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La historia de las palabrotas – Temporada 1

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

El concepto que impulsa a La historia de las palabrotas está en su mismo título y desde ahí sustenta tanto su simpleza como su atractivo. En este caso en particular, al ser una producción estadounidense, el repaso histórico está focalizado en seis palabras en inglés usadas mayormente por los norteamericanos: fuck, shit, bitch, dick, pussy y damn. Hay un conjunto de aciertos en el formato aplicado por la serie que vale la pena enumerar. En primer lugar, la duración de los episodios: no más de 21 minutos, que llevan a que cada capítulo tenga un ritmo ágil y llevadero, a tal punto que se pasan volando. En segunda instancia, el llevar a cabo la exploración de los significados y recorridos de cada palabra a través de explicaciones, diálogos y declaraciones de expertos en lenguaje y comunicación, además de artistas mayormente dedicados a la comedia. Y, en tercer lugar, la elección como conductor de Nicolas Cage, uno de los grandes emblemas de las puteadas de todo tipo, de quien hay que decir que hace muy bien su trabajo: es cierto que se hace un festín en cada segmento que le toca, pero siempre en función de lo que se tiene que contar y sin montar un show propio que opaque todo lo demás. Todas estas virtudes hacen de la serie un producto muy llevadero, que indaga de forma bastante inteligente en cómo los cambios de época afectaron a las palabras y los debates en torno a ellas. La fluidez de la serie, desprovista mayormente de solemnidad, hasta permite conocer algunas curiosidades tan arbitrarias como divertidas: por ejemplo, el dato sobre quién es el actor que más insultos pronunció en la pantalla grande, que aquí no revelaremos porque no deja de ser sorprendente. Sin embargo, así como la serie analiza cómo las agendas sociales condicionan el uso de las palabras (y cómo hubo marchas y contramarchas a lo largo del tiempo), no puede evitar el terminar condicionada por una de las agendas del presente. Estamos hablando de la del feminismo estadounidense, que ha sido replicada en otras latitudes y que muchas veces exuda una corrección política lindante con el didactismo e incluso el puritanismo. De ahí que sea llamativo y a la vez predecible que los episodios F**k, Sh*t, Damn y -en menor medida- D**k sean los más libres y divertidos, mientras que Bitch y Pu** y caen en una discursividad un tanto agotadora, con reivindicaciones de género bastante forzadas y quizás demasiado tranquilizadoras. Allí es donde la serie falla en promover una discusión más profunda y enriquecedora, quedándose en las superficies de la corrección política. Eso se nota de manera mucho más cabal en los testimonios de varios comediantes, más preocupados por ir a favor de la corriente que por aportar un humor más corrosivo. En un punto, La historia de las palabrotas, un poco involuntariamente, es un testimonio de la época en que vivimos: una donde hay que tener mucho cuidado con lo que se dice y donde muy pocos se atreven a romper las convenciones implícitas y explícitas.

-Los seis episodios de La historia de las palabrotas están disponibles en Netflix.

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