Por Mex Faliero
Fue un final sin sorpresas. Y fue perfecto. O sí, hubo sorpresas, hacia el final, donde descubrimos qué fue del después de Midge (Rachel Brosnahan) y Susie (Alex Borstein), pero en lo concreto no había mucho que resolver en el último episodio de The marvelous Mrs. Maisel, más que conocer cómo fue el primer gran paso de nuestra standapera favorita hacia la fama. Four minutes fue el título del capítulo y sólo cuatro minutos le alcanzaron a Midge para lograr su objetivo: Triunfar en la televisión, llamar la atención de la platea, confirmar que era una de las personas más graciosas sobre la faz de la tierra.
Ingeniosamente la serie creada por Amy Sherman-Palladino nos fue brindando a lo largo de la temporada pequeños pantallazos sobre el futuro de los personajes, con los que saciamos nuestra curiosidad. Por lo tanto, Four minutes sólo tuvo que contar el gran triunfo de Midge. Que fue un triunfo un poco amargo: finalmente Gordon Ford (Reid Scott) rompió la regla de no invitar a sus guionistas al programa, aunque no ocurrió como Midge lo esperaba. La mezquindad del conductor a punto estuvo de derribar la ilusión de la comediante, pero decidida como siempre a romper con las reglas, finalmente tomó por asalto el micrófono para brillar con uno de los monólogos más graciosos de la historia de la serie, que funcionó en espejo con el primero que hizo, allá lejos y hace tiempo, en el primer episodio.
La reacción de la gente hizo que Ford recapacitara un poco, aunque la terminó despidiendo. No importaba, Midge había triunfado, no sólo porque la platea estalló, sino porque entre ellos estaban su ex Joel (Michael Zegen), sus padres Rose (Marin Hinkle) y Abe (Tony Shalhoub), y sus suegros Moishe (Kevin Pollak) y Shirley (Caroline Aaron). Las personas más importantes de su vida, y los personajes más increíbles de la serie, todos reunidos en un mismo lugar y espacio viendo el nacimiento de una estrella.
Four minutes tuvo la habilidad como para no perder el norte de la comedia aunque de fondo hubiera mucha melancolía, que explotó hacia el final con unas últimas secuencias que no evitaron una dosis de amargura. En primera instancia, volvió Lenny Bruce (Luke Kirby) en una escena perdida del final de la temporada pasada, como la gran guía que fue para Midge a lo largo de todos estos años. En el prólogo del episodio habíamos visto al Bruce derrotado del final de su vida, cuando sus actos de comedia se mezclaban con su posición política y beligerante. The marvelous Mrs. Maisel prefirió no mostrar la muerte de nadie, porque no lo necesitó: Básicamente la derrota de los personajes fue por otro lado. Sin embargo aquella charla entre Midge y Lenny volvió sobre uno de los temas de la serie, la fama y su búsqueda, aquello que se pierde en el camino.
Y sobre eso transitaron los minutos finales, ambientados en 2005 y con Midge y Susie convertidas en dos viejas millonarias del mundo del espectáculo que no pueden más que exhibir su decadencia en mansiones tan relucientes como vacías. Pero lejos de cuestionar un modo de vida, la serie prefirió celebrar la amistad de ellas dos, que es básicamente el vínculo sobre el que transitaron estas cinco temporadas. Midge y Susie, teléfono por medio, se reúnen como Mel Brooks y Carl Reiner, a mirar Jeopardy por la tele y divertirse. La charla es trivial, contraria a la supuesta solemnidad que un último capítulo debe tener. Contra todo eso, Midge y Susie terminaron cagándose de risa de todo, como dos señoras que tuvieron una vida intensa y hermosa. Creo que fue un final perfecto, dentro de un episodio genial, tan divertido en la intervención de todos los personajes (Abe y Rose buscando un taxi, Moishe y Shirley tropezándose en la ducha, hasta Zelda tuvo su pequeño y genial paso de comedia). The marvelous Mrs. Maisel terminó tan redonda y magnífica como lo fue siempre. Sutil, sofisticada, divertida, reluciente en cada decisión de puesta en escena. Básicamente, una de las mejores series del último lustro ha dado el adiós y lo hizo con una consistencia abrumadora. ¡Tetas arriba!
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