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24 líneas por segundo: Expectativa por el aburrimiento

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Por algún motivo que a uno se le escapa, mucha gente esperaba la versión de Duna de Denis Villeneuve. Así lo hacían saber con la salida de cada tráiler o con la difusión de imágenes o con las consultas a los medios respecto de su demorada fecha de estreno. En Funcinema nos pasó. La adaptación de la obra de Frank Herbert ya había presentado sus problemas en el pasado y, por lo visto, se trata de un material difícil de abordar. Pero los problemas que muestra esta nueva versión exceden a la obra y su farragosa sumatoria de capas, personajes, subtramas y demases. Los problemas -pienso- se corresponden con una forma y un tono que el cine mainstream ha ido incorporando progresivamente y que hoy parece ser la norma. En verdad no es ilógica la expectativa alrededor de la película de Villeneuve, porque el director es uno de esos nombres propios que han sabido instalarse en el panorama de ese (anti)cine del presente. Y se instaló, claro, con los tonos y las formas de ese (anti)cine. Que son, básicamente, una seriedad irrenunciable y una solemnidad exacerbada, como si estuviera revelándonos algún saber ancestral que no merece ninguna distracción, todo narrado sin gracia y con devoción por las imágenes inmóviles, cercanas a la estampita. Seguramente ese carácter entre marmóreo y ceremonioso, que Villeneuve practica desde siempre y que desde La llegada aplica a fantasías fastuosas y destinadas al gran público, es lo que genera la fascinación sobre su obra. Porque quién se atrevería a tomar poco en serio a alguien que se toma tan en serio a sí mismo. Su Duna es una película de dos horas y media que está planteada como una aventura espacial, una suerte de space opera plagada de traiciones palaciegas y negociaciones políticas, mientras vamos viendo el camino del héroe del protagonista (Timothée Chalamet, actor joven y pretencioso, parece ser el intérprete ideal para este mastodonte insoportable). Villeneuve demuestra que conoce cada recurso de este tipo de relatos, pero desde la puesta en escena se empecina por quitarle todo lo emocionante, lo arriesgado y lo potencialmente divertido que puede tener una historia de estas características. Su nivel de torpeza como narrador es tal, que cada secuencia de acción parece lastrada a propósito por el montaje a partir de una culpa de cineasta/autor que no se permitiría contar apenas una de tiros. Algo que persigue a cierto público, también demasiado creído de sí mismo, que solo acepta estas historias si siente que le están contando algo más complejo y anulando la diversión. Porque, se sabe, la diversión es banal y hay que exterminarla. Por qué negarlo, hay un aire de superioridad que sobrevuela el concepto de todas estas películas, que va de un lado al otro de la pantalla. A esta altura lo que no entiendo es si estas películas generan un público determinado o si la presencia de este público motiva a que existan películas como esta. De otra manera, y teniendo en cuenta los abrumadores antecedentes del director, no habría motivos para esperar ninguna película suya. La Duna de Villeneuve es una película pedante, que no arranca nunca, pretenciosa, carente de vida, de diálogos susurrados y actuaciones con cara de piedra (Jason Momoa es el único que parece querer jugar otro juego), de música omnipresente, a la que por eso mismo le auguro muchísimo éxito.


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