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Abracadabra (1993)



AMAR (Y ODIAR) A LAS BRUJAS

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

Disney siempre tuvo una segunda línea de películas, tanto de animación como de acción en vivo, que por ahí no recibieron tanta atención en el momento de su estreno, pero que a lo largo del tiempo se constituyeron en recuerdos emblemáticos de muchas infancias y adolescencias. Abracadabra es un buen ejemplo de ello: un film que fue un ligero fracaso de taquilla (45 millones de dólares a partir de un presupuesto de 28 millones), pero a lo largo del tiempo, en buena medida gracias a incontables emisiones televisivas durante la época de Noche de brujas, fue adquiriendo una inmensa popularidad, hasta eventualmente garantizar la realización de la secuela que se acaba de estrenar este mes en Disney+.

Pero Abracadabra es también un ejemplo de un Disney sin mucha culpa, que trataba de filtrar una gran cantidad de elementos del cine adulto dentro de una película dirigida a un público infantil. Por empezar, una mixtura de géneros inusual -para la época y para la actualidad-, donde confluían la fantasía con la comedia, pero también el terror con el musical, fruto quizás de un guión donde participaron David Kirschner y Mick Garris, nombres cuyos trabajos estaban más vinculados al horror, además de Neil Cuthbert, que más tarde escribiría ese experimento tan particular llamado Hombres misteriosos. En el relato, de un dinamismo creciente, había una oscuridad y sexualidad latentes, y no solo por el planteo de que era necesario que un joven virgen prendiera la vela mágica que revivía temporalmente al trío de hermanas brujas ejecutadas en el Siglo XVII, interpretadas por Bette Midler, Sarah Jessica Parker y Kathy Najimy. Había un juego constante con las hormonas explotando de los jóvenes protagonistas y de la sensualidad -entre ingenua y desfachatada- que desprendía a cada paso el personaje de Parker.

Todo iba de la mano de la aventura fantástica y pasos de comedia casi perfectos, que se permitían coquetear en varios pasajes con lo macabro. Por eso Abracadabra desplegaba una trama tan divertida como inquietante, donde las que marcaban el ritmo eran las villanas, con sus hechizos y maldades, además de su desorientación temporal. Ellas eran la fuerza arrolladora que sorprendía al espectador -tanto adulto como infantil-, llevándolo por caminos sinuosos y ambiguos, fluidamente emparentados con los aspectos más tenebrosos de los cuentos de hadas. Eso se potenciaba en los segmentos musicales, en particular en las notables secuencias correspondientes a los temas I put a spell on you -con una puesta en escena estupenda, gracias en buena medida a la dirección de Kenny Ortega, un realizador que siempre incursionó en el musical- y Sarah´s theme, que sin dudas es el más siniestro. Claro que ese planteo se sostenía en gran parte en el carisma de Midler, Parker y Najimy, que estaban magníficas: en particular la primera que construía una encarnación hiperbólica del Mal, que atemorizaba y cautivaba a la vez.

Quizás ese era el rasgo más interesante de Abracadabra, y más cuando la pensamos en retrospectiva: fue posiblemente de los últimos exponentes de un Disney que confiaba en la noción de que los villanos eran muchas veces los verdaderos motores de las historias. Por eso no había necesidad de redención, psicologismo o antagonistas que los condicionaran en sus respectivos pasados: eso vendría en el nuevo milenio, con films como Maléfica, Cruella o la misma Abracadabra 2, que, cada una a su modo, no dejan de ser dispositivos para lavar culpas por un pasado donde la villanía podía mostrar su lado atractivo. En cambio, en Abracadabra no había culpa, solo maldad y diversión, gracias a un trío al que uno amaba odiar. Y, para un niño o adolescente, no hay nada más fascinante que ese caos de sensaciones -el mismo que invadía a los jóvenes e involuntarios héroes de la película-, que es también la verdadera esencia del Disney más complejo y recordable.


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