LA DIGNIDAD DE LOS NADIES
Por Mex Faliero
No es que se trate de una gran película, pero es indudable que a 80 años de su estreno La guerra gaucha mantiene cierta trascendencia que se impone por cuestiones que exceden lo cinematográfico. Lo primero que sobresale es un diseño de producción que demuestra cierto espíritu positivo que sobrevolaba sobre la industria del cine nacional de aquella época, donde un film histórico podía permitirse una recreación lujosa, la participación de gran cantidad de extras (en cierta medida está pensada casi como un western) y contar con el favor del público que la mantendría casi cinco meses en cartelera. Algo que hoy sería impensado. Pero no solo eso, su producción surge a partir de la conformación de Artistas Argentinos Asociados, una empresa sostenida por el fervor comunitario de algunos de los nombres más importantes del cine nacional de entonces, inspirada claramente en la United Artists norteamericana. Hay algo en La guerra gaucha que se extiende entre su diseño y su temática, una película de fuerte espíritu nacional que busca instalar un sentido de pertenencia que surja desde las bases mismas de la sociedad.
Pensar en los tiempos de producción del film de Lucas Demare es pensar en un mundo en guerra, con Argentina replegada en su neutralidad. Y es también pensar en un país que hacia dentro comenzaba a fundar los cimientos de lo que sería el peronismo. En ese contexto, La guerra gaucha se impone como un relato comunitario de extendido nacionalismo, pero alejado del personalismo tan propio de nuestra cultura. Una película que dice también algo sobre ser parte o no, y sobre lo que significa mantenerse al margen. Hay en el film de Demare, también, un viento de optimismo, de pensar que es posible una patria propia, pero que solo se logra a través del aporte desinteresado de individuos que conforman un todo. Seguramente ese era el espíritu que alimentaba una empresa como Artistas Argentinos Asociados, acompañado por un seleccionado interpretativo del cine nacional: Enrique Muiño, Francisco Petrone, Angel Magaña, Sebastián Chiola, Amelia Bence, René Mugica.
La guerra gaucha está basada en el libro de Leopoldo Lugones, del que los guionistas Ulises Petit de Murat y Homero Manzi adaptan unos 23 cuentos. De ahí, que la película resulte un relato coral donde cada pieza se integra para una pintura general: el retrato de las milicias organizadas en el noroeste argentino por Martín Miguel de Güemes en su lucha contra la Corona Española. En esa estructura, Demare encuentra los desniveles lógicos de todo relato construido por retazos, especialmente en la sobreactuación tan característica de Muiño que lleva a la película tres o cuatro tonos por arriba, pero también un sentido que ordena las ideas detrás de un concepto: darle notoriedad a los personajes que habitualmente en un relato histórico estarían detrás, a los segundas líneas, a los nadies. Eso se imprime sobre el final, cuando la película cierra con la recordada frase “Así vivieron, así murieron, los sin nombre, los que hicieron la guerra gaucha”. Pero sobre todo en la manera en que Demare construye un momento fascinante de La guerra gaucha: con los patriotas a punto de ser reducidos por los españoles, uno de los personajes -que se ha quedado ciego segundos antes- siente a lo lejos la llegada de la figura icónica de Güemes, que hasta entonces se había mantenido en un curioso off. Sin embargo, lejos de encuadrarlo en un primer plano liberador, el director elige un plano general bellamente compuesto, con unos rayos de sol que atraviesan las nubes y que escenifican una imagen cercana a lo religioso, pero que a la vez ocultan la necesidad de darle un rostro. Ese es Güemes, pero también es todos. Un cierre épico para una película concentrada más en los pequeños gestos y en los sacrificios anónimos. Que en definitiva, así se construye la patria. Así en la vida como en el cine.
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