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No me rompan

Título original: Idem
Origen: Argentina
Dirección: Azul Lombardía
Guión: Jazmin Rodriguez Duca, Sebastián Meschengieser, Alberto Rojas Apel
Intérpretes: Carla Peterson, Julieta Díaz, Esteban Lamothe, Martín Garabal, Nancy Dupláa, Salvador del Solar, Fito Páez, Cecilia Dopazo, Alfonso Tort, Celina Font
Fotografía: Eric Elizondo
Montaje: Vanesa Ferrario
Música: Mariano Otero
Duración: 93 minutos
Año: 2023


6 puntos


REIRÉ SOBRE TU TUMBA

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Hay en el cine del presente, por propia pertinencia de los debates sociales que marcan un viento de época, y otro tanto por un marketing que encuentra un público receptivo, una recurrencia a un cine presumiblemente feminista que, como rasgo llamativo, cae invariablemente en un espíritu vengativo o revanchista contra lo que se denomina el patriarcado. Es una apuesta de acción y reacción, que claramente busca una devolución rápida y fácil de una platea presumiblemente repleta de mujeres (y de hombres aliados a la causa). Por lo general se trata de comedias que recrean con espíritu más lúdico y juguetón lo que hace unas décadas hacían las películas de horror de ese subgénero conocido como violación y venganza. Aquí al maltrato y los abusos masculinos, se responde primero con resignación y, luego, con una virulencia cómica que como norte de empoderamiento siempre supone el cercenamiento del miembro masculino. A este esquema se suma ahora la nacional No me rompan de Azul Lombardía.

Aquí tenemos a dos mujeres representativas de dos estereotipos claros: Vera (Julieta Díaz), una ama de casa agobiada por un marido ausente, la crianza de dos hijas y un proyecto de cremas naturales que no prospera, y Angela (Carla Peterson), una actriz de telenovelas preocupada por su cuerpo y el paso del tiempo, que sufre un escarnio público en un programa de chimentos de la tele y que será presa de un malvado esteticista que experimentará en ella un novedoso tratamiento. Ambas reaccionarán a determinados agravios y padecerán las consecuencias de su virulencia no controlada: terminarán en una suerte de grupo de autoayuda para controlar la ira integrado por un grupo disfuncional de mujeres, donde sobresale la gran Eugenia Guerty. Lo mejor de No me rompan está precisamente en esa primera parte, cuando no con sutileza pero sí al menos con gracia, representa algunas de esas violencias cotidianas que sufren las mujeres y los personajes, especialmente el de Angela, se construye sobre la base de una autoconsciencia que le permite decir algunas cosas inconvenientes con la mejor cara de póker. En todo caso, el estereotipo es constitutivo de la comedia satírica que se propone.

Después no es que No me rompan pierda su gracia (que tampoco era tanta, convengamos), pero sí que cae en lugares más obvios y menos interesantes desde el punto de vista de su apuesta. Cuando el villano se clarifica y deja de ser un contexto y una serie de afirmaciones sociales para tener la cara de ese especialista en tratamientos estéticos, la película toma una salida fácil y mucho menos incómoda. Abandona su mirada más cáustica y se abandona a la suerte de la química entre sus protagonistas (que por suerte es bastante) y de un humor físico (con un bienvenido uso del slapstick para los estándares de la comedia nacional) que no siempre funciona. Ya hacia el final, dos instancias de pereza como para marcar el declive en el que va ingresando No me rompan: el chiste “Francia segundo”, que le habrá sonado bien a los guionistas en enero, pero la película se estrenó ocho meses después (cómo quedó eso en el montaje es un misterio, aunque se relacione con la búsqueda de respuesta fácil de la platea), y un final con baile, instancia que a esta altura tiene la naturalidad de los rituales de las fiestas de casamiento.


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