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Funcinema

MAR DEL PLATA 2020: mini-críticas de Funcinema

Un repaso por la programación de la 35ª edición del Festival Internacional de Mar del Plata con las Mini-Críticas del staff de Funcinema. Mini-críticas que recorren veloz y ampliamente las diversas secciones. Y también recomendamos cuáles no cruzarse. (60 películas reseñadas)


1982, de Lucas Gallo / 6 puntos


A comienzos de la década del ‘80 la televisión color era el medio masivo por excelencia. Este preámbulo un tanto obvio, no tan lejano en el tiempo, da un marco necesario a 1982, ópera prima de Gallo. El año es una clara referencia a la Guerra de Malvinas, el conflicto bélico que supuso una dura derrota y desgastó a la sangrienta dictadura cívico-militar que gobernó entre 1976 y 1983. Gallo se focaliza en el registro televisivo montando cronológicamente el enorme aparato de propaganda que supusieron 60 minutos y el especial Las 24 horas de las Malvinas (además de algunas publicidades oficiales), mostrando la uniformidad discursiva y la manipulación informativa en torno al conflicto. El documental se segmenta a los fragmentos televisivos expuestos de la forma más fidedigna posible. Sin embargo, sabemos que el montaje es una herramienta narrativa y hay una elección consciente de esos fragmentos, plantear que se trata de una exposición sin intervención porque se carezca de una voz en off o separadores que condicionen la lectura del visionado sería engañoso. Hay aquí un valioso trabajo de archivo, pero su especificidad acota los límites del documental, en particular cuando se conoce el enorme aparato propagandístico de la dictadura. Cristian Ariel Mangini


Adiós a la memoria, de Nicolás Prividera / 9 puntos


Existen algo así como las intervenciones de Nicolás Prividera. Es un género discursivo que incluye su participación en diversos sitios, sus opiniones y discusiones sobre cine argentino/política/representación y, por supuesto, sus películas. Es difícil discernir cada esfera en tanto y en cuanto forman parte de un pensamiento que avanza, interpela, propone y polemiza. Adiós a la memoria es una gran película que abarca varias aristas y completa una especie de trilogía ensayística con M (2007) y Tierra de los padres (2011), aunque cada una de ellas tiene su propia fuerza. La diferencia, tal vez, es que en esta oportunidad hay una suma de capas y se resuelve a través del excelente montaje algo muy difícil: un justo equilibrio entre las partes. El punto de partida es la memoria (“ese arte del olvido” decía el autor de un estudio sobre la autobiografía), planteada en dos escenarios principalmente. Por un lado, el olvido del padre, quien padece Alzheimer; por el otro, el olvido colectivo de un país que aún no resuelve su complicidad con la existencia de dictaduras y embates neoliberales feroces. A lo largo de la película, el vaivén entre lo privado y lo público es el resorte sobre el que se apoya una voz en off que aguijonea, pregunta y postula un diálogo con los espectadores. El fantasma de Gramsci (más insomne que nunca) atraviesa gran parte de los argumentos a los cuales se suman Benjamin, Deleuze, Freud, entre otros. Sin embargo, más allá del mosaico de citas que se pone en escena, también la cuestión afectiva es muy fuerte si se considera que es el hijo quien ahora filma al padre. No obstante, a diferencia de una cantidad considerable de relatos en primera persona que son recurrentes en el regodeo sentimental o repiten fórmulas de ciertos horizontes de referencias, Prividera opta por un acercamiento interrogativo hacia el cuerpo del padre y a su propia historia. Nada es conclusivo, todo se transforma, como la película misma que vemos, armada con diversos registros, archivos y texturas. Guillermo Colantonio
(NdR: esta reseña es una síntesis de la publicada acá)


Al morir la matinée, de Maxi Contenti / 7 puntos


Un asesino en serie ingresa a un cine y comienza a eliminar uno a uno a los pocos espectadores que hay en la sala. Esta película es disfrute puro, es cine de otra época, en la que el terror se veía en salas y también en VHS. Se pueden encontrar referencias de muchas películas, Demonios (1985), Angustia (1987), Popcorn (1991), por nombrar algunas. Todos los estereotipos, están: el viejo cascarrabias, los jóvenes tontos, la pareja con escena de sexo graciosa (sin mostrar desnudos, eso quizás es mas de esta época de corrección política), protagonista heroica y un niño curioso que por quedarse escondido para ver la próxima película termina siendo testigo del horror de la pantalla y del que sucede en la sala. Los colores son influencia del giallo, pero el resto está más cercano al universo del subgénero slasher. No hay trasfondos psicológicos en el asesino, todo es inmediatez, se explica poco y se acciona rápido. Los diálogos son absurdos, no profundizan nada, sirven de excusas para llegar al próximo crimen. Todo esto que podría ser una falencia en películas actuales se transforma en virtud porque nos lleva como una máquina del tiempo a esa Montevideo de 1993 (que puede ser cualquier otra ciudad). Por último, decir que Contenti elabora el más sentido homenaje en vida a un luchador del cine de género latinoamericano, me refiero al gran realizador Ricardo Islas. No solo tiene un papel en la película, si no que un film suyo se proyecta en la sala (Frankenstein: day of the beast -2011-) mientras el asesino mata. Muchos seguramente podemos reflejarnos en el niño escondido en la sala mirando una película “prohibida de terror” en esos viejos cines continuados o matinée. Tapándonos la cara un segundo, para después seguir viendo la escena sangrienta, excusa para contarle en el recreo a los compañeros del colegio, con exageración, eso que habíamos visto. Gabriel Piquet


Anunciaron tormenta, de Javier Fernández Vázquez / 7 puntos


Este documental no innova en nada desde lo estético, el uso de material de archivo es poco, pero todo tiene un porqué. El hecho fue olvidado, marcó a toda una comunidad y no se quiere hablar del tema, inclusive algunas entrevistadas no quieren salir en cámara, no por miedo, sino por una creencia que habla de la imagen tomando el alma (de alguna forma mantener sus raíces que les fueron quitadas). Teniendo solo relatos orales y algunas fotos, mas expedientes de lo informado a las autoridades de la época, ¿qué podría hacerlo interesante? La historia es tan intensa, que escucharla nos va llevando a siglos de colonización sin sentido apañados por la Iglesia Católica y da impotencia. Esto ocurre en 1904 en Guinea Ecuatorial, Africa, es la muerte de Esaasi Eweera, el líder de los bubi, que se enfrentó a los colonizadores españoles y a los misioneros que la Iglesia tenía en el lugar. Esaasi anticipó todo lo que finalmente sucedió, no quería a los hombres blancos porque los iban a sacar de sus tierras, los esclavizarían y tratarían de transformarlos inculcándoles su religión. El relato oficial dice que Esaasi murió en un hospital muy enfermo, pero nunca aclaran todo el proceso que lo llevó a terminar de esa manera (fue torturado y se negaba a comer por miedo a ser envenenado). Para eso el director logra hacer un trabajo de investigación antropológica muy interesante, además de poner en choque aquel discurso oficial que se mantuvo por años. Da miedo ver cómo hasta hoy cuesta que se hable en bubi. Todo este tiempo de colonización, machacaron la idea que esa tierra no era de ellos y que tenían que agradecerles a sus conquistadores. Sobre el final del documental hay un homenaje a Esaasi Eweera y a los bubi para mantener viva su historia. Gabriel Piquet


Atarrebi et Mikelatis, de Eugene Green / 6 puntos


La nueva película de Green es la adaptación de una leyenda vasca hablada en euskera. Si en términos generales el cine del director propone mecanismos de distanciamiento (son habituales, por ejemplo, la frontalidad de los planos/contraplanos en los diálogos y el estiramiento temporal de dichos intercambios), la cuestión lingüística aumenta más ese enrarecimiento característico de sus imágenes. En esta oportunidad, la cosmovisión mítica de una comunidad se funde con signos propios del imaginario contemporáneo. Es de este modo que podemos hallar un diablo que escucha rap y goza de un semblante juvenil, y dos hermanos que son educados por él a partir del deseo de una madre que se los sirve en bandeja. El drama surgirá cuando uno de ellos elija volver al mundo. Con una intencionalidad satírica y un trabajo formal sustentado en una variada paleta de colores, Green propone una historia por momentos desangelada y en otros (sobre todo en el infierno, que siempre será encantador en pantalla) más divertida, aunque excedida frecuentemente en el alejamiento emocional. Guillermo Colantonio


Boriya, de Sung Ah Min / 7 puntos


Una característica bastante reconocible del cine infantil oriental es la sutileza para abordar los conflictos, y este corto surcoreano no es la excepción. El film, centrado en una niña de siete años que debe lidiar con una rutina y cotidianeidad en el campo que le resultan tediosas, plantea un proceso de aprendizaje definitivamente contemplativo, incluso casi filosófico. Con una animación lindante con lo impresionista y focalizada en el paisaje, la narración trabaja con inteligencia el contraste entre la mirada particular de la protagonista y el entorno que la rodea. A pesar de algunos pasajes algo redundantes y que no llegan a sumar a la trama, estamos ante un pequeño cuento muy bien llevado. Rodrigo Seijas


