más, al menos luego de una primera entrega sintética en expansión de ese mundo que se nos muestra en cuentagotas.

Statham es un apicultor, o eso parece. Porque cuando la dueña de la casa donde tiene sus colmenas se suicida, por la vergüenza que le genera haber sido estafada virtualmente y despojada de todos sus ahorros, don Statham saldrá del retiro auto-infringido y se dispondrá a vengar la muerte de la mujer amontonando cadáveres y sin pensar demasiado en sus acciones. Parece que el tipo es parte de un programa del gobierno que construye unas suertes de máquinas de asesinar y que, metáfora subrayada de la colmena por medio, se encargan de nivelar el mundo cuando el mal triunfa. Un poco de Jason Bourne por acá, otro tanto de John Wick por allá, y Beekeeper: sentencia de muerte nos mete de lleno en un universo de acción híper-violenta que no le tema caer por momentos en la ridiculez.

Lo de la ridiculez es una buena noticia si tenemos en cuenta que el director es David Ayer, un tipo que luego del gran guion de Día de entrenamiento pretendió construir un camino de director/autor de cine policial y de acción, y que cuando quiso dejar de lado cierta solemnidad hizo ese mamarracho de Escuadrón Suicida. Aquí, en verdad, Ayer está invisibilizado, al servicio de poner en el centro el cuerpo de Statham y su humor desaforado para pensar la acción desde un lugar hiperbólico. La película funciona porque avanza aún a riesgo de un guion insostenible, porque más allá de las referencias indudables tiene vida propia, y a pesar de no tener un estilo ni una estética determinada, su éxito está dado en un olor a cosa vieja de esas que ya no se hacen. Habrá que ver si el éxito la acompaña y si ese universo de killers y apicultores que aquí se muestra en pequeñas dosis da para ampliarse y ganar volumen cinematográfico.


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