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Retrato de Juan José Saer (1996)



LITERATURA ARGENTINA Y REALIDAD POLÍTICA

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocolant)

En 1996 Rafel Filippelli realizó el documental Retrato de Juan José Saer a la memoria de Alberto Fischerman. No se trata de un relato hagiográfico, pero sí un intento amable por destacar la figura humana de uno de los escritores más humanos que existieron. Ni las lecturas del propio Filipelli en off ni los acercamientos críticos académicos que aparecen alternados atentan contra esa idea de retrato más bien consagrada a acompañar rituales cotidianos. Sea en París, Buenos Aires o Santa Fe, lo que priman son los rituales: caminatas por calles y librerías, comidas y largas charlas. Siempre acompañado por una cámara que se sabe prudente, vemos a Saer transitando lugares, pero siempre con las marcas particulares de su enorme cuerpo, una sonrisa afable y la gentileza del tipo que escucha y no se sube a los peldaños de la pedantería.

La primera parte se estructura en torno a los preparativos para un nuevo viaje a la Argentina. Juani (como lo llaman sus amigos) es anfitrión en su casa de París para compartir la última cena. Por allí está Hugo Santiago. Es él quien destaca un aspecto de su narrativa, los espacios de silencio, que contrastan con su faceta de hablador social. Mientras transcurre la conversación en la mesa, esos espacios de silencio se sienten como presencias fantasmagóricas. Uno intuye que la experiencia del exilio se materializa aunque nadie elige nombrarla.

La segunda, ya en Buenos Aires, se inicia con el cálido recibimiento de amigos en el aeropuerto, entre ellos, Raúl Beceyro y Nicolás Sarquís. Este último, además de ser un gran realizador y de haber coordinado la gloriosa sección Contracampo durante años en el Festival Internacional de Mar del Plata, compartió con Saer una famosa mesa en Tolouse sobre Literatura y Cine, en la que también participaron Julio Cortázar y Augusto Roa Bastos, un documento audiovisual notable de 1978.

Es interesante este tramo visto en el presente. Es la Argentina menemista, en la que “se privatizó hasta el aire” como dice uno de los que van en el coche de regreso. En esos intersticios verbales surgen perlitas. Dos de ellas involucran a Cortázar en un contrapunto fantástico. Mientras alguien habla de las expectativas que genera el documental de Tristán Bauer (un culto a la solemnidad), el propio Saer califica de cagada a unos escritos políticos de Cortázar que le han pasado recientemente.

Otro momento interesante para ver en retrospectiva es el asado de bienvenida. Se suman amigos y amigas. En el centro de la conversación, Beatriz Sarlo. En un momento habla de los gobiernos que asumen y de cómo “las ratas abandonan el barco” y surgen los oportunistas (Sarlo había sido puesta en evidencia en los noventa por David Viñas en el programa Los siete locos, una tarde en la que el gran polemista no dejó títere con cabeza, hablando de oportunismo intelectual; curiosamente, cuando murió Viñas, Sarlo prefiere recordarlo con un gesto, ¿oportunista?, eligiendo como lectura imprescindible Literatura argentina y realidad política en algún canal donde siempre juega de local.) Además de ser bastante elocuentes sus palabras para contrastar su participación política en el presente, asoman algunos tibios análisis sobre el gobierno de ese momento. En profundidad de campo, un joven Piglia parece mirar a un costado. Es una buena imagen, acaso nacida espontáneamente en el documental, que da cuenta de la exposición de una verborragia que adquiriría con el tiempo matices más cuestionables en contraposición a una forma de pensamiento intelectual más reservada y con la palabra justa en las esferas públicas. Sarlo y Piglia, como tantos, en ese entonces podían compartir un asado; años más tarde, habría que ver si podían saludarse. Lo que el menemato unió, el tiempo en veredas irreconciliables separó.

Si hay algo que tiene el retrato ofrecido por Filippelli es que no se resigna al análisis académico, una tentación irresistible en esta clase de proyectos. En aquellos tramos en los que se exponen argumentos sobre su obra, inmediatamente irrumpe un plano con un cacho de carne. El mismo Saer, en la última parte, consagrada a su tierra natal, se refiere a la conveniencia de hacer un documental en estos términos, y Filippelli dignifica ese deseo. En definitiva, nunca es bueno sacar a un escritor de la calle, de los lugares que transita, del lado de la gente. Saer era un poco todo eso. Y más.


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