Bosquecito, de Paulina Muratore / 7 puntos


A veces, con unos pocos recursos se puede construir una aventura atractiva, y este corto nacional lo demuestra. Acá tenemos a una niña, Mizu, que descubre un retoño en el bosque y vuelve a todos los días a regarlo, con esa dedicación casi obsesiva que muchas veces los chicos desarrollan de manera espontánea. Los años pasan y ambos -Mizu y el árbol- crecen, aunque al mismo tiempo el bosque va siendo deforestado, hasta que un día llega una lluvia torrencial, todo se inunda y ella trata de salvar su vida aferrándose a ese árbol que ayudó a crecer. Con prácticamente un solo plano (hay otro, muy breve, cerca del final), el film consigue recrear el paso del tiempo y las tensiones que acarrea, además de entregar dos personajes que generan una empatía inmediata con apenas unos pocos gestos y trazos. Rodrigo Seijas


Cartas de una fanática de Whistler a un fanático de Conrad, de Claudia Carreño Gajardo / 4 puntos


El viaje que el pintor James Abbott McNeill Whistler realizó a Valparaíso en 1866, que significó un punto de inflexión en su estilo, es la base sobre la que la directora Carreño Gajardo construye una película que busca reflexionar sobre el arte y su relación con la navegación. El tránsito epistolar entre la narradora y Pedro, su destinatario, es leído por la voz en off de la directora, que cuenta datos de la vida de Whistler y ensaya algunas ideas sobre la naturaleza, su representación, y también sobre los artistas que deciden conocer la parte acuática del mundo. Cita a Conrad, a Calvino, al propio Whistler, y superpone los cuadros del pintor con las imágenes brumosas del Valparaíso actual, donde la cámara se detiene con una contemplación somnolienta. También aparece el registro en video de una expedición de rescate a la Antártida, que se conecta débilmente con el resto del conjunto, y ese problema se extiende a todo el film. Todo lo que vemos, y que con el paso de los minutos se va volviendo más abstracto (como las imágenes de peces en negativo o el brillo saturado de un témpano), se acumula de manera arbitraria sobre la anécdota inicial, a la que la directora vuelve cada tanto para justificar lo que está mostrando. Si bien todo tiene que ver con el mar, la organización pareciera responder más a una experimentación caprichosa que a una necesidad real, narrativa, de la película, que pese a sus 72 minutos se vuelve una experiencia tan larga como aburrida. Marcos Ojea


Chico Ventana también quisiera tener un submarino, de Alex Piperno / 5 puntos


En la cima de un monte en una región asiática, los lugareños encuentran una caseta o cabina que aparece de la nada. Creen que es una maldición, por eso intentarán destruirla. En paralelo, un joven que trabaja de limpieza en un crucero que navega por la Patagonia, pasa por una puerta escondida en uno de los camarotes del barco hacia el departamento de una mujer en Montevideo. Estas historias tendrán un punto en común en el final de la película. Es un film que intenta jugar con el fantástico y generar humor absurdo, pero lo cansino del andar del personaje del barco y unos diálogos también un tanto monocordes no ayudan a empatizar con los personajes. Todo el clima para encontrar la puerta y el derrotero del personaje por ese crucero de ricos es interesante, como así también la historia de los asiáticos de la aldea ofreciendo animales para evitar la supuesta maldición que les trajo la cabina. Pero toda la situación al pasar al departamento de la joven y generar una tensión sexual entre ellos no está muy lograda. La película genera la sensación de que se pensaron dos historias diferentes y tuvieron que encontrar una excusa para unirlas. Gabriel Piquet


Come true, de Anthony Scott Burns / 4 puntos


La secuencia inicial nos adentra con paso lento y seguro hacia el interior de una caverna, que parece salida de la imaginación de H.R. Giger: una arquitectura metálica de cuerpos que se funden en la oscuridad, y un camino que conduce hacia una figura imponente y amenazadora, en el límite de lo humano. Luego sabemos que eso no es más que una pesadilla recurrente de Sarah (Julia Sarah Stone), una adolescente que, después de escapar de su casa y sin un lugar fijo para dormir, se anota en un programa en el que se realiza una investigación sobre los sueños. Con un arranque interesante, la nueva película de Burns pronto deriva en una trama con elementos de la literatura de Philip K. Dick o del cine de Vincenzo Natali (que oficia de productor), pero sin una idea clara sobre qué es lo que quiere contar. Una puesta en escena que mezcla lo que parece ser la ciencia ficción después de Black Mirror con un terror pudoroso y estilizado, y un tono que pierde cohesión y hasta coquetea con el drama romántico. La potencia visual de los sueños se pierde ante el uso insistente, y lo mismo sucede con la tesis central de la historia: sin creatividad (o con pereza) para desarrollarla, rápidamente se agota. Lo que queda es una película sin tensión, con personajes planos, una fotografía vintage que es la norma de cierto sci fi existencialista, y un escaso sentido del entretenimiento. Marcos Ojea


Como el cielo después de llover, de Mercedes Gaviria / 6 puntos


La directora vive en Buenos Aires y es sonidista. Vuela a su Medellín natal para estar en el rodaje de la última película de su padre, el director Víctor Gaviria, que no filma hace mucho. A través de imágenes de archivo de su niñez, vamos conociendo a su familia, una madre antropóloga que escribe un diario personal, un hermano negado con la imagen o por lo menos no contento con la idea de su padre y hermana de filmar constantemente situaciones de su vida cotidiana. El rodaje de la película de su padre, que trata de un violador apodado “El Animal”, le traerá varios cuestionamientos a la realizadora por cómo se trata este tema. Esta parte se lleva uno de los mejores momentos del documental, cuando la realizadora filma una especie de backstage y hay escenas que le incomodan y cuestiona la mirada de la película de su padre. Víctor Gaviria es el eje del documental, mientras los otros integrantes de la familia pierden peso, principalmente la madre, de la que nos queda muchas cosas por saber y, por supuesto, conocer qué opinión tiene sobre su marido. Es verdad que en un momento se dice que prefirió el silencio, pero en ese no decir hay cosas guardadas que hubiera sido interesante que el documental las explore. Sobre el final la realizadora enumera todas las preguntas que se hizo durante el film. Son muchas, quizás ese sea el problema. Se abarca mucho, no llegando a empatizar con todo lo que quiere contar. Gabriel Piquet


Cortázar & Antín: cartas iluminadas, de Cinthia Rajschmir / 6 puntos


Consagrada fundamentalmente al intercambio epistolar entre el escritor y Manuel Antín, director que se animó antes que nadie al desafío de llevar a la pantalla cuatro cuentos en tres adaptaciones (La cifra impar, Circe e Intimidad de los parques), la primera impresión es que hubiera dado para más. El resultado parece un tibio acercamiento, no desprovisto de interés, pero concebido desde un lugar analítico más bien neutro, sobre todo cuando se tocan lateralmente aristas ideológicas. Dos ejemplos son elocuentes al respecto e involucran a Ponchi Morpurgo, escenógrafa y mujer de Antín, una de las voces familiares que se escuchan. En un momento, cuando narra los motivos del exilio de Cortázar no se atreve a mencionar la palabra peronismo. Más adelante, acusa de infantilismo al escritor cuando adhiere a la revolución cubana, hecho que resintió el intercambio epistolar con los Antín. Lejos de preguntar, de hallar un espacio de disidencia en el documental (independientemente de las opiniones personales), hubiera sido enriquecedor profundizar en ese aspecto, que no es menor. Este, tal vez, sea uno de los espacios en blanco de una película que genera la impresión de que hubiera dado para más. Pero lo que le preocupa a la realizadora es más bien un registro expositivo, de neta complicidad con el director argentino que, por otra parte, es quien tiene los materiales más destacables, entre ellos, las fonocartas donde se escucha la voz joven de un Cortázar en ciernes, con esa intensidad surrealista al hablar, atravesado por las dificultades de tener que escribir los guiones de sus propias historias. En todo caso, parece una película hecha por una amiga de Antín. No está mal que así sea. Eso también da lugar a momentos afectivos e íntimos. Dos ejemplos bastan para confirmarlo. Una es la anécdota cuando escritor y director ven La cifra impar en una función privada y Cortázar le suelta: “Pibe, entendí mi cuento”; la otra, es la voz de Antín leyendo la última carta del cronopio enmarcada en un cuadro. Al final, cuando la cosa se pone linda, la película termina. Guillermo Colantonio


Deja que las luces se alejen, de Javier Favot / 7 puntos


El protagonista de este relato que cruza la ficción con elementos del documental vive solo en una casa que parece estar aislada entre el monte. Tiene algo guardado, que parece salir a flote cuando ve un grupo de mochileros que acampan cerca de su casa. La película está dividida en dos partes, toda esa primera mitad en la que conocemos al personaje, sus hábitos, su día a día, y la segunda mitad en la que va a buscar a un amigo que vive en una zona más urbanizada (sigue estando presente la naturaleza, pero hay más casas). El director trabaja con un registro cercano al documental en la primera mitad, utilizando elementos que enrarecen secuencias. La escena del caballo o todas las imágenes relacionadas con los incendios, los bomberos, que parecen sacadas de una película de ciencia ficción. A los 30 minutos hay un monólogo interno del personaje que dice algunas cosas, y que está un poco sobre-explicado. Cuando en la segunda mitad llega a la casa de su amigo, ahí se marca más el relato narrativo tradicional. Hay una escena muy interesante en la que dialogan mientras fuman (con un tema de Joy Division de fondo), en la que descubrimos algunas historias de su pasado. Es una película interesante, genera climas, hay un uso del montaje o edición con un ritmo envidiable; sin ser rápido, no se aletarga en mantener las imágenes innecesariamente cuando intenta ser contemplativo. Gabriel Piquet


