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Willow en la tierra del encanto (1988)



EL MUNDO PERDIDO DE GEORGE LUCAS

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Luego del pequeño éxito de crítica y público que fue American Graffiti y el meteorito que fue La Guerra de las Galaxias (que rompió todos los récords de recaudación) en los setenta, la década siguiente una donde George Lucas consolidó su lugar en la historia del cine como gran productor y creador de conceptos. Eso a pesar de los desniveles en las recepciones iniciales: si los films de Indiana Jones fueron éxitos instantáneos de taquilla, lo de Willow en la tierra del encanto fue mucho más moderado y solo el paso del tiempo la colocó en un lugar de culto.

Quizás eso tuviera que ver con que la década del ochenta fue problemática para buena parte del género fantástico infantil: ahí tenemos, por ejemplo, los fracasos de Leyenda y Laberinto (esta última, también producida por Lucas). Pero, posiblemente, también con una primera mitad donde el film dirigido por Ron Howard se encuentra con dificultades de ritmo a partir de una trama demasiado enredada. Con ese tramo inicial hay una paradoja: la presentación del conflicto central -con una malvada reina buscando desesperadamente a una bebé destinada a arrebatarle el trono- es ágil y sintética, lo mismo que la del mundo fantástico donde tiene lugar, pero no ocurre lo mismo con la inserción del pequeño héroe improbable que es Willow (Warwick Davis), el encargado de emprender un peligroso viaje para proteger a la niña. Las dudas y reparos que atravesaban al protagonista -muy parecido al Frodo de El Señor de los Anillos, y no solo por su estatura- también se trasladaban a la estructura narrativa, que tenía un exceso de idas y vueltas. Es a partir de una magnífica persecución en carreta, donde Willow trabajaba por primera vez en equipo con Madmartigan, el escéptico guerrero interpretado por Val Kilmer -bastante similar al gran Han Solo en su comportamiento-, que la película realmente despega y se zambulle en la aventura.

En ese movimiento definitivo desde lo genérico, pero también actitudinal, la historia -al igual que Howard, que todavía estaba puliendo su estilo- encontraba y utilizaba a su favor todos los elementos posibles: la acción a cada paso, la ambigüedad de algunos personajes y la simpleza de otros, el amor a primera vista entre supuestos rivales, el humor juguetón y el aprendizaje de lo mágico y maravilloso. A la vez, vista desde el presente, Willow en la tierra del encanto exhibe un nivel de violencia -casi lindante con el terror- y de sexualidad en algunos pasajes que hoy sería prácticamente imposible de aceptar por los estándares de corrección política. Y, sin embargo, todo eso potenciaba lo que tenía para contar: al fin y al cabo, todo se trataba de seres aparentemente ordinarios o limitados que recorrían un camino que les permitía descubrir lo improbable y extraordinario dentro suyo.

Quizás esa libertad que transmite Willow en la tierra del encanto -en sus tiempos, temas, rugosidades, diseños de personajes, incluso en sus imperfecciones- ha sido la que, con el paso del tiempo, la cimentó como un pequeño clásico. Lo cierto es que Howard su manejo de la puesta en escena, pero casi nunca volvió a exhibir la misma soltura y vocación por la diversión. Y Lucas, posiblemente, estaba arribando a la cima de su capacidad creativa: ya a partir de los noventa, no tendría la misma chispa y su fallido regreso a Star Wars terminaría por ratificarlo. Habrá que ver si Willow, la nueva serie ya está disponible en Disney+, es capaz de recuperar algo de ese mundo perdido.


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