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Testigo fatal (1989)



APRENDIZAJE OSCURO

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Muchos encasillan –y de paso cuestionan- a Kathryn Bigelow como una directora que hace cine de machos. Es una visión esquemática, no solo porque ve el hecho de que una mujer retrate a hombres como algo defectuoso –cuando es una forma de mirar al mundo perfectamente válida y digna de análisis-, sino también porque convenientemente elude que en muchos pasajes de la filmografía de la realizadora las mujeres juegan roles decisivos: ahí tenemos a Lori Petty en Punto límite o a Jessica Chastain en La noche más oscura. Pero estaría bueno no olvidar a Megan Turner, la policía que encarna Jamie Lee Curtis en Testigo fatal.

Megan es una novata que queda metida en un juego de gato y ratón con un psicópata (un Ron Silver tan desatado como fascinante) que se obsesiona con ella. Ese vínculo enfermizo que se genera entre ambos es el trampolín que utiliza Bigelow para construir la mirada femenina sobre ese mundo donde se entrecruzan la ley y el crimen. Una visión que toma en cuenta la masculinidad, la fisicidad y la violencia, que incorpora muchos de esos elementos, pero que busca hilvanar un camino propio.

Ahí, en ese camino propio que busca emprender Megan, hay un proceso de aprendizaje. Ese concepto está un poco encubierto pero es vital dentro del cine de Bigelow: todos sus films implican instancias de enseñanza, de instrucción sobre códigos, reglas y normas, que muchas veces no están escritas. Y también una pérdida de inocencia: al igual que con, por ejemplo, Caleb en Cuando cae la oscuridad, hay un crecer de golpe, un adaptarse a ciertos ámbitos e implicarse en acciones que escapan a las leyes escritas. Bigelow, a su modo, nos dice que hay realidades paralelas, que pueden ser tan atrapantes como horrorosas, y que entre la adaptación y la adicción la diferencia es muy pequeña.

En la ambigüedad moral que transita durante su relato (y que Bigelow seguiría explorando desde diferentes lugares en su filmografía posterior), Testigo fatal establece conexiones con otro film de los ochenta como Vivir y morir en Los Ángeles, de William Friedkin, pero también con otro posterior, como Sospecha mortal, de Mike Figgis. En todos ellos, las reglas y códigos se retuercen, las divisiones entre el Bien y el Mal entran en crisis, los antagonistas son tan repelentes como atractivos. Y los protagonistas aprenden, pero eso que aprenden es más que nada sobre sí mismos y no es precisamente agradable. Megan descubre su violencia y masculinidad interior, se revela a sí misma su lado oscuro. Y de ese aprendizaje no hay vuelta atrás.

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