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El callejón de las almas perdidas (1947)



EL ILUSIONISMO NO PAGA

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Ya en 1947 Hollywood adaptó a la gran pantalla la novela Nightmare alley de William Lindsay Gresham, publicada un año antes (y de la que por estos días se conoció una nueva versión dirigida por Guillermo del Toro). El callejón de las almas perdidas, así se conoció aquella película por estas tierras, es una producción que se relaciona con el film noir aunque no lo sea directamente. Hay elementos característicos como la mujer fatal, los hombres arribistas y sin moral, y -sutilmente- el mundo del hampa en el personaje interpretado por Taylor Holmes, pero no es estrictamente un policial o un film de gangsters. Tal vez por eso que Darryl F. Zanuck, el mandamás de la FOX, convocó a Edmund Goulding para la dirección, alguien que venía del melodrama y que podía profundizar en el carácter dramático de la historia.

El callejón de las almas perdidas es un drama de ascenso y caída, el ascenso y la caída de Stan, laburante de una feria de diversiones que se relaciona con una adivina y que comienza así a escalar en el mundo del entretenimiento y el ilusionismo. Cuenta el anecdotario que para Zanuck la novela de William Lindsay Gresham era infilmable, especialmente por su nivel de sordidez y oscuridad. Por eso que instó a un doble final donde de alguna manera se intuya una redención para el protagonista. Quien presionó finalmente para que la película llegue a buen puerto fue Tyrone Power, que venía del cine de aventuras y pretendía darle una volantazo a su carrera. Pero los resultados comerciales del film le dieron la razón al productor: El callejón de las almas perdidas fue un fracaso en taquilla, aunque eso no se condice con los resultados. Es indudablemente una gran película.

Si la estructura del cine negro permanece firme en la película de Goulding, los elementos relacionados con la magia, el ilusionismo y la clarividencia, más el clima que se respira en la feria, le otorgan al relato un aire fantástico permanente, casi de sueño (o de pesadilla, para encajar con el destino de los personajes), y eso produce también extrañeza. El arranque, con el salvaje que come animales vivos, no solo pone al espectador ante un mundo particular, sino que también exhibe la sutileza del director, manejando el horror a través del fuera de campo. “¿Cómo se puede caer tan bajo?”, dice asqueado Stan. Luego se verá qué tanto… Aunque Goulding, como los personajes relacionados con el mundo del ilusionismo que habitan la película, no le mienten al espectador: todos saben que se trata de un truco, de un engaño, que se vale de la ingenuidad del que mira; casi como el cine mismo, esa mentira que nos predisponemos a creer. Y si el exceso de credulidad suele ser una de las principales taras de los personajes del noir, también lo será para Stan, a quien la ambición lo llevará a traspasar los límites de sus posibilidades.

Si El callejón de las almas perdidas es un film noir a medias, que a su vez reflexiona sobre los propios mecanismos del género, el final no puede más que sintetizar una de sus características primordiales: el descenso de los personajes que son castigados con algún exceso de moralismo. Pero gracias al doble final ordenado por Zanuck, el film de Goulding termina acercándose al melodrama, imponiendo lo romántico por sobre la mirada terrible que la historia tiene sobre un mundo donde solo el engaño es capaz de darle a la gente unos minutos de ilusión y expectativa. Tal vez ese doble final no haya existido y solo se trate de un sueño insertado por el clarividente Stan. El crimen no paga, el ilusionismo tampoco.


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