Edición ilimitada, de Edgardo Cozarinsky, Santiago Loza, Virginia Cosin, Romina Paula / 5 puntos


Compuesta por cuatro cortos, Edición ilimitada busca indagar sobre la forma en que la literatura atraviesa la vida de sus protagonistas. El escritor anciano con problemas en la vista (Cozarinsky), la relación entre un poeta adolescente y su maestro (Loza), la escritora novel perdida en una fiesta del ambiente cultural (Cosin) y los alumnos de un taller literario que discuten sobre una obra de teatro (Paula). Mientras los dos primeros segmentos cumplen más o menos con su propósito (sobre todo el segundo, que sin mostrar demasiado habla de la colisión entre dos mundos separados por años de experiencia, pero que en el fondo tienen la misma pena), los que siguen se pierden en una suerte de elogio de la vida intelectual, poniendo la palabra por sobre la imagen y la tesis por sobre la narración. El de Cosin pretende ser crítico, pero no deja de ser una reunión de amigos con algún apunte medio obvio sobre la idea del éxito, y el de Paula deja entrever algunas ideas interesantes sobre la ficción, pero que en el fondo no son más que citas leídas en voz alta. Una película despareja, un poco anodina y, por supuesto, bastante pretenciosa, que en su conjunto se parece más a un proyecto de estudiantes de cine que a un film compacto hecho por realizadores con oficio. Marcos Ojea


El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco / 7 puntos


El empleo del tiempo no es una cuestión menor en el contexto de un festival. La película de López Carrasco dura 200 minutos y lo que a priori podría parecer un exceso, se justifica siempre y cuando uno no abandone el barco, porque en ese devenir de palabras a pantalla dividida se entra en un huracán testimonial de indignaciones compartidas mientras se llenan vasos de cerveza, se encienden cantidad de cigarrillos, se cuentan sueños y frustraciones, y fundamentalmente se discute. Dos cuestiones importantes. La primera es que son trabajadores, ciudadanos comunes, quienes hablan; la segunda, que la crisis de la que se da cuenta está fechada, pero el embate es atemporal. En 1992 se celebra en España un nuevo año del “descubrimiento”, se hace la Expo Sevilla y se llevan a cabo los Juegos Olímpicos. Al mismo tiempo, como si fuera una película filmada en el patio trasero de los grandes estudios, el proceso de reconversión industrial impulsado por el gobierno provocaba una crisis social tremenda en ciudades como Cartagena. Y entonces el bar surge como espacio real de debate, de intercambios calientes, donde cada gesto, rostro y sentencia evidencian la delicada situación laboral. En este sentido, el malestar también es corporal. Desde el punto de vista formal, es posible que el procedimiento empleado afecte luego de un tiempo la mirada o la paciencia, sobre todo por la extendida duración. Sin embargo, en la repetición se encuentran leves diferencias. Una de ellas es el juego en ocasiones de plano/contraplano utilizando los dos segmentos de la pantalla dividida. Además, en otras oportunidades es factible hallar en cada cuadro que un diálogo es acompañado al lado por imágenes que refieren el acontecimiento político en toda su dimensión, incluyendo las protestas en la calle y la represión policial. El año del descubrimiento es un documental político contemporáneo cuyo linaje ya no obedece a la tradición del cuidado estético de las imágenes ni se corresponde necesariamente en su gestación con la simultaneidad del acontecimiento en sí. No obstante, su sentido repercute de modo crucial, sobre todo para contrarrestar todos los consejos morales provenientes del primer mundo. Cada país carga con sus propias miserias. Guillermo Colantonio


El árbol ya fue plantado, de Irene Blei / 6 puntos


Si el cine argentino está lejísimo de tener una producción consolidada para el público infantil, los caminos posibles están a la vista y este corto se hace cargo de uno de ellos. Su relato, que adquiere modalidades de protesta por la burocrática espera de un permiso para plantar un laurel en el Río de la Plata, toma como base el musical rioplatense y lo combina con una animación sumamente artesanal, cuadro por cuadro, pero ciertamente efectiva. Salvando las distancias, se puede decir que el espíritu de María Elena Walsh anda rondando, con una narración que reflexiona sobre el absurdo de algunas reglas y lenguajes imperantes. Sin ser una maravilla, estamos ante un ensayo que abre discusiones válidas para un género que necesita aparecer urgentemente en la cinematografía nacional. Rodrigo Seijas


El país de las últimas cosas, de Alejandro Chomski / 4 puntos


Varios años le llevó a Chomski adaptar la novela de Paul Auster, un texto que para muchos era infilmable. Y como toda cosa que lleva mucho tiempo concretarse, que los resultados sean absolutamente fallidos es una experiencia frustrante. El país de las últimas cosas tiene de interesante lo que el material de base tenía de antemano: un mundo distópico, un espacio en ninguna parte, donde la humanidad va degradándose progresivamente hasta su extinción. A ese mundo ingresa la protagonista, buscando a su hermano del que hace tiempo no tiene noticias. Los elementos simbólicos son cuantiosos y todos hacen referencia de manera solapada a una Argentina en crisis. Sin embargo, ahí donde El país de las últimas cosas saca lustre de sus destellos técnicos, hay una suerte de superficie profesional que no logra profundizar en lo dramático. Y nos quedamos con personajes que son pura fachada, conceptos vagos que transitan ese mundo en ruinas. Sin algo que nos genera un vínculo, la vaguedad en la que va ingresando progresivamente la película, lleva todo al terreno del desinterés. Una película tan ambiciosa como decididamente vacía. Mex Faliero


El tango del viudo y su espejo deformante, de Raúl Ruiz y Valeria Sarmiento / 5 puntos


Un largo título al que “su espejo deformante” podría actuar de subtítulo, es en parte un film perdido del director chileno Ruiz y también la laboriosa reconstrucción de su viuda, Sarmiento. Este atípico proceso creativo entre muchas manos, por parte del boceto de un film abandonado de Ruiz -talentoso director que experimentó con el relato en el plano formal- es una criatura quimérica que se diluye en su segunda mitad. La razón es simple: una parte es el espejo de la otra, tomando una perturbadora estructura que simula el infierno del protagonista. Por esta razón en la primera parte veremos una narración tradicional y en la segunda se invertirá como un juego lúdico, pero también siniestro. Sabemos que hay un suicidio, que hay un duelo y varias de las líneas tienen un carácter simbólico, al igual que algunas de las acciones. El asunto es que lo sospechamos, pero el camino a la respuesta, que invierte el film e incluso los diálogos, volviéndose incomprensibles, se vuelve un tedio que pierde efecto sobre la narración. Cuando llegamos a allí poco importa. A pesar de su naturaleza experimental, el film se adivina como el esbozo de un film, una quimera perdida que sin embargo atrae desde su destreza para generar climas. Cristian Ariel Mangini


El tiempo perdido, de María Alvarez / 5 puntos


En busca del tiempo perdido es una enorme obra compuesta en siete volúmenes entre 1908 y 1922 por Marcel Proust, acaso uno de los autores más importantes del Siglo XX. La influencia del francés, un simbolista tardío, es inevitable aunque a algunos la extensión de su obra (más de 4.000 páginas en su totalidad) pueda resultar un tanto inabarcable. Lo cierto es que en El tiempo perdido Alvarez pone la cámara en un grupo de lectura que retoma la obra como una cita obligada, analizándola obsesivamente en cada uno de sus pasajes. La cita, en uno de esos cafés porteños prácticamente extinguidos, conforma una comunidad que a lo largo de 14 años ha compartido cada rincón de la obra de Proust. Hay en el tono crepuscular en blanco y negro de ese grupo una calidez que se desprende por cómo logra incluir a sus integrantes. La cámara sigue sus rostros y ocasionalmente vemos el café y el entorno, como un elemento extraño que es testigo del relato de esta obra. El blanco y negro resalta las texturas y da mayor riqueza a un relato que termina resultando chato por su extensión: poco más de 100 minutos se torna tedioso a pesar del valor anecdótico de esa cámara testimonial. Desde lo narrativo la propuesta termina resultando demasiado lineal a pesar de sus momentos de belleza poética. Cristian Ariel Mangini


En la frontera, de José Celestino Campusano / 5 puntos


El cine de Campusano sigue siendo una interesante alternativa frente a la abulia y a la repetición imperante en los festivales. Cuerpos, voces, ambientes creíbles, evidencian una intuición y una vitalidad que son más estimulantes que recitados y otras neurosis narcisistas. Sin embargo, si los demás emulan fórmulas y repiten procedimientos que se venden bien en la opinión generalizada, Campusano comienza a repetirse lamentablemente en sus defectos. En la frontera se centra en Vero, una joven separada que dirige con su hermano una obra en construcción. Hay que decir que Abel, el hombre en cuestión, es otro de los hallazgos habituales del director. Sin embargo, en todo el proceso emocional de Vero y de su íntima transformación, el guion evidencia una acumulación de temas torpemente desarrollados, varias dosis de diálogos/bajadas de línea y escenas dramáticas que provocan risa. Como si hubiera un imperativo discursivo que obligara a hablar de todo en poco tiempo, el resultado se ve notablemente afectado, con tramas a mitad de camino, personajes sin conclusión en el desarrollo y apenas algunas dosis de humor para compensar. Sí se destaca, nobleza obliga, que siempre dos o tres pinceladas documentales dicen más de los espacios urbanos o la periferia que el ochenta por ciento del cine argentino. Una pena. Guillermo Colantonio


