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Claudia Piñeiro, los evangélicos y la misma historia de siempre

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

Convengamos que los evangélicos –o más bien Aciera, la agrupación que nuclea a las organizaciones evangélicas- dejaron servido todo en bandeja: el comunicado en el cual se repudiaba a la serie El Reino y en particular a su co-creadora, Claudia Piñeiro, era bastante exagerado y funcional a quien atacaba. Bastaba simplemente con ignorar esa ficción destinada a estar de moda unas semanas en Netflix. Hasta fue poco lúcido el introducir en el texto la palabra “censura” -aunque fuera para aclarar que no buscaba esa acción-, que es todo un tema en sí mismo y que puede ser manipulado muy fácilmente. Pero también es cierto que ya cansa la vocación constante del ámbito artístico argentino por victimizarse. Más aún porque, así como Piñeiro tiene todo el derecho del mundo a crear y manifestar lo que sea sin preocuparse por si ofende a alguien, también existe el derecho a ofenderse y manifestarlo por lo que pueda transmitir esa obra. Y Aciera, como agrupación representativa de un sector religioso, ejerció ese derecho frente a una serie que presenta una mirada cuando menos estereotipada y esquemática sobre la fe evangélica. Sin embargo, es indudable que Piñeiro ya conoce y se siente cómoda en un rol de víctima que, lejos de ser provocador, es bastante conservador. Es que la dinámica ya es harto conocida: hay alguien con poder y llegada a los medios (en esta circunstancia, Piñeiro) que cuestiona a un sector que también tiene su cuota de poder (los evangélicos) y cuando este último reacciona con cierta virulencia, se declara atacado e indefenso, para que enseguida lleguen las manifestaciones de solidaridad y repudio de colegas y otras personas que quieren quedar bien con una tribuna pretendidamente progresista. El mecanismo es siempre el mismo, lo único que cambian son los nombres, mientras la libertad nunca corre el más mínimo peligro más allá de las declaraciones pirotécnicas de los “ofendidos”, las “víctimas” y los “solidarios”. En este caso, a nadie parece llamarle la atención que la exhibición de la serie en la plataforma y su difusión en los medios se mantuvo sin alteraciones: es más, se potenció a partir del mini-escándalo, que le vino bárbaro a Piñeiro y quizás también a Aciera, porque no hay nada mejor que tener un enemigo visible para aglutinar a los propios. En el medio, se pierden de vista debates potencialmente más atractivos sobre la calidad del material artístico en cuestión. A lo sumo, el pequeño episodio alrededor de El Reino es una muestra más del nivel de la discusión cultural en la Argentina: lo que vemos casi siempre es a mucha gente actuando (bastante mal) provocación, ofensa, victimización, repudio y solidaridad en una especie de obra teatral carente de interés. Ya no hay argumentación, crítica o disputa dialéctica, sino poses, gritos y gestualidades exageradas, en un círculo vicioso que no parece tener una salida a la vista y que se ha profundizado gracias al auge de las redes sociales. Mientras tanto, los poderes y poderosos siguen haciendo sus negocios de siempre. En esto último, Piñeiro y los evangelistas no solo se retroalimentan y son funcionales entre sí a partir de cómo se relacionan con sus respectivos públicos: también encarnan, en el fondo, el mismo rancio conservadurismo dentro de un campo cultural agotado y agotador.

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