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El salario del miedo (1977)



TODA PELÍCULA ES POLÍTICA

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Con la muerte de William Friedkin se ha ido no sólo un gran director de cine, autor de algunas películas icónicas, sino además uno de esos autores que pertenecen a una época en la que Hollywood supo ser, si no más feliz, al menos más complejo. Una época de nuevos realizadores que llegaban con una voz fuerte, en luchas interminables con los estudios y los productores, con una cinefilia fuerte y una habilidad notable para moverse entre los límites del cine de gran presupuesto y la mirada personal. Su versión de El salario del miedo, basada en la novela de Georges Arnaud (pero que también puede ser vista como una remake de la película de Henri-Georges Clouzot, de hecho Friedkin se la dedica en los créditos finales), es un ejemplo no sólo del cine de Friedkin, sino de una serie de posibilidades para el cine norteamericano que comenzaban a escurrirse.

El salario del miedo (Sorcerer en su mucho más sugerente título original) era una película destinada a ser un gran éxito: Friedkin venía de las premiadas Contacto en Francia y El exorcista, mientras que Roy Scheider, que ya había trabajado con el director, venía de un suceso notable con la obra maestra Tiburón de Steven Spielberg. Sin embargo, quiso el destino que tras su difícil preproducción y su problemático rodaje (bueno, los rodajes en los 70’s tenían que ser caóticos o si no no serían), El salario del miedo se enfrentó a un problema impensado: Una semana después de su estreno llegaría a los cines una rareza de ciencia ficción conocida como Star Wars. No sólo que el público respondió inmediatamente a la película de George Lucas y convirtió en un fracaso a la de Friedkin, sino que además a partir de aquella ópera espacial cambiaría para siempre el diseño del cine norteamericano de gran presupuesto. De aquí el El salario del miedo gane un carácter mitológico inusitado.

Friedkin, que ya había visto el malestar en el centro de la democracia norteamericana con El exorcista y observado la podredumbre del mundo en Contacto en Francia, imbricaría fuertemente el discurso político con el entretenimiento en esta adaptación/remake que le daba el material de base para sacar a relucir sus obsesiones. Porque la historia de esta mano de obra desocupada a nivel global que acepta el trabajo de una petrolera para tapar una macana que se mandaron en un país sudamericano, contiene una mirada cínica sobre el mundo, donde el dinero rige las relaciones humanas y se impone como el principal pivote sobre la ética y la moral individual. Eso que estaba en la película de Clouzot y que Friedkin afina y mejora en su versión, especialmente en un prólogo que es mucho más sólido en su mirada política y concentrada sobre los códigos del thriller. Es como si en ese arranque, Friedkin concentrara todo el cine que vio y conoce, y entonces aplica dosis de películas de robo, dosis de películas sobre estafas, dosis de películas sobre terrorismo religioso. Luego, sí, lo que ya conocemos: Ese país sudamericano, y ese bar, como purgatorio de estas almas en penas decididas a cualquier cosa con tal de ganarse su paraíso personal.

Y donde finalmente Friedkin tuerce las cosas a su favor es en la segunda hora, que es básicamente por lo que El salario del miedo se impone: Una supresión casi total de los diálogos a favor de la imagen que tensa la cuerda del relato, con esos camiones atravesando los terrenos más complejos en plena selva. Ahí se dan la mano el sonido, la fotografía y el montaje, todo de una precisión notable, pero fundamentalmente dándole estructura a las ideas de puesta en escena del director, que parten de una posición política. El salario del miedo pertenece a ese tipo de empresas extremas a las que el cine se animaba especialmente allá por los 70’s, a esas experiencias selváticas de Werner Herzog o Francis Ford Coppola. Un tipo de cine que entendía que toda película era política, ya sea social o de autor. Algo que cambiaría casi inmediatamente, y donde las pantallas verdes y la fantasía adolescente (todo esto sin juicio de valor) modificarían el diseño del cine posterior. Friedkin era uno de los exponentes de aquel tiempo que todavía quedaban y El salario del miedo, uno de sus films malditos que merece una revisión.


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