Esquirlas, de Natalia Garayalde / 9 puntos


A poco más de 25 años de las explosiones ocurridas en Río Tercero, emblema de la corrupción menemista de los noventas, se presenta esta poderosa y sensible opera prima de Garayalde que se acerca al tema con un registro personal que atraviesa su vida. Decir “se acerca” es inexacto teniendo en cuenta que la directora vivió en primera persona las explosiones del 3 de noviembre de 1995, más bien se trata de un proceso catártico del que nos hace participes, mostrando las ramificaciones que tuvieron las detonaciones. Y Esquirlas hace precisamente esto con una contundencia abrumadora, alternando entre las filmaciones domésticas y las imágenes de archivo que reconstruyen los hechos, ocasionalmente interviniendo con su voz para reflexionar a la distancia sobre ese momento. Hay registros difíciles de olvidar: en una secuencia vemos durante las explosiones a una aterrada madre corriendo con su bebé, en otro vemos los destrozos en el hogar de la directora y finalmente vemos a su padre en silla de ruedas, un plano doloroso que muestra el otro costado de las explosiones, el del veneno que dañó permanentemente la salud de los residentes. La ingenuidad del registro infantil (Natalia en ese momento tenía 12 años) toma una nueva y dolorosa dimensión en el marco de las consecuencias y el paso del tiempo, pero fluye entre los datos con una fuerza magistral que no se pierde en el silencio del final. Cristian Ariel Mangini


Fauna, de Nicolás Pereda / 7 puntos


Luisa llega a la casa de sus padres acompañada de su novio Paco (ambos son actores). Inmediatamente cae el hermano de Luisa, Gabino. La idea es reencontrase con los padres de los hermanos. Se puede poner a Fauna dentro del género de la comedia, aunque esta venga desde la incomodidad que los personajes generan cuando llevan situaciones al límite. No es una película estilo dogma, aunque se nota un nivel de improvisación en las actuaciones. El trío principal, Luisa Pardo, Lázaro Gabino Rodríguez y Francisco Barreiro están muy bien, y se le suman los secundarios que acompañan de manera sólida. Los mejores gags los producen estos, el padre pidiéndole al novio actor de su hija, que le haga una escena sin diálogos de la serie en la que actúa; la madre repitiendo un diálogo de una escena que tiene que hacer su hija, mejorándolo considerablemente; y una mujer que canta en un bar una canción con una letra increíble. Cuando la película se vuelve historia dentro de la historia a mitad del relato, suceden otros grandes momentos cómicos (diálogo en el restaurant Oasis), comienzan a aparecer  comentarios sobre los narcos, pero no quedan remarcados, más bien acompañan toda la situación absurda. Una propuesta que es bienvenida, ya que parte de un género como la comedia que habitualmente no es trabajado dentro de este tipo de relatos. Gabriel Piquet


Heliconia, de Paula Rodríguez Polanco / 6 puntos


Filmado en Súper 8, Heliconia cuenta la historia de dos chicos y una joven, amantes de la aventura y la libertad. Con hormonas a flor de piel, el personaje femenino se muestra seguro, aguerrido y codiciado por estos dos muchachos que la pasean como trofeo en su moto o le indican dónde está el mejor mango silvestre. Ella es una mezcla sensual de femme fatale y niña adolescente con ese candor típico de tierras colombianas que se pasea como si la tierra temblara a su alrededor. A su vez los diferentes paisajes naturales a los que se enfrentan los jóvenes que contrastan entre sí, transmiten los sentimientos puntuales que elaboran sus personajes en ese momento: serenidad, frenesí y oda a la perfección atesorados entre sus manos. Rodríguez Polanco logra exponer entre exteriores y locaciones cerradas: lo místico, profano y prohibido de una sociedad y del mundo de estos chicos que coquetean con los límites de lo posible. Con una narración atrevida que juega a caminos probables, solo seduce al espectador curioso. Un espectador que busca respuestas ante tanta sensualidad desbordada en la enigmática Heliconia que dice y no dice mucho a la vez. Rosana López


Historia de lo oculto, de Cristian Ponce / 7 puntos


Uno de los fundadores de la empresa más famosa del país es invitado al último programa en vivo de 60 minutos para la medianoche. Adrián Marcato (Germán Baudino) y otros entrevistados (que se irán yendo a medida que este los provoque verbalmente o les genere algún tipo de malestar físico) son parte de esta mesa en la que se habla de la empresa y sus vínculos con lo oculto. Los ejes de la trama serán un conductor incisivo y varios integrantes de la producción del programa que han estado investigando a Marcato y su ex empresa. La película tiene una marcada influencia del thriller conspirativo que se realizaba en EE.UU. en la década del 70, no lo esconde y eso se agradece. El logro mayor de la película está en lo que habitualmente serían limitaciones en otros films: muy pocas locaciones (estudio de TV, calles y una casa), lugares agobiantes, cerrados, incluso hay plantos acotados en espacios públicos (la mujer que espera una llamada en el teléfono). Las actuaciones son otros de los puntos altos: al ya conocido por los seguidores del cine de género Baudino (quien tiene un papel importante en el relato) le sumamos a varios rostros nuevos, pero con trayectoria en la ciudad de La Plata como Héctor Ostrofsky, Lucía Arreche, Agustín Recondo e Iván Ezquerre, por nombrar algunos. La fotografía en blanco y negro y los momentos en los que aparecen las escenas con elementos enrarecidos (algunas deudoras del cine de John Carpenter) hacen que el todo funcione. Hay algunos diálogos que se pueden volver confusos, pero no le restan a la fluidez con que la película recorre sus 80 minutos. Este tipo de películas siempre tuvo elementos políticos como base, esta no es la excepción, se pueden observar ideas y signos de época. El nunca dejar en claro el tiempo en el que estamos, ayuda a leer varias capas que el film va mostrando. Gabriel Piquet


Homelands, de Jelena Maksimovic / 7 puntos


La protagonista se llama Lenka y comienza el documental llegando a un pueblo de Grecia que funciona como centro de esquí. Iremos conociendo personajes divertidos (los dueños de una posada), algunos otros habitantes y sus actividades. Es muy interesante la dosificación de la información que la directora va dando, toda la primera parte parece un recorrido por un pintoresco pueblo y sus ciudadanos. A medida que avanza nos va metiendo de lleno en lo que ocurrió en esa región y qué es lo que realmente le importa contar a la realizadora. Aparecen casas destruidas, abandonadas, que tienen un pasado violento. Hay imágenes de archivo, relatos orales. Más adelante sabremos que entre los años 1946 y 1949 se produjo la Guerra Civil Griega, que dividió al país. Los comunistas que pelearon bajo el nombre del Ejército Popular de Liberación Nacional (ELAS) ayudados por la vecina Yugoslavia, contra el gobierno que fue apoyado por EE.UU. y Gran Bretaña. Este fue uno de los primeros conflictos de la denominada Guerra Fría. Sobre el final hay un monólogo que es emotivo e impresionante, y ahí es en donde Jelena nos cuenta para quién y por qué hizo la película. Todo ese momento le da un justificativo a la visita del personaje a ese lugar e impone un discurso feminista que pone en valor todo lo hecho por las mujeres durante el conflicto. Gabriel Piquet


Inmortal, de Fernando Spiner / 5 puntos


A pesar de un crecimiento en los últimos años, el cine fantástico ocupa un lugar ciertamente marginal dentro de la producción nacional, con un mainstream que lo ignora, y que muchas veces parece más preocupado por verter discursos en moldes seguros para el público. No es un problema de cantidad, como ya dijimos, ni de calidad (hay muchas y buenas películas de género), sino más bien de visibilidad. Spiner viene tomando posición al respecto desde que estrenó La sonámbula en 1998, y continúa intentando dar forma a una ciencia ficción nacional con Inmortal, en donde plantea la existencia de Leteo, un espacio creado por científicos donde es posible visitar a los seres queridos fallecidos. Pese a las buenas intenciones, y a la voluntad por crear algo distinto, las cosas se derrumban rápidamente, con una protagonista intrascendente y una historia a la que le cuesta arrancar. Tanto los personajes arquetípicos como los malos efectos visuales podrían perdonarse, e incluso entenderse dentro del contexto, pero la película nunca se preocupa por construir una narrativa que los justifique. Las relaciones afectivas aparecen delineadas de manera superficial, incluso torpe, con intérpretes que lucen poco convencidos, o directamente perdidos. Cuando el tema de fondo es la muerte y sus implicaciones para los que siguen vivos, la falta de profundidad para tratar los vínculos hace que todos los defectos de Inmortal queden más expuestos. Y es una lástima. Marcos Ojea


