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24 líneas por segundo: Paul Thomas Anderson, el mejor de todos

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

En los 90’s, el cine norteamericano vivió la última renovación de grandes autores hasta el momento (la anterior había sido en los 70’s). De esos años surgieron los Quentin Tarantino, los Wes Anderson y los Paul Thomas Anderson, que son a mi entender los tres grandes autores de esa generación, porque saben mezclar un cine personal con un nombre propio que trasciende los círculos académicos y se instala en el saber popular, como ocurría con los grandes realizadores del período clásico (podemos discutir si incluimos a David Fincher, pero si bien tiene cosas que me gustan, me parece que está muy por detrás y su filmografía es demasiado irregular). Si bien podemos notar maduración en el estilo y algunas complejidades en el cine de los tres (no es lo mismo Tiempos violentos que Había una vez en… Hollywood, no es lo mismo Los excéntricos Tenenbaums que La crónica francesa), hay para mí en Tarantino y en Wes Anderson cierta referencia hacia su público, ofreciendo aquello que se espera de sus películas. En redes sociales dije algo así como “para la tribuna”, y puede que sea una boutade, pero lo siento un poco así. Y ojo que disfruto mucho de sus películas, pero parten siempre de un gesto iconográfico que se repite. Por el contrario, Paul Thomas Anderson parece dispuesto a confundirnos y sorprendernos. Su figura comenzó a trascender recién con su tercer film, Magnolia, que es una película repleta de tics de autor joven que quiere sobresalir. Una película llena de intensidades temáticas y formales donde están todos, director y elenco, pasados de rosca. Amamos Magnolia porque es un festival del desborde que encuentra en Anderson a un director con la capacidad para controlarlo y hacerlo emocionante. Podría haber seguido filmando Mangolia’s o Boogie Night’s (otra película excesiva), y habría dejado una herencia gigantesca, pero Anderson eligió luego un camino trágico y barroco, y Petróleo sangriento y The Master fueron dos obras tan inclasificables como fascinantes, más la segunda que la primera. El cine de Anderson no tiene herederos pero sí herencia: Scorsese (Boogie nights), Altman (Magnolia), Welles (Petróleo sangriento)… ¡Hitchcock! (El hilo fantasma). Con El hilo fantasma pasa algo particular, podría formar una trilogía con Petróleo sangriento y The Master, pero se diferencia por una sobriedad, una serenidad y un clasicismo infrecuentes en el cine del director. Y ahora nos llega Licorice Pizza y Anderson nos vuelve a sorprender, porque deja atrás ya no solo los vicios formalistas sino también el aura trágico de sus criaturas y universos, y construye una película luminosa que conecta con todo el cine sobre la juventud y los setentas (de la película ya hablé acá). Y es una película de una belleza inusitada y una vitalidad movilizante. Y el cine de Anderson zigzaguea de nuevo, como los travelling que tanto le gustan, y nos deja boquiabiertos. Solo resta esperar la próxima maravilla que filme, que seguramente no se parecerá a nada de lo que ha hecho hasta el momento. Un director único. El mejor de todos.


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