Título original: Idem
Origen: EE.UU. / Inglaterra / Canadá
Dirección: Paul King
Guión: Simon Farnaby, Paul King ,sobre la novela de Roald Dahl
Intérpretes: Timothée Chalamet, Olivia Colman, Hugh Grant, Sally Hawkins, Rowan Atkinson, Keegan-Michael Key, Mathew Baynton, Simon Farnaby, Jim Carter, Matt Lucas
Fotografía: Chung-hoon Chung
Montaje: Mark Everson
Música: Joby Talbot
Duración: 116 minutos
Año: 2023
7 puntos
BACK TO THE FACTORY
Por Franco Denápole
Fue difícil, cuando se anunció esta nueva adaptación de la novela Charlie y la fábrica de chocolates, mostrar interés, mucho menos entusiasmo. Dos razones: la primera, más bien personal, es el protagónico del siempre inexpresivo Timothée Chalamet como un joven Willy Wonka; la segunda es la poca expectativa que generaba la franquicia luego de la comercialmente exitosa pero no tan bien envejecida versión que dirigió Tim Burton en el 2005. Wonka es, la película misma se asegura de dejarlo claro, una precuela de la del ‘71 y sigue, por lo tanto, esa tendencia en Hollywood de buscar el lavado de cara de una marca mediante una “vuelta a los orígenes”; un saltar por encima de la adaptación inmediatamente anterior y diferenciarse de ella recuperando cierta actitud de fidelidad ante la versión original, a esta altura, idealizada.
Algunas aclaraciones: la versión de Mel Stuart con el Wonka de Gene Wilder sigue siendo, idealizaciones aparte, la mejor, y con diferencia. Por otro lado, este fenómeno de “ignorar la adaptación previa” ya había pasado antes con una película de Tim Burton: la fallida El planeta de los simios, de 2001, saga de la cual se están haciendo adaptaciones mucho mejores.
Wonka sigue, en efecto, este plan de regresar al universo de la versión del ‘71 y cuenta cómo el chocolatero comenzó su exitoso negocio. Se repiten algunos de los temas que ya estaban presentes en esta película: la antítesis entre el mundo infantil y el adulto; la igualación de la avaricia por el dinero con la gula desmedida por el chocolate; la problematización de los vínculos familiares; la relación metafórica entre estética y ética o la exteriorización del mal interno mediante la fealdad externa. La película se aproxima a estas cuestiones con relativa libertad, al menos si la pensamos en su contexto de producción, regido por el fuerte control ideológico/político al que se someten los productos culturales. En relación a esto, es una constante a lo largo de la historia de las adaptaciones de Dahl la polémica por la censura: ya sobre Las brujas de 1990 se quejaba el novelista por la edulcuración de sus historias y la eliminación de secuencias demasiado oscuras para el público infantil. Y es que la literatura de Dahl se caracteriza por esta puesta en escena de lo perverso, específicamente asociado a la mirada infantil. Algo de eso sobrevive en Wonka, aunque sea poco, y resalta a nuestros ojos acostumbrados a las narrativas inofensivas de las películas actuales para todo público.
Paul King apuesta a una historia esencialmente inocente acerca de la potencia del amor frente al poder aberrante de la avaricia. Para ello establece un universo aniñado, con personajes caricaturescos y un verosímil maravilloso en el que la maleabilidad de la imaginación triunfa sobre las leyes duras de lo real. La película logra habitar este espacio con personajes que ponen en juego esta dualidad entre inocencia y perversión, y, en su mayoría, da lugar a secuencias entretenidas (cabe destacar la tarea correcta de Chalamet logrando una ingenuidad encantadora con su pequeña cuota de oscuridad, equilibrio que nunca logró Johnny Depp). Digo en su mayoría, porque hay algunos personajes flojos, como el Prodnose de Matt Lucas, el Chucklesworth de Rich Fulcher u otro cuyo subplot no termina de funcionar: el cura adicto al chocolate que representa Rowan Atkinson. Acá King, y quien lo acompaña en el guión, Simon Farnaby, parece que quisieron extender la sátira social de la corrupción de los patrones capitalistas a la iglesia. Los resultados son pobres, torpes y poco relevantes en el desarrollo de la trama.
La película encuentra sus puntos fuertes en las escenas musicales en las que se pone en juego la relación entre el proceso emocional de Willy por la pérdida de su madre y el sentir colectivo de quienes prueban sus chocolates. Alcanza Wonka en este punto un par de secuencias memorables y muy emocionales. No hay que ignorar que uno de los momentos de mayor intensidad se logra echando mano de elementos establecidos por la película de Mel Stuart. Cabe entonces preguntarse hasta qué punto la soltura de Wonka depende de la nostalgia por la original, aunque hay dos argumentos en contra: no es constante este referir a dicha película, ni tampoco ésta tiene una trascendencia tan grande en el imaginario colectivo. Los éxitos de Wonka, entonces, no deberían desestimarse.
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