Isabella, de Matías Piñeiro / 7 puntos


Piñeiro sigue adaptando desde el más libre albedrío la obra de William Shakespeare, aunque tal vez nunca como en esta Isabella se haga tan explícito el trabajo de montaje y desdoblamiento que hace el director. Una actriz se presenta al casting para una puesta en escena de Medida por medida y la película se quiebra temporalmente en una lógica narrativa que escapa a la linealidad y la cronología. Incluso, unos rectángulos de colores, que son un leit motiv de la película y de una obra que está montando la protagonista, funcionan como representación de ese armado del relato, que se ensambla en la cabeza del espectador. Piñeiro sigue siendo uno de los directores que mejor filma diálogos en el cine argentino, aunque aquí se vuelve un poco más introspectivo y pierde algo de la ligereza y el humor sutil que potenciaba parte de su filmografía. Para el cine nacional, su cine es una rareza: alejado de las poses y las exasperaciones de mucho cine festivalero, Piñeiro avanza sin la urgencia de los discursos urgentes. Puede que como aquí los dilemas de “la gente del arte” puedan resultar un poco superficiales, pero cuando esos dilemas se vuelven carne y dudas como en el rostro de María Villar, la película crece y se vuelve angustiante en el buen sentido. Isabella es una película sobre las decisiones y los caminos sinuosos que a veces necesitamos recorrer para llegar a un ideal personal. Mex Faliero


La escuela del bosque, de Gonzalo Castro / 6 puntos


Es uno de esos films que se construyen en torno a viñetas. Algunas aparecen más aisladas y aportan poco al núcleo del relato y otras tienen un eco sobre los sentimientos de la protagonista. Ella es María (Guillermina Pico), una joven argentina que migró a Barcelona hace un tiempo y se encuentra instalada con su hija Isabel en el céntrico barrio de Gracia. Ya completamente naturalizada a su vida allí, sin embargo una mudanza inesperada y la visita de su hermana menor Macarena (Macarena Fernández) tendrán un eco en su vida con la decisión de haber migrado de Argentina. La película indaga sobre el movimiento pero apuesta a planos estáticos que nos hacen partícipes de charlas que indagan sobre la identidad, el sentimiento de ausencia y el amor en todas sus facetas. Entre las rupturas, los recuerdos y su peso, La escuela del bosque aparece como un panel fragmentario en un expresivo blanco y negro que resulta un retrato fresco y cercano de la inmigración, a pesar de segmentos que diluyen el relato. Cristian Ariel Mangini


La sangre en el ojo, de Toia Bonino / 7 puntos


El título es un dicho popular que hace referencia a una venganza no resuelta y, en efecto, este nuevo documental de Bonino es una cruda reproducción de ello. Pero al mismo tiempo es un fresco social de los márgenes de nuestra sociedad y entre el veneno de la voz de Leo, el innegable protagonista de la película, hay un mosaico de voces que nos acerca y problematiza sobre el resentimiento y frustraciones de un sector que no suele ser escuchado. No es necesario, pero La sangre en el ojo funciona a modo de díptico con Orione, el trabajo previo de Bonino, que indaga en la vida de Ale, el malogrado hermano delincuente de Leo que murió cuando él se encontraba en prisión. El punto de vista de Leo es incómodo por sus referencias a los códigos del hampa, la violencia y la misoginia, pero Bonino logra tomar una distancia inteligente sin perder la empatía, al mismo tiempo que hace un collage de voces que describen su vida familiar y carcelaria desde otros registros. Los planos hipnóticos que registran a Leo desde una tranquila cotidianeidad suponen un curioso contrapunto que muestran las virtudes narrativas de la directora: hay en este montaje visual una riqueza poética que pareciera imposible de lograr. Cristian Ariel Mangini


La última ciudad, de Heinz Emigholz / 8 puntos


Una película que comienza con el relato de un sueño y ese sueño que se hace trama. Luego, personajes que hablan y hablan, pero que tienen cosas interesantes para decir, surrealistas, cómicas y dramáticas también. Como si fuera un juego de roles cuyos fondos van cambiando, La última ciudad ofrece una libertad inusitada y una frescura como pocas. Atenas, Berlín, San Pablo y Hong Kong, son algunos de los escenarios que vemos mientras los interlocutores disparan teorías, se desdoblan (como en el cuento El otro de Borges) y viven desde días perfectos a pesadillas urbanas. Si la cuestión arquitectónica es un punto central en la filmografía del director, aquí está presente en un segundo plano para dar preponderancia al registro conversacional en tanto y en cuanto parece una caja de Pandora: nunca se sabe qué ocurrirá en el plano siguiente. Cada encuadre oblicuo es parte de una propuesta lúdica que, si bien se refugia en un gesto vanguardista, no pierde nunca la conexión con los espectadores. De paso, nos pegamos un viaje de aquellos. Guillermo Colantonio


Las mil y una, de Clarisa Navas / 7 puntos


¿Cómo pensar la sexualidad y el deseo en un complejo habitacional en un barrio popular de Corrientes? Las mil y una (tal el nombre de los monoblocks) es un espacio laberíntico por el que transitan jóvenes por sus pasillos, por sus recovecos. Entre ellos Iris, una chica amante del básquet, que vive con sus dos hermanos y su madre. Hay un padre, pero solo se escucha. No se lo ve. El interior de la casa bien podría ser extraído de algún texto de Manuel Puig. Los tres hermanos son unidos, se protegen frecuentemente en abrazos de contención, una barrera que arman para cuidarse y para compartir sus aventuras y sus búsquedas sexuales. Alejandro y Darío, de personalidades diferentes, transitan sus experiencias homoeróticas en el barrio. Iris está en eso, en la etapa de descubrirlas, sobre todo cuando aparece Renata, una chica que se mueve como pez en el agua y con la que iniciará un vínculo. Casi con un registro netamente documental y con varios planos secuencia, Navas da forma a una estructura coral donde lo importante no es un conflicto central sino las historias que atraviesan a los personajes, los rituales, los encuentros y el sabor del sexo clandestino que, cuando no es festivo, se ve envuelto en la violencia inevitable (ya sea por parte de la policía como de los vecinos). La cámara sigue a Iris y Renata en sus caminatas, escucha sus conversaciones y se detiene fundamentalmente en los gestos. Hay que decir que la actuación de Sofía Cabrera (jugadora en la vida real) es extraordinaria, un verdadero hallazgo. La manera en que sus manos hablan, la forma en que su rostro dice, le otorga a cada intervención un rasgo diferencial, una fotogenia absoluta. Mientras esto sucede, la calle alberga ruidos, colores, la inquietud de la noche, la incertidumbre de las miradas y la desprotección. Frente a ello la mejor alternativa para una cineasta comprometida es ofrecer refugio con imágenes justas y necesarias para abrir nuevas puertas en la representación de la pobreza y de la sexualidad. Guillermo Colantonio


Las motitos, de Inés María Barrionuevo y Gabriela Vidal / 8 puntos


Es difícil no caer en clichés a la hora de describir esta pequeña gema de la Competencia Argentina, así que al menos una secuencia merece ser rescatada: el travelling lateral funciona en esta película como una suerte de separador y entrega, por su eco narrativo, un final memorable que implica a la magnética protagonista Juliana con su novio conduciendo una moto en la ruta. Es simple, pero la belleza lírica de esta secuencia en su conjunto, desde el plano del puente reflejado en el agua, tiene una sensibilidad que el cine nacional necesita. Así de valioso es este film codirigido por Barrionuevo y Vidal, que tiene en su núcleo a la pareja de Juliana (Carla Gusolfino) y Lautaro (Ignacio Pedrone) durante los alzamientos de la policía de Córdoba en diciembre del 2013. En ese entorno donde la portación de cara, el aspecto o el vínculo con otros chicos que cometen crímenes menores resulta peligroso, la joven pareja se enfrenta también a crisis familiares y un embarazo no deseado a los 15 años. Hay en Las motitos una mirada cálida sobre los personajes que se sostiene en el relato y las imágenes: la cámara juega entre pequeños detalles como pintarse las uñas o bailar para hablar de la pérdida de la inocencia, el amor y la amistad. No es poca cosa. Cristian Ariel Mangini


Las ranas, de Edgardo Castro / 6 puntos


Hay en este film de Castro una lucidez que se aleja de los lugares comunes con que se aborda la marginalidad en otras producciones. Ese es el punto fuerte de Las ranas, un crudo relato social que por momentos pierde el eje del relato -que salta entre dos puntos de vista-, pero nunca diluye su historia más valiosa: la de la “rana”, jerga carcelaria para denominar a mujeres que se aproximan a los penales a través de las redes sociales, sin que exista un vínculo formal con el preso. Tampoco son prostitutas y pueden llegar a ser utilizadas en las visitas para el tráfico de drogas o celulares robados. Este marco explicativo es sin embargo innecesario porque somos partícipes de la odisea de la protagonista de 19 años, que vende medias en la calle y cuida de su hijo, intentando hacer su vida en el conurbano. Hay una distancia que está lejos de juzgar el accionar de los personajes, algo que se agradece a pesar de que subraya innecesariamente algunos momentos. Esta distancia, naturalizada por los largos travelling laterales o con cámara al hombro, es clave para hacernos testigos silenciosos de estos escenarios y la vida doméstica de los personajes. El montaje es delicado y la fotografía tiene algunos aciertos que dan un sutil marco expresivo. Es un relato que sabiamente alterna entre una escena doméstica realizando empanadas y otra donde se trafican celulares. Cristian Ariel Mangini


