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Poder que mata (1976)



Y NUESTROS HIJOS VIVIRÁN PARA VER ESE MUNDO PERFECTO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Ned Beatty, que murió la semana pasada, era un actor maravilloso. Sin el suficiente carisma para convertirse en estrella, pero con el aplomo de esos enormes secundarios que han ayudado a construir buena parte del cine norteamericano. Pero además de su talento, tenía una particularidad que lo distinguía: desde la claridad de no poseer ese sentido abstracto que convierte a la gente en primera figura, tenía el olfato para construir personajes escurridizos, de mente reptil, villanos que no son decididamente villanos y que hasta tienen un encanto particular que seduce. Digamos para hablar en presente, eso que han sabido hacer tipos como Danny DeVito u Oliver Platt, construir criaturas que llegan hasta el límite de incomodar al espectador. Para saber hacer eso hay que ser, claro, también un gran comediante. Y Beatty lo era. También un gran actor de voz, que interpretó al último gran villano del cine, el oso Lotso de Toy Story 3. Una de sus actuaciones más icónicas fue en la película de 1976 Poder que mata, de Sidney Lumet, donde interpretó al empresario Arthur Jensen, el dueño de la cadena televisiva que contenía a todos los personajes de esta sátira pesimista sobre los medios de comunicación. Si bien en los 70’s Beatty tuvo bastante protagonismo en películas importantes, fue esta la que le dio su única nominación al Oscar, con la singularidad de que solo tiene dos escenas en 121 minutos, aunque su personaje es una sombra constante que agobia a los protagonistas. El plano con el que Lumet introduce a Jensen llega recién como a la hora de película y es excelente: tenemos a Frank Hackett (Robert Duvall) dando una charla de esas que los súbditos dan en los altos niveles empresariales, y la cámara acompaña el relato en off mientras pasea por todos los rostros sentados en esta mesa, hasta llegar a Jensen, quien asiente y da paso a que se avance en una decisión corporativa. Finalmente el demonio se hizo presente y tiene el rostro de Beatty: claro, hay ahí algo que preludia la tragedia.

No solo es formidable ese plano, sino también la otra escena, esa en la que Beatty se luce y que claramente le valió la nominación. Allí, Jensen se reúne con Howard Beale (Peter Finch), el periodista que en evidente desacople psiquiátrico, y sin los límites que imponen los códigos sociales aprendidos, se convirtió en estrella televisiva como un mesías que da sermones sobre el poder y cómo combatirlo. Hay que decir que Poder que mata es un fiel representante de esa idea que se tiene sobre el cine norteamericano de los 70’s, pesimista y político, oscuro y trágico; pero también enormemente subrayado. Todo el elenco está un tono más arriba de lo deseable, en actuaciones crispadas de esas que se consideran “comprometidas” y que ganan premios. Y en la cima de la sobreactuación aparece Finch (cabeza a cabeza con Faye Dunaway), que al menos tiene la coartada de estar interpretando a un personaje con un trastorno. Jensen sienta a Beale en la cabecera de una larga mesa, se dirige a la otra punta, cierra las cortinas y deja el ambiente en penumbras. Y ahí comienza su show, su puesta en escena, que arranca con una imitación del tono con el que Beale habla en su programa, aunque parece también una burla del propia Beatty a los registros actorales que la película maneja. Y todo continúa con un speach sobre cómo en el mundo ya no hay fronteras, y cómo entre la gente ya no hay distancias y las naciones han sido reemplazadas por empresas transnacionales. E incluye en su monólogo aquello de “y nuestros hijos vivirán para ver ese mundo perfecto”, que en aquel momento tal vez parecía el presagio de un trasnochado, pero que 35 años después luce tan cercano y real con la globalización que nos engloba. Y a Beatty no le hace falta nada más para convertirse en el ser más temible, aunque siempre simpático y con una sonrisa compradora.

De todos modos y con todo lo que podemos discutirle a Poder que mata, integrante de ese cine de los 70’s que inspira buena parte del cine feo que se hace en el presente (el cine pretendidamente político y subrayado, aunque aquel al menos tenía cierto vigor), luce abrumadoramente real tres décadas después. Especialmente en su mirada sobre el periodismo y la televisión, donde el show y la complicidad con el espectador se imponen al rigor y el dato (ese conflicto está representado en la subtrama algo derivativa que protagonizan William Holden y Dunaway). Mientras ese mismo año Todos los hombres del presidente brindaba una mirada más romántica sobre la profesión, el film de Lumet presenciaba absorto cómo el mundo empresarial comenzaba a devorarse a tal vez la única actividad que brinda(ba) un control sobre el poder. Fue en los 70’s cuando las empresas comenzaron fusiones agresivas que derivaron en la reconversión de medios en empresas periodísticas (sobre ese momento del mundo dice algo interesante Javier Porta Fouz acá). Y los Arthur Jensen del mundo triunfaron, aunque ya no tienen el rostro de Ned Beatty para hacernos creer que, al menos, el demonio tiene un poco de autoconciencia.

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