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Vacaciones de Navidad (1989)



LO NAVIDEÑO COMO ACTO SACRIFICIAL

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Cuentan que, cuando la primera parte de Vacaciones todavía era un proyecto en gateras buscando un estudio que lo respaldara (que finalmente fue Warner Bros), el productor Matty Simmons llevó el guión de John Hughes a Paramount, donde el ejecutivo Jeffrey Katzenberg lo rechazó alegando que era “demasiado episódico”. La respuesta de Simmons -bastante acertada- fue era que era una road movie, por lo que era, por definición, “episódica”. Lo llamativo es que, en la tercera entrega de la saga, Vacaciones de Navidad, Hughes (que no había participado en la escritura de la segunda película, Vacaciones europeas de una familia americana) repitió esa estructura episódica, pero sin salir a la ruta y utilizando un espacio casi único.

Es que el film dirigido por Jeremiah S. Chechik (realizador con un breve recorrido en cine y luego focalizado casi exclusivamente en televisión) es una suma de viñetas con un esqueleto narrativo bastante básico y hasta fragmentado, centrado en los intentos de Clark Griswold por concretar la mejor Navidad posible para su familia. Lo del emblemático personaje interpretado por Chevy Chase es entre ambicioso y sacrificial: desde el comienzo lo vemos tratando de conseguir un árbol navideño gigantesco, que apenas si cabe en la casa. Después, armando una luminaria deslumbrante -literalmente- de la casa; tratando de darle cobijo a toda la parentela; armando planes en base a un bono navideño en su trabajo que se hace rogar; y un larguísimo etcétera. Esa lista de deseos de Clark -casi todos incumplibles- son la excusa perfecta para que Hughes vaya acumulando y poniendo en crisis cada uno de los lugares comunes de la Navidad, desde las compras en las tiendas abarrotadas hasta la cena familiar, pasando por los videos familiares. Todo se retuerce, de la mano de un extenso conjunto de situaciones tan divertidas como amargas, donde la incomodidad es la regla imperante.

Por momentos pareciera que Hughes odia la Navidad y al pobre Clark, pero en verdad lo suyo es ironía llevada casi al extremo de la negrura. Lo que hace Hughes es jugar con astuta crueldad -recordemos que luego escribiría los dos primeros films de Mi pobre angelito– con las expectativas alrededor del imaginario navideño y transformarlo en algo cercano a lo pesadillesco. Clark se la pasa persiguiendo infructuosamente un ideal que solo está en su cabeza y sufriendo constantemente por eso. La breve referencia a ¡Qué bello es vivir! quizás no sea casualidad: al igual que el George Bailey del film de Frank Capra, Clark la pasa para el culo el 90% del metraje y aunque trate de conservar el buen ánimo, en un momento no puede evitar explotar. Ese malestar que lo acecha interactúa con puntuales fantasías que lo muestran como un representante de esa clase media estadounidense de los suburbios que se refugia en fugaces momentos de felicidad mientras fantasea con metas inverosímiles por fuera de su existencia.

Si uno mira desde el presente Vacaciones de Navidad, con su humor aparentemente familiar pero también sexual, escatológico y políticamente incorrecto, no puede evitar darse cuenta de que fue de esas películas fundamentales para entender buena parte de la comedia de las tres décadas siguientes. Los grandes fracasos y los pequeños triunfos navideños de Clark nos anticipaban los padecimientos físicos de Homero Simpson o la incomodidad permanente trabajada por actores/autores como Ben Stiller, Will Ferrell o Steve Carell, por citar apenas un par de ejemplos. Y si Vacaciones de Navidad tenía unos últimos minutos donde se recomponía un poco el panorama y había un margen de redención para Clark, también nos regalaba un último plano donde lo mostraba completamente solo en el jardín de su casa, mientras decía para sí mismo “lo hice”, con un tono tan triunfal como cansino. Para Hughes, indudablemente, la Navidad era otro momento donde la victoria era lo que venía después de una multitud de derrotas.


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