Las siamesas, de Paula Hernández / 6 puntos


Una madre y una hija viajan hacia un pueblo de la costa bonaerense para tomar posesión de unos departamentos que dejó en herencia el padre de la segunda y ex esposo de la primera. Hernández narra con oficio porque trabaja sobre un territorio que conoce: el de los deseos silenciados y los vínculos familiares rotos. La madre (Rita Cortese) es una mujer dominante que construye cada frase con el fin de herir a la hija. La hija (Valeria Lois) aparenta ser una de esas personas que tomaron decisiones erradas y terminaron condenadas a un lazo de dependencia y sometimiento. A lo largo de 80 minutos, Hernández narra el viaje que ambas emprenden y desanda ese vínculo que parece arrastrar el peso de un pasado difícil: parte de su inteligencia, y la de sus protagonistas, es la de saber darle presencia a todo ese background que los personajes acumulan antes del tramo de vida que Las siamesas cuenta. La película teje con sabiduría ese clima abrumador en el que sabemos que algo va a estallar más pronto que tarde. Encima, una tormenta amenaza con descargar una lluvia bíblica. Algo de eso había en el cuento de Guillermo Saccomanno en el que se basa Las siamesas, aunque Hernández no busca forzar simbolismos religiosos y opta más por un drama de tintes psicologistas. Más allá del profesionalismo todo (el trabajo de fotografía de Iván Gierasinchuk es tan sutil como impactante en las secuencias nocturnas en medio de la ruta) la película padece un poco el mismo problema que la relación de esta madre y esta hija: tan concentrada en su drama, la película respira poco y no parece ir para ningún lado. Y en esa ausencia de un afuera fuerte, resulta un poco agotadora. Por eso es importante el personaje de Sergio Prina y por eso extraña que no tengan tanta participación. Mex Faliero


Lístek, de Aliona Baranova / 7 puntos


Melancólico, pero también simpático cortometraje checo, que trabaja de forma muy inteligente y sensible con las formas, tamaños y perspectivas. Hay un marinero grandote, que se dedica a cortarle los boletos a los pasajeros que entran al barco donde trabaja y que, sorpresivamente, recibe una hoja otoñal de una niña. Ese “regalo” (por decirlo de algún modo) dispara en el protagonista una evocación de su hogar y una huida de vuelta hacia sus orígenes. Ese camino también presenta varias preguntas, no solo para el marinero, sino también para el espectador. Y el corto las deja flotando con sabiduría en un final abierto y a la vez sutilmente potente. Rodrigo Seijas


Los conductos, de Carlos Restrepo / 6 puntos


El protagonista, Pinky, huye de un crimen, roba una moto, compra drogas y se esconde en un depósito abandonado. A partir de ahí nos contará su pasado, con una estadía en un grupo/secta, delitos y una constante subsistencia en un entorno violento. Sin dudas que el fuerte de la película de Restrepo es su potencia visual, no solo los elementos técnicos, la textura que remite al 16mm o el formato en que nos presenta su historia. El cómo reinventa las imágenes, la utilización de lugares conocidos que se vuelven diferentes (depósito, fábrica clandestina, shopping, basurero). Todo esto nos lleva a otra época de Colombia, aunque todo esté filmado  en la actualidad. El protagonista describe con un relato verbal lo que le sucedió, sus movimientos y la puesta en escena remiten a un estilo clown, que refuerza lo experimental que el film tiene en lo visual. La historia de los payasos (Tuerquita y su familia) que medían la profundidad de los pozos que dejaban como obras inacabadas los políticos, es interesante cuando la cuenta con las imágenes del túnel de fondo. Cerca del final, cuando vuelve a utilizar  la historia con los actores pintados de blanco, se repite y pierde el efecto logrado en la primera. Interesante forma de mostrar la violencia y la falta de oportunidades que muchos jóvenes tuvieron y tienen. Gabriel Piquet


Lúa vermella, de Lois Patiño / 6 puntos


La historia gira entorno a un pueblo en una isla (en la región de Galicia), todos sus habitantes son presentados como espectros, están quietos. Sus voces hablan constantemente de “El Rubio”, alguien que luchó contra un monstruo. A medida que el relato avanza y por lo que se va contando, el monstruo representa diferentes cosas para la gente del lugar (la represa, el mar, hasta una roca). Lúa vermella es una película de fantasmas, de personas que quedaron varadas en ese pueblo, que parece viejo y que el resto del mundo olvidó. Hay mucho de leyenda, hay mucho de verdad camuflada. Estos fantasmas son muertos en vida (uno de los lugareños dice que le parece un sueño lo que vive).Hay mucho de relato folklórico, están la meijas (brujas de la región) que son las únicas que se mueven y van tapando con túnicas blancas a los petrificados pobladores para reforzar la idea del fantasma. El rubio del que todos hablan, en un momento parece volver a la vida. Luego de que su madre invoque su aparición, hay un estallido de un vidrio y regresa para pedir perdón. Esa escena nos hace recordar a La pata del mono de W.W. Jacobs. Patiño es minimalista en su puesta, siempre muestra planos abiertos con leves movimientos de cámara en los que aparecen algunos de los pobladores estáticos. Pero esto lo repite en todo el metraje y llega un momento que el recurso se vuelve reiterativo. Tiene mucha potencia visual, todos los planos están muy pensados, seguro que en un cine se podría apreciar más todo esto. A mí se me hizo algo fría, distante, como los hombres/espectro que vemos. Gabriel Piquet


Mamá, mamá, mamá, de Sol Berruezo Pichon-Riviére / 5 puntos


Este tipo de películas transmite una sensación ya recurrente: la de que buena parte del cine argentino está metido en una trampa de la que es muy difícil salir, porque en ella participan no solo los realizadores, sino también un sector importante e influyente de la crítica y el circuito festivalero nacional e internacional. Esa trampa viene en forma de molde estético y narrativo, donde aparecen un puñado de cineastas que funcionan como marcos de referencia que conducen a los agentes involucrados por lugares cómodos, predecibles, carentes de riesgo, pero con un consenso casi absoluto que avala la circulación. Un status quo que pocos discuten y que tiene una centralidad definitivamente cristalizada, que siempre se propone como nueva cuando está en verdad avejentada. En este caso, con la historia de una niña, Cleo, que trata de lidiar con la reciente pérdida de su hermana durante un verano en el que pasa el tiempo con su familia, con sus primas siempre cerca y los adultos en segundo plano. Hay un relato de iniciación y crecimiento, donde se lidia con la pérdida, que podría ser potente desde diversos ángulos, pero que se queda en meras insinuaciones, obturado por la acumulación de códigos que sean reconocibles para la gente correcta. Allí surge la cámara cercana a los cuerpos, los cuerpos recortados por el encuadre, el regodeo en la abulia, la pretensión de una “sensorialidad” bastante impostada. Todo armado con precisión para que se puedan establecer referentes claros: Lucrecia Martel, Celina Murga, María Alché son los nombres que pueden venir rápidamente a la cabeza para darnos tranquilidad de que estamos ante algo conocido, que permita la reseña y conversación fácil. De original, nada. Lo que se dice un cine conservador. Rodrigo Seijas


Mascarados, de Henrique Borela y Marcela Borela / 5 puntos


En una cantera de una ciudad llamada Pirenopolis trabajan varios jóvenes. Uno recién llegado de San Pablo se relaciona con algunos de ellos, que tienen un jefe que los explota laboralmente. En paralelo se festeja la fiesta de pentecostés, y este año vuelven a aceptar a los denominados mascarados (gente con máscaras más relacionadas con temas paganos que religiosos). Estos dos puntos serán los ejes del relato. La película podría haber sido un gran exponente del neo-noir, tiene personajes que podrían ser los típicos que no tienen nada que perder y están dispuestos a todo (algunos con pasado delictivo o que cayeron presos), una fiesta en donde muchos van con máscaras (escenario propicio para cubrir sus rostros tras un delito), alguien que viene de otro lugar (no se sabe por qué está en esa ciudad, parece que huye de algo, pero no se dice). Sin embargo todo se va insinuando y se tarda mucho en presentar personajes, que no tienen desarrollo, para finalmente llegar al conflicto (el cierre de la cantera) cerca del final y nunca terminar de concretar todo lo que insinúa. Los personajes se van desdibujando, su cotidianeidad por fuera de la cantera no generan interés. La fiesta en sí nos muestra un cúmulo de imágenes de actividades que terminan siendo decorativas. Es la famosa idea o premisa que está mejor planeada en el guion que lo que finalmente vemos. Gabriel Piquet


Méandre, de Mathieu Turi / 6 puntos


Una mujer yace sobre la ruta, esperando. Se arrepiente, se incorpora y un auto se detiene para ayudarla. Duda, pero finalmente se sube. Y el viaje transcurre con una incomodidad que deriva en miedo cuando la radio habla de un asesino suelto, cuya descripción encaja con el conductor. Golpe, fundido, y vemos a la mujer encerrada en una siniestra caja metálica, con la ropa cambiada y un cronómetro en la muñeca. Así arranca la nueva película del francés Turi, director de Hostile, que vuelve a trabajar sobre el horror en un espacio cerrado. En este caso, la protagonista deberá enfrentarse a un juego macabro en un laberinto de tubos, con la amenaza constante de ser quemada, ahogada, incluso devorada. A Turi no le interesan (ni le hacen falta) las explicaciones, por lo que la primera mitad de la película avanza con ritmo y planos claustrofóbicos, dando lugar a escenas de violencia gráfica en las que puede verse la herencia del extremismo francés. A partir de la segunda mitad, la narración se ve ganada por un peso simbólico que debilita la tensión, y se percibe un guion que se complica sin saber muy bien cómo terminar. De cualquier modo, no termina de convertirse en un problema. Méandre es una película efectiva, entre el terror y la ciencia ficción, que pese a una mirada sobre la violencia de género entre fácil y vacilante (en un cine que actualmente admite una revisión al respecto), no abandona su lugar de pertenencia y se construye desde ahí. Marcos Ojea


