Título original: The Last Voyage of the Demeter
Origen: EE.UU.-Reino Unido-Malta-Italia-Alemania
Dirección: André Øvredal
Guión: Bragi F. Schut, Zak Olkewicz, basados en la novela de Bram Stoker
Intérpretes: Corey Hawkins, Aisling Franciosi, Liam Cunningham, David Dastmalchian, Javier Botet, Woody Norman, Jon Jon Briones, Stefan Kapicic, Nikolai Nikolaeff, Martin Furulund
Fotografía: Tom Stern
Montaje: Julian Clarke, Patrick Larsgaard, Christian Wagner
Música: Bear McCreary
Duración: 118 minutos
Año: 2023
6 puntos
DRÁCULA, EL OCTAVO PASAJERO
Por Marcos Ojea
Adaptar el segmento de la novela Drácula, de Bram Stoker, que comprende el viaje en barco del Conde desde Varna hasta Whitby, es un proyecto que viene figurando en Hollywood hace varios años. Bragi F. Schut escribió el primer guión en 2002, y por los rumores de producción desfilaron varios candidatos para hacerse cargo de la dirección, como Neil Marshall o Marcus Nispel, pero fue finalmente André Øvredal el elegido para llevar a buen puerto (je) la película. El noruego es un tipo afianzado en el género, con films cumplidores como Troll Hunter, La morgue e Historias de miedo para contar en la oscuridad, entre otras. No sé si es justo decir que es un autor, pero sí un artesano con pericia para el horror, lo que en tiempos de Ari Asters a veces resulta más saludable. Contradiciendo esto último, y también contradiciendo los valores que suelo predicar (a favor de los laburantes del género, en contra del terror elevado), la sensación que deja Drácula: Mar de sangre es la de que, quizás, hacía falta una mirada con más personalidad.
Hay un elemento que le juega en contra a la premisa, y es que ya sabemos que el pasajero oculto del barco es Drácula, y que los va a matar a todos. Como en el libro el viaje está contado brevemente a través de la bitácora del capitán, la película introduce un protagonista nuevo, el doctor Clemens, interpretado por Corey Hawkins, que ya tiene experiencia peleando con monstruos; desde los zombies de The walking dead, pasando por el mismísimo King Kong, hasta los policías racistas de Straight Outta Compton. A Clemens se suman Anna (Aisling Franciosi), una mujer enferma que aparece en el depósito del navío, y Toby (Woody Norman), el nieto del capitán, un niño avispado que entabla una amistad con el médico. Junto a ellos, la tripulación ya mencionada en la novela, todos a merced de un vampiro alargado y siniestro, cortesía de las proporciones de Javier Botet, otro experto en criaturas malignas.
La apariencia de este Drácula, más cercana a un murciélago gigante que al gentleman al que el cine nos tiene acostumbrados, responde a que Drácula: Mar de sangre se construye como una genuina “película de monstruos”, una suerte de Alien en alta mar, donde los personajes serán cazados uno a uno en un espacio cerrado. El gesto, hoy, es anacrónico, más cercano a la época donde la aventura y el horror podían darse la mano. Si bien la propuesta se agradece, y algunos climas y secuencias están logrados (como esa cacería final, que hasta podría remitir a los pterodáctilos de Jurassic Park), durante buena parte la película se siente más rutinaria que vital. Estática, con planos que ilustran pero no consiguen transmitir las inclemencias del miedo y el mar. Es ahí donde ingresa el deseo de un director, si se quiere, más jugado desde la forma; pienso en Robert Eggers y su horror marítimo/cósmico en El faro. Estirando las cosas un poco por demás, y jugueteando con un costado melodramático y cursi, Øvredal atenta contra sí mismo y termina cumpliendo con lo justo.
Para el que guste, el capítulo 2 de la miniserie Drácula, de Netflix, que se encarga del mismo último viaje del Demeter, es mucho más estimulante. Claro que ahí el foco está puesto en el conde, con una enorme actuación de Claes Bang. El 3, con una vuelta de tuerca temporal, arruina bastante todo, pero eso ya no es tema para esta crítica.
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