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Los duelistas (1977)



EL PRIMER DUELO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Ridley Scott es una suerte de rareza dentro del panorama del cine actual. Si bien no tiene la pericia del autor cinematográfico, ni desde luego su calidad, trabaja con un nivel de presupuesto enorme para su estatus más cercano al del artesano que filma cualquier material que le pongan adelante. Y no solo eso, sino que además filma constantemente: en este siglo, por ejemplo, con excepción de apenas seis años, tuvimos al menos una película de Ridley Scott cada año (en este 2021 incluso tendremos dos, contando El último duelo y, si no se posterga el estreno, La casa Gucci). No deja de ser curioso el camino recorrido por el director británico, convertido a sus casi 84 años en un laburante incesante de la industria, pero también un laburante invisible: no sé cuántos podrán reconocer que el director de Gladiador, Gánster americano, Prometeo o Éxodo es la misma persona. Una impersonalidad llamativa (algunos le llamarán eclecticismo) que no se condice con lo que Scott representó en sus impecables primeros años.

Las tres primeras películas de Scott son tres films imprescindibles y, seguramente, los mejores de su carrera. Hablamos de Los duelistas, Alien y Blade Runner, una triada que mostró a un autor cinematográfico pero además un visionario que, abrevando en obras anteriores, logró construir una iconografía que quedó para la posteridad, al menos con Alien y Blade Runner, películas copiadas y remixadas miles de veces, ya que Los duelistas, por su acercamiento a fuentes literarias y cinematográficas clásicas, tal vez haya quedado más invisibilizada. De todos modos, el film basado en la novela de Joseph Conrad y con los impecables protagónicos de Harvey Keitel y Keith Carradine, es una ópera prima fabulosa que, además, demuestra todo lo que fue perdiendo el cine de Ridley Scott con el paso de los años.

Aquella película, ambientada en la Francia de comienzos del Siglo XIX, seguía a dos oficiales del ejército de Napoleón, mientras sostenían un duelo a lo largo de una década y media. Uno de ellos, Feraud, ferviente seguidor de Napoleón, encontraba en el duelo a puro espadazo una forma de sostener una tradición y respetar el orden establecido. El otro, D’Hubert, era alguien más racional y a la vez crítico de las reglas impuestas, que terminaba preso del deseo de su contrincante. Los duelistas era una película sobre el honor, pero también sobre la política. Y más aún era una película sobre el absurdo de determinados códigos, donde la masculinidad se ponía a prueba en su sentido más ridículo. La puesta en escena de los duelos que mantienen Feraud y D’Hubert es ejemplar para descubrir la mirada del autor sobre el tema de fondo: si en primera instancia los contrincantes se miden de una forma más estudiada y estratégica, progresivamente las contiendas se van volviendo más sangrientas y desprovistas de toda elegancia, incluso ridículas y bordeando lo satírico. El respeto a reglas insostenibles termina convirtiendo a los personajes en bestias de costumbres. Y al espectador en aquellos gansos de la primera escena, que observan el duelo con dilección animal.

Los duelistas fue para Ridley Scott una carta de presentación descomunal. Pensar que en apenas cinco años el director pasaría de un film de época y al borde del qualité (del que nos rescata, cada tanto, alguna secuencia sangrienta y su energía narrativa), con ecos de Barry Lyndon, a un film modernísimo y anticipatorio demuestra una ambición que se fue apagando progresivamente hasta acurrucarse en la comodidad del cine industrial y prefabricado. En Los duelistas, el director podía ser lo suficientemente lírico y críptico para hacer referencia a un momento preciso de la humanidad, rozar la Historia y pensarla a partir de la presencia de personajes marginales con capacidad para sintetizar un mundo, o retratar el universo femenino en fricción con una masculinidad torpe sin caer en un discurso subrayado. Incluso podía cruzar referencias a otras artes, como el último plano que se refleja en la pintura Napoleón en Santa Elena de Franz Josef Sandmann, sin que la cita sea un capricho o un antojo y, por el contrario, defina a un personaje (y a todo lo que sigue luego del fin) sin la necesidad de palabras.

Película sobre los códigos y la honorabilidad, es también la puesta en escena de un momento en el que el mundo cambió, representada por dos personajes arquetípicos que combaten sus ideas a espadazo limpio. Que Scott haya confiado en sus inicios en lo corporal, en una película puramente física y maleable, casi deportiva, es una muestra de todo lo que olvidó en el camino, aunque su éxito a la hora de acomodarse en el discurso cinematográfico del presente es también una muestra de cómo al cine cada vez le importa menos el cine.

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