Mes chers espions, de Vladimir Leon / 7 puntos


Una valija que les dejó la madre de los hermanos Leon (Vladimir es el realizador de esta película) sirve de punto de partida para una investigación que puede llegar a tener conexiones con el espionaje. El documental muestra a la realizadora Louis Arboni en una entrevista hecha hace diez años, donde le pregunta a la madre de los Leon por qué en 1948 tuvieron que irse de París y volver a una ciudad rusa. Ahí Svetlana (la madre de los hermanos Leon) le cuenta sobre las relaciones de su madre con el poder de la U.R.S.S, un soldado que trabajaba para los alemanes y británicos que parecía cortejar a su madre, y algunas fotos en las que se los ve con personalidades rusas en París (entre ellos algún espía). Cuando volvemos al presente, los dos hermanos comienzan obsesivamente su investigación, con todos esos mismos elementos que vimos en la entrevista que le hicieron a su madre. Siempre les costó abrir la valija en la que se encuentra todo ese material, por miedo a encontrase con cosas que no les gustaran de su pasado o simplemente por respeto a su madre. La película se transforma en una excusa para descubrir por qué los rusos esconden o guardan cierta información con respecto a ellos, la opinión de amigos suyos (artistas rusos en su mayoría) sobre la censura o cómo veían y ven al gobierno desde finales de los 60 hasta el presente. El documental es entretenido, los hermanos Leon pasan gran parte del mismo generándose más dudas que respuestas. Lo complicado de pedir información en un país que sigue manteniendo un sistema muy controlado (la escena del archivo y la biblioteca, son ejemplos). Puede verse como una película de investigación sobre un hecho de espionaje, pero en realidad es una reconstrucción de un árbol genealógico poniendo en valor todo lo que hizo su familia. Gabriel Piquet


Moving on, de Yoon Dan-bi / 8 puntos


Un padre y sus dos hijos, una adolescente y un niño, se mudan a la casa del abuelo, un hombre anciano que parece ir desmejorando progresivamente. Al grupo familiar se suma la hermana del padre, que también arrastra -como todos- sus problemas sentimentales. La película de la surcoreana Dan-bi sigue cierta caligrafía de mucho cine asiático festivalero, retratos de familias rotas que buscan cómo recomponerse. Sin embargo, más allá de algunos recursos repetidos, la directora logra que ese registro sea auténtico, fresco, especialmente a partir de la presencia de los dos chicos, quienes aportan una mirada coherente a su edad sobre esos conflictos que se suscitan a su alrededor: un padre con problemas económicos, una tía que padece un matrimonio frustrado, un abuelo que va muriendo en silencio, y una casa que los contiene no solo físicamente, sino desde la emoción de las historias personales que se ocultan en cada rincón. Mientras la adolescente sufre desde las inseguridades propias de su edad, el niño absorberá todo eso desde un lugar menos estructurado y más dispuesto a lo lúdico. Si el drama es intenso, Dan-bi sabe que la vida está formada por capas de amargura y alegría. La habilidad de la directora es lograr que esos momentos de ligereza que la película tiene no parezcan parte de un plan mecánico para hacernos reír y llorar sistemáticamente. Moving on no es nada que no hayamos visto antes, pero registra todo con amabilidad y sensibilidad, y ese es un logro para nada despreciable en un cine que apunta cada vez más al miserabilismo. Mex Faliero


No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo, de Nicolás Zukerfeld / 7 puntos


A través de diferentes fragmentos de películas de Raoul Walsh conocemos su forma de mostrar no solo lo que dice el título del film, sino cómo ingresa un hombre a una habitación. Zukerfeld tiene pasión por el cine clásico y en este caso concreto admiración por el cine de Walsh. Su documental es cautivante, no solo por el montaje laborioso que muestra en el Capítulo 1, sino también por la investigación de tipo procedural que realiza en el Capítulo 2 para encontrar una supuesta frase que cita el director Edgardo Cozarinsky. Hay un trabajo de investigación y visionado muy completo (no se consigue toda la filmografía de Walsh), su obsesión por descubrir si la frase citada existió, tiene momentos que van llevando la historia de la sorpresa al humor. Es increíble que toda la primera parte tenga un montaje frenético y se logre crear casi un film con varios fragmentos del realizador norteamericano, para luego pasar a una pantalla negra en la que se pegan textos de diferentes fuentes, manteniendo la misma intensidad, logrando que uno no pierda el interés. Es una película hecha por cinéfilos, pero no impide que la vea gente que no conoce nada del realizador al cual se homenajea. Al terminar, me quedan ganas de ver todo lo que me falta de la filmografía de Walsh, aunque no sean 36 sino solo una forma de mostrar caballos y hombres. Gabriel Piquet


Norma Aleandro, el vuelo de la mariposa, de Carlos Duarte Quin / 6 puntos


La inmensidad que evoca e invoca Norma Aleandro parece por momentos jugarle en contra a su propio documental. Con un tono y estilo correcto y apacible, parece quedar en el camino un elemento sobresaliente: toda la pasión y energía sanguínea que cualquier espectador que haya saboreado a la actriz sabrá de lo que se habla. A través textos y poemas propios de la protagonista, los cuales funcionan como hilo conductor del relato, el director propone un recorrido por la inacabable vida artística y personal de su protagonista, con testimonios de colegas, familiares y la propia actriz, a través de un muestrario inagotable de sus facetas de artesana, como ella se define a sí misma, transitamos su camino en la actuación, dirección, docencia, escritura y dibujo. Y sobre todo, una artista y persona con una personalidad avasallante, Norma Aleandro, desde su mirada, su cuerpo, su arte, traspasa todo, y en la intención de mostrar un cuadro completo de su obra, el director parece acercarnos una pequeña pincelada de todo lo que hay para descubrir sobre ella. Hay mucho material más interesante por conocer y disfrutar sobre una artista que pasará a la historia, posiblemente, como la mejor actriz argentina de todos los tiempos, por lo cual esta propuesta que se acerca más a un homenaje con buenas intenciones, deja al público con ganas de adentrase de manera mucho más profunda en el océano infinito del arte de Norma Aleandro. Mary Putrueli


Nosotros nunca moriremos, de Eduardo Crespo / 8 puntos


Una madre viaja con su hijo adolescente a un pueblo, donde acaba de morir su otro hijo. Hay trámites que realizar, definir algunos asuntos con la policía local, reconocer el cuerpo, ordenar la casa donde vivía, enterrarlo. Nosotros nunca moriremos parece una road movie, porque hay un viaje y hay rutas y paseos en auto, pero en verdad todo transcurre en la quietud del pueblo. Aunque sí: Crespo apuesta por el movimiento y la travesía interna, la de esa madre que irá descubriendo cosas de su hijo, que además de trabajar en un campo de golf era bombero voluntario. Y también la de ese chico, hijo y hermano, que comenzará a atravesar esa etapa misteriosa de dejar atrás la infancia para conocer el mundo de los adultos. La relación entre ambos es de dependencia, aunque es una dependencia que irá cambiando de mando: es primero la madre la que avanza estoicamente, hasta desmoronarse, y luego será el hijo el que tenga que hacerse cargo de otras situaciones. “Usted se quiere ir a una ciudad más grande”, le dice la madre a lo que el chico responde: “Nunca la dejaría sola”. Nosotros nunca moriremos es una película de un pudor notable, y de una amabilidad infrecuente entre los personajes y hacia el espectador. Un cine nacional que se nutre de ciertos recursos del cine independiente, pero que nunca incurre en la pose snob de tantas producciones festivaleras. Hay humanidad, emociones sencillas, gente buena expuesta con sensibilidad y una gran actuación de Romina Escobar. Mex Faliero


Panquiaco, de Ana Elena Tejera / 5 puntos


Cebaldo vive en Portugal, trabaja en una pescadería y en un barco de pesca. Pasa sus días en un bar jugando a la raspadita (juego de azar) y bebe alguna cerveza. Desde el comienzo vemos que algo lo tiene ido, algo que dejó, algo a lo que quiere volver. Un día escucha grabaciones de sus familiares que lo devuelven a sus orígenes. Regresa a su comunidad indígena de Guna Yala en Panamá. Toda la primera parte del relato, el que sigue a Cebaldo en sus actividades europeas, ya nos marca en su rostro que no se siente a gusto, que le falta algo. Cuando llega a Panamá y se encuentra con su hermano, sabremos su historia. El paralelismo con el relato del Panquiaco del título (un aborigen que guió al conquistador Vasco Núñez de Balboa desde el Atlántico hacia el océano Pacifico) termina de explicitar la idea de vagar como un fantasma entre los dos lugares (Panquiaco se perdió en el océano, ya que este le hizo sentir su traición al entregárselo a un conquistador). Ahí la historia está terminada, el resto es ver cómo los aborígenes están relacionados con su tierra y algunos de sus rituales. La historia es pequeña y no termina de generar mucha empatía porque desconocemos la juventud de Cebaldo en Panamá y su posterior vida en Europa (está en Portugal, pero no terminamos de saber si vivió en otro lugar). Como diaria Facundo Cabral, “No soy de aquí, ni soy de allá”. Algo que el documental parece trasmitir. Gabriel Piquet


