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Pacto de sangre (1944)



LA NOUVELLE FEMME FATALE

Por Martín Philippi

(@martinphilippi)

La idea del personaje femenino que utiliza sus encantos para manipular al héroe de turno existe desde, por lo menos, el Siglo VIII a.C., cuando Homero aludió a las sirenas en su célebre La odisea. Desde entonces, este arquetipo de mujer ruin (conocido como femme fatale) ha sabido desplazarse por cada rama artística y en cada una ha dejado su huella. Sin embargo fue en el cine, más precisamente en el cine negro, donde alcanzó la cúspide de su relevancia; dejando, en ocasiones, de ser una simple villana para convertirse en la protagonista del film.

Uno de los cineastas que sentó las bases para la reconstrucción de su figura fue Billy Wilder en su obra maestra de 1944, Pacto de sangre; dotando al personaje interpretado por Barbara Stanwyck (Phyllis Dietrichson, la femme fatale en cuestión) de un cinismo brutal, concordante con su cosmovisión. Su advenimiento se produce cuando el vendedor de seguros, Walter Neff (Fred MacMurray), arriba a su morada con la intención de que su esposo, el señor Dietrichson (Tom Powers), renueve la póliza de sus autos. Sin embargo, este no se encuentra, por lo que Phyllis debe encargarse del asunto. Emergiendo desde la planta alta (como si de una especie de altar se tratase), esta hace su presentación; está completamente desnuda, una toalla blanca es todo lo que recubre su esbelta figura. Esto despierta la impetuosa lascivia de Walter que, ofuscado, hace una serie de burdos comentarios al respecto. Phyllis nota que lo tiene rendido a sus pies y rápidamente comprende que este puede ser el eslabón perfecto para llevar a cabo su retorcido plan: asesinar a su esposo y obtener dinero a cambio. Wilder enfatiza, al instante de iniciada su conversación, esta idea de dominación con una sistemática alternancia de planos picados y contrapicados.

Hacia los 50 minutos de metraje se consuma el asesinato; y junto con este el -quizá- mejor plano de la película. En un gesto de maestría absoluta, Wilder opta por hacer un primer plano a la cara de Phyllis (dejando fuera de campo al homicidio en cuestión), para mostrar el absoluto desdén con el que afronta el ahorcamiento de su esposo. Esta decisión adquiere mayor sentido aun cuando Lola (la hija del señor Dietrichson) comenta lo que vio en el rostro de Phyllis el día que su madre murió.

Por cuestiones de censura, un personaje como este no podía acabar de otra manera que no fuera muerto -o en prisión, en el mejor de los casos-, igual que los gángsters en películas como El enemigo público (Wellman, 1931) o Cara cortada (Hawks, 1932), ya que su imagen era vista como una amenaza contra las buenas costumbres de la época. Pero más allá de su desaparición diegética, el personaje -extraordinariamente- interpretado por Stanwyck continúa en el imaginario colectivo como la femme fatale por excelencia y ha servido -y sirve aún- de numen para un centenar de personajes femeninos ajenos, incluso, al cine negro, como es el caso de Catherine Tramell, de Bajos instintos (Verhoeven, 1992); Laure Ash de Femme fatale (De Palma, 2002) o Viuda Negra, del Universo Marvel.


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