Por Mex Faliero
NdR: Este texto, obviamente, cuenta todo… ¡así que cuidado!
Siempre son complicados los finales de las series, básicamente porque hay una fricción entre creadores y espectadores, que ya sienten tan propios a los personajes como si se pusieran por encima de los autores. Entonces, las expectativas. Hay series que buscan congraciarse con los espectadores y ofrecerles todo lo que quieren (pienso un poco en el final de Breaking bad) y otras, unas pocas, que parecen regodearse en una búsqueda personal a riesgo de perder el cariño del público. Nunca vi Los Soprano, pero recuerdo las discusiones y desilusiones alrededor de aquel final. Barry, no casualmente también de HBO, parece continuar el mismo camino, aunque puede que a esta altura el público esté un poco más entrenado y asimile mejor ese tipo de rupturas. Porque si hay un final que rompe con las expectativas de los espectadores (al menos las mías) y las que la propia serie había generado como reglas propias, es este Wow, título que en primera instancia nos parecía sumamente abstracto pero que ahora se vuelve tan lógico como trágico.
No es la primera vez que Barry recurre a este tipo de expresiones para titular episodios. Esta temporada tuvimos Yikes y todavía recuerdo el genial What?! de la segunda temporada (la mejor de la serie), que terminaba precisamente con aquel “what?!” exclamado por Barry (Bill Hader). “Wow” funciona de la misma manera, es otra vez Barry reaccionando a una situación inesperada, pero esta vez las cosas son más contundentes y rebotan en nuestra cabeza de una forma más oscura. Porque el final de Barry, el del personaje y el de la serie, es de una tristeza descomunal.
Como decíamos, poco nos entrega Wow de lo que esperábamos. Pero Barry ya nos acostumbró a lo inesperado, a lo sorprendente, a lo que rompe con las reglas preestablecidas. Barry es (nunca dejó de serlo, aunque no lo parezca) una gran comedia, tal vez una tragicomedia ahora, una mirada llena de personajes alocados en un mundo donde las criaturas animadas de la Warner parecen haber tomado el poder. Por eso, lo decíamos capítulos atrás, también los cambios de tono, de registro, de tiempos, que en otras series parecerían forzados, aquí no sólo que son apropiados, sino que son necesarios para que la dinámica de la serie funcione. Y eso hasta el último episodio, hasta el último segundo del último episodio.
El penúltimo capítulo nos había dejado bien arriba, esperando una serie de confrontaciones entre varios personajes. Y esta temporada, que fue la menos violenta en términos gráficos, parecía que iba a terminar de forma explosiva, con mucha sangre y tiros. De hecho, el episodio comienza con Barry comprándose un arsenal en un mercado y saliendo por el pasillo como si nada. Primer gran gesto del episodio respecto de cómo el mundo se ha convertido en un lugar confuso. Pero a partir de ahí, Wow apuesta más a la implosión, a la contención de los excesos, en una serie de secuencias perfectas desde la puesta en escena, empezando por ese tiroteo en el que Fuches (Stephen Root) y NoHo Hank (Anthony Carrigan) saldan sus cuentas. La escena es sorprendente e hilarante en algunas consecuencias (esa granada que queda boyando y explotando), y hasta anticlimática en relación a cómo en apenas unos segundos la serie resuelve sacar a un personaje importante como NoHo, quien termina muriendo a los pies de la estatua de Cristóbal. Finalmente es Fuches quien, al enterarse que Barry es padre, tiene el gesto más amable de toda la serie, que el capítulo define con un simple cruce de miradas entre el killer y su mentor: Fuches se asume como el padre de Barry y, por lo tanto, pone el cuerpo para salvar al hijo de su hijo. Un final tal vez demasiado digno para uno de los personajes más reptiles de toda la serie.
Resuelto esto, quedaba por ver qué pasaba entre Barry y Cousineau (Henry Winkler). Barry había zafado nuevamente de forma milagrosa de una instancia que lo ponía en el límite y ahora estaba dispuesto a solucionar el drama con su antiguo profesor de teatro. El primer indicio de que las cosas no saldrían como esperaba es la huida final de Sally (Sarah Goldberg) con el pequeño John. Pero nada impidió que Barry fuera hasta lo de Cousineau. El profesor de teatro, señalado por su hijo, su ex suegro Jim (Robert Wisdom) y las autoridades como el principal culpable de la muerte de Janice, se encontraba acorralado. Su única opción era lograr que Barry confesara todo. Pero lo pudo más la venganza y ¡wow!, un tiro al pecho y otro a la cabeza de Barry que terminaron por dilapidar sus posibilidades de no ir a prisión.
