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24 líneas por segundo: Humorista y cine argentino, asunto separado

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

El estreno de Ex casados, la película de Sabrina Farji con Roberto Moldavsky de protagonista, presentó otra vez un viejo dilema de la comedia argentina: cómo construir un relato cinematográfico alrededor de un intérprete cuya mayor virtud es saber contar chistes. Con los humoristas pasa un poco lo mismo que con los videojuegos, trasladarlos al orden narrativo que el cine precisa no siempre es satisfactorio porque la propia esencia del material parece contradecir los recursos cinematográficos. Hay un problema central en las figuras televisivas que pasan al cine: su éxito radica en el formato de sketch, que es difícil de aplicar a una narración de entre 80 y 90 minutos, aunque en ocasiones la comedia se construya como una sucesión de situaciones hilvanadas sin tanta búsqueda de rigor. Pero el humorista, que surge en la tele o que surge en el teatro, es un grado más allá en la experiencia. El humorista recita, se sostiene en la complicidad con el espectador que se siente atraído por sus anécdotas, la fuente del humor es la oralidad y no necesariamente lo visual. El buen humorista sabe construir desde la abstracción de lo dicho esas figuras que el espectador requiere para dar un marco, pero el cine ya las ofrece desde el vamos, es pura imagen. Por eso que el humorista, sin un universo sólido o sin la autoconciencia para conocer sus virtudes y puntos flacos, suele fracasar, nunca funciona, o solo lo hace en ese público ideal que es el pública cautivo. El problema del cine argentino es que reiteradamente cae en las redes del humorista de la tele, no solo por la carencia de comediantes exclusivamente cinematográficos que tiene (y habría que preguntarse qué pasa con la ficción cómica en la televisión argentina, que debería servir como reserva para el cine), sino porque son los ganchos económicos que tiene a mano ante una industria flaca en materia de éxito económico. Ex casados no fue un suceso, pero sin dudas que de los más de 22.000 espectadores que ya la vieron un alto porcentaje fue exclusivamente para verlo a Moldavsky. Y no es problema de Moldavsky, que bien hace en aprovechar el viento a favor (ya fracasaron en el intento desde Luis Landriscina y “Carlitos” Russo hasta Granados o “Pachu” Peña en las nuevas Bañeros), sino más bien del cine nacional con ínfulas de taquilla, que no sabe bien cómo hacer buena comedia, ni confiar (a excepción de Ariel Winograd) en aquellos que saben trabajar el género. Y mucho más de un público que parece tener un vínculo muerto con el cine de su país y se acerca a la sala por estímulos que no parecen ser los convenientes. Si bien no rima como otros eslóganes militantes, esta columna está segura de que humorista y cine argentino, asunto separado.


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