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El arte de gestionar un festival de cine (primera parte)

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Dio la casualidad de que, durante agosto, cuando se aceleraban los preparativos finales para la séptima edición de nuestro Festival Internacional de Cine de Comedia FUNCINEMA, yo estaba cerrando de manera definitiva un trabajo final para una especialización en gestión cultural; y que el 30 de septiembre, justo unos días después del último fin de semana del festival, yo estuviera presentando una ponencia que resumía ese trabajo en unas jornadas de investigación. Menciono esto porque el estudio que hice gira alrededor de los festivales de cine realizados en Mar del Plata, con foco en tres casos: el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, el MARFICI y, precisamente, FUNCINEMA. Como parte del proceso, tuve que hacer entrevistas a integrantes de las organizaciones de los tres festivales: Pablo Conde en el primer caso, Pablo Jacobo en el segundo y Mex Faliero en el tercero. Fue un trabajo que arrancó durante el segundo semestre del año pasado, cuando todo era incertidumbre por la pandemia, y que se terminó en meses durante los cuales empezó a despejarse, aunque hay incertezas que se mantienen. Sin embargo, en las conclusiones a las que arribé prevalecen desafíos, obstáculos y dilemas que se sostienen más allá de la coyuntura pandémica. La pandemia, en muchos aspectos, solo vino a confirmar o potenciar restricciones que ya existían previamente. A la vez, permanece una cierta épica -de medio tono, hay que decirlo- marcada por una constante resiliencia: los festivales se deben hacer, aunque sea contra todo y todos, desde los públicos esquivos al escaso apoyo gubernamental, pasando por los vaivenes económicos del país y hasta las limitaciones propias de las organizaciones. Y claro, un bichito que en estos dos últimos años no acabó con el capitalismo, pero puso en crisis toda clase de emprendimientos. Por eso también es necesario aferrarse a las pequeñas victorias, lo cual pude apreciar de manera muy patente en esta última edición de FUNCINEMA, a medida que me llegaban las noticias sobre la cantidad de espectadores que arribaban para cada función. Es que la épica no se construye sola: si no hay un público que la asimile y dialogue con ella, es apenas un discurso vacío. La épica acá también la aportó y cimentó finalmente la audiencia, reapareciendo o renovándose -contra muchas barreras propias y/o ajenas- luego de dos años para un evento ya de por sí muy humilde en su estructura y que se repensó de forma aún más diminuta este año, con todas las precauciones del caso. Quizás esa sea una señal de que el festival puede estar en condiciones de construir un sentido de comunidad donde los espectadores tengan una participación decisiva en el armado del evento. Eso no significa condicionar la programación a lo que se presuponga sobre la eventual recepción, pero sí encontrar mecanismos para que los públicos se sientan cada vez más parte de la experiencia del festival. Todas estas líneas de análisis aplican no solo a FUNCINEMA, el MARFICI o el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, sino a cualquier festival, en cualquier territorio y no solo de cine, aunque lo cinematográfico tenga sus particularidades. Y no viene mal continuar reflexionando sobre estas y otras cuestiones, de cara a un 2022 que también aportará sus propias dosis de incertidumbres y retos. Aunque no lo parezca a simple vista, gestionar un festival de cine es todo un arte, que requiere de la incorporación y aplicación de múltiples conocimientos. Y para gestionar mejor, nada más necesario que el aprendizaje y la reflexión a partir de la experiencia.

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