Si hablamos de escenas anticlimáticas, la muerte de Barry fue de las más anticlimáticas que recuerde. Un final shockeante, directo, sin lugar para las frases altisonantes ni lirismo alguno. Un tiro en la cabeza y ni siquiera un contraplano para saber cuál es la reacción del victimario. Un tiro en el pecho, el “wow” de Barry, como diciendo “nunca pensé que iba a terminar así”, y otro tiro a la cabeza. Y pantalla negra. El padre que Barry negaba (Fuches) terminó salvando a su familia, mientras el padre que él adoptó como propio (Cousineau) le terminó quitando la vida. El personaje principal de la historia, entonces, desparece en la situación más trivial posible, intentando redimirse pero víctima de las consecuencias generadas por sus actos. Uno no quería que Barry muriera, pero es en definitiva lo más lógico. En la sucesión de eventos imprevisibles, la serie resuelve su conflicto más importante con una coherencia irreductible: en primera instancia porque lo hace con las formas habituales de la serie, pero también porque sucede un poco lo que tenía que suceder. Ahora bien, la muerte de Barry se da cuando faltan 10 minutos de capítulo. Y ahí, el gesto final de Hader.
Si bien de manera lateral la serie siempre intentó mostrar un mundo alocado, algo enfermo, como un malestar constante, en el extraño epílogo del capítulo Barry escupe ante los ojos del espectador su mirada desilusionada no sólo sobre el mundo, sino también sobre el mundo del espectáculo. En primera instancia se hace cargo de su fascinación por la violencia y de cómo eso funciona como espectáculo. Pero luego piensa también la manera en que siempre se termina imprimiendo la leyenda sobre la verdad, y cómo el cine es una herramienta indispensable. En ese epílogo, otro flashforward hacia el futuro, Sally es una directora de teatro y John (Jaeden Martell, el acomplejado joven de Defending Jacob) es ahora un adolescente que parece tener algunas dudas sobre su historia. Y acepta la invitación de un amigo para algo que desconocemos, aunque finalmente descubriremos: le mostrará a John la película que finalmente se hizo sobre el caso Barry Berkman, un biopic grasoso, horrible, en el que Berkman aparece como un ex militar soldado, atormentado, víctima de un profesor de teatro que es un villano sin matices. Esa ficción dentro de la ficción ingresa para hacer explotar los diversos niveles de lectura que propone Barry. Todo lo que cuenta esa película no es más que una mentira, que el joven John prefiere asumir como verdad con un gesto final de aprobación. Tras los créditos, esa película horrenda cuenta, a la manera de las biopics, la condena que sufrió Cousineau y los honores con los que fue sepultado Barry Berkman. En definitiva, y por más que murió, Barry terminó zafando, como siempre: La historia no lo juzgará.
Y así termina, de la forma más amarga posible, esta serie ejemplar en la manera de montar un camino propio y desandarlo sin pedirle explicaciones a nadie: diez minutos casi sin presencia de los personajes principales y con una representación de algo que ya vimos. Claro, eso lo decimos ahora porque básicamente los últimos diez minutos los vimos con el gesto confuso de la mujer del meme a la que le flotan cálculos matemáticos. En la elección del pequeño John para terminar la historia, Barry termina de confirmar que la paternidad es el gran tema de la serie, una paternidad en ausencia a la que hay que completar con signos que pueden no ser verdaderos pero donde la ficción cumple un rol fundamental. Eso es lo que busca el joven John al tratar de completar aquello que desconocía su padre (aunque Sally le había contado todo) y es lo que le sucede a Barry en los vínculos que construye con Cousineau y Fuches.
Y con Barry, Bill Hader construyó no sólo una de las mejores series de los últimos años, sino los cimientos de una carrera como director que amaga como muy prometedora.
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