Piola, de Luis Alejandro Pérez / 7 puntos


Varios jóvenes que van a la misma secundaria cruzarán sus historias. Martín, un joven de clase media al que solo parece importarle la música rap, cuestionado constantemente por su familia, se tiene que mudar. Charly, compañero de bases (beatbox) de la banda junto a Martín, padre de un hijo al que no ve, trabaja en una casa de comidas rápidas. Y Sol, quien vive con su madre, con la que mantiene una relación de amor y tensión constante. La película muestra aproximadamente un día en la vida de estos tres personajes, más la suma de varios secundarios que interactúan con ellos. No hay una bajada de línea política con respecto a la Chile actual, pero diferentes situaciones dejan marcados los puntos de vista de los personajes. Todo está ambientado en la comunidad de Quillacura, un lugar en su mayoría de casas bajas, de clase media con similitudes a los barrios más precarios de Los Angeles (la fascinación por el rap de varios de los personajes y el entorno nos recuerda algunos de los barrios de la ciudad norteamericana). Las actuaciones son muy buenas y los diálogos suenan creíbles (mucho modismo chileno, al que hay que adaptarse): la escena en la que Sol (Ignacia Uribe) discute en su auto con su madre, es uno de esos momentos. La película sigue el camino de 25 Watts (Pablo Stoll, Juan Pablo Rebella), por nombrar alguna influencia. Hay que agradecer que el entorno violento con el que los jóvenes se cruzan no los lleva a terminar en asuntos sórdidos. Hay algo de humor, aunque prevalece el drama. Se siente todo el tiempo que hay intenciones de cambio en la juventud chilena, la película lo trasmite indirectamente. Sin mostrar mucho, sobre el final hay una escena con maltrato hacia los gatos. La película repudia esto, pero mejor advertir porque puede ser chocante. Gabriel Piquet


Red Post on Escher Street, de Sion Sono / 8 puntos


“Al principio fue el caos”, suele leerse en varias cosmogonías. En Red Post on Escher Street, la última fantasía explosiva de Sion Sono, el plano inicial es un espacio urbano vacío. Un asistente de dirección dice “acción” y entonces comienza a transitar gente. Empieza la película en la ficción y la película propiamente dicha. El principio es el reverso de la cosmogonía: del equilibrio deviene el caos. La pantalla es atravesada por un estallido de colores, sonidos y gritos purificadores. La locura Siono se activa. Es la libertad del artificio, esa libertad que vuelve impredecible cada plano sucesivo, lejos del cálculo y la solemnidad, anárquica en su mejor expresión. La excusa argumental es el casting para una película que se llama Máscara. El director es un joven adorado de apellido Kobayashi. A partir de ese centro, se disparan aristas vinculadas con diversas historias detrás de las mujeres que se postulan. Y como el mundo de Sono es diverso y desprejuiciado, aparecen desde unas chicas súper poderosas hasta una joven viuda subyugada por su madre y el novio, pasando por un grupo de fans y continuando, entre otras, por una chica que ha liquidado a su padre abusador. El otro elemento que aglutina los relatos es un objeto, el buzón rojo con la inscripción que reza el título, tan esporádicamente presente como el fantasma de la novia del director. Entre las perlitas que la película regala, hay un homenaje a los extras, mostrados aquí como una corporación cercana a los hermanos Marx y con una metáfora de la cebolla en la hamburguesa que es de lo mejor que se escuche este año pandémico para despertar una risa. A medida que la historia avanza como si fuera un rizoma, los personajes se suman y confluyen en una escena final magistral donde queda claro quiénes merecen la pena ser mostrados. El ritmo de Red Post on Escher Street es el del Bolero de Ravel, ni más menos. Si hay un mérito visible es la capacidad de Sono para transmitir diversión y adrenalina, siempre manejando los climas, donde puede pasarse de la calma a la euforia en un segundo, sin temor a la exageración. Algún desprevenido tal vez se incomode con tanto grito japonés, al menos que logre decodificar la energía cinética de la película, un huracán rítmico, perfectamente acompañado por un montaje musical extraordinario. Con Sono, esa energía se expande, se ramifica y nunca se sabe dónde y cuándo termina. Mientras tanto, es como la corriente de un río en crecida. Los personajes gritan, sí, pero es pura catarsis, la misma que se contagia a los espectadores que, en el contexto de un festival donde prevalece el cálculo y todo parece rigurosamente controlado, están invitados a purificarse, como en las tragedias griegas. Se trata de un feliz desquicio. Guillermo Colantonio


Retiros (in)voluntarios, de Sandra Gugliotta / 7 puntos


Gugliotta parte de un asunto personal para llegar a uno general: la depresión en la que cayó su padre en los 90’s, cuando las privatizaciones menemistas lo dejaron sin trabajo, y sin motivaciones. Con inteligencia la directora se aparta del típico documental yoístico para profundizar en las políticas implementadas por empresas multinacionales que, para achicar personal, humillan a sus empleados para forzarlos al retiro y evitar los despidos injustificados. Lo que pasó en la Argentina de los 90’s rebota en la Francia de la primera década de este siglo: una veintena de empleados de France Telecom que se suicidan, dejando en evidencia el daño psicológico de la empresa. Gugliotta toma testimonios de las víctimas, de los que no lograron suicidarse (aunque varios lo intentaron), se acerca a ellos y si bien el documental está recorrido por una mirada cuestionadora de esas políticas neoliberales, en verdad gana en potencia cuando se acerca al componente humano, cuando le da voz a esas vidas destrozadas que demuestran en su mirada un vacío existencial enorme. Retiros (in)voluntarios es angustiante y triste, y también el registro de una generación que tenía un vínculo diferente con el empleo y el sistema laboral. Hay un asunto cultural que atraviesa toda le película y le da también otro nivel de lectura. Por encima de lo político, la película de Gugliotta es profundamente humana. Y eso es invalorable. Mex Faliero


Seize printemps, de Suzanne Lindon / 7 puntos


De comienzo puede haber algo bastante narcisista en la película de Lindon (hija en la vida real de los reconocidos Vincent Lindon y Sandrine Kiberlain): escrita, dirigida y protagonizada por ella con tan solo 20 años, su personaje -una chica de 16- se llama también Suzanne y aparece en casi todos los planos. Sin embargo, con el avance de los minutos Seize printemps no solo va abriendo su relato hacia otros personajes (algunos hermosos, como sus padres) sino que justifica cada una de las decisiones que toma Lindon en su ópera prima. En el plano que abre la película, un coro de adolescentes conversa sobre sus temas mientras Suzanne se aburre notoriamente. Precisa forma de presentar a un personaje que será eso durante todo el relato, una chica en un mundo que le resulta trivial y del que buscará escapar relacionándose con un adulto, para ingresar a otro mundo que no entiende del todo. Pero, claro, ese adulto que elige, un actor un poco frustrado con su carrera, también es alguien que habita un mundo que le resulta incómodo y encuentra en esa relación una forma de evasión. Lindon comete una doble osadía: plantear la relación entre un hombre adulto con una adolescente en una película de hoy de la manera entre naif y romántica en que lo hace, es una provocación. Y lo es también el hecho de escapar a todos los dilemas psicologistas con que esta película podría haber terminado en mocos, llantos y gritos. Seguramente que Seize printemps expone un universo de clase media acomodada francesa, de gente sin problemas evidentes que se toma todo de la manera más liviana y que eso puede parecer banal a los ojos del espectador contemporáneo. Pero ahí donde algunos pueden acusarla de superficial o conservadora, estimo que hay un gesto que aleja a la película de la exasperación de mucho cine actual. Con la levedad apuntada y con el uso del baile como inteligente metáfora sexual, Seize printemps es un debut sorprendente, incluso en el tono medio y sobrio con que elige no sobresalir. Como la propia Suzanne. Mex Faliero


Selva trágica, de Yulene Olaizola / 6 puntos


Tres afrodescendientes escapan por la selva de la Honduras británica (en esa época, años 20, hoy actual Belice) y cruzan hacia México. Son perseguidos por un terrateniente británico que quería casarse con una de las dos mujeres del grupo. Dos de ellos son asesinados en el intento y solo queda la joven mujer que es encontrada por unos trabajadores del chicle (recogen el látex que extraen de los arboles). Inmediatamente la tensión entre ellos y la joven comenzará a crecer mezclando realidad con una leyenda maya que involucra a Xtabay (representación de la muerte). La película genera un clima interesante, y parece que va a estallar por la constante tensión sexual entre los trabajadores y la joven. Pero tarda en suceder, y cuando pasa, no termina de ser efectivo y ese constante vaivén entre las situaciones ralentiza el film. Las características de los trabajadores del chicle (un grupo de hombres fuertes, en algunos casos con marcas en sus rostros) podrían salir del mejor western. Hay inclusive un enemigo latente (los británicos que buscan a la joven) y otro conflicto con el cargamento de chicle que no quieren darle los mexicanos a su patrón y venderlo por su cuenta a los contrabandistas. Estos elementos podrían generar algo más dinámico. Todo es correcto en la película, la fotografía, las actuaciones, pero hay algo que le saca la energía que uno espera de este tipo de films. Parece que esa tracción que mueve el cine de aventuras/western, no termina de llegar. El personaje de Indira Andrewin (la joven) es inocente y después de a poco comienza como a mostrar un lado más ambiguo por así decirlo, pero es intermitente, a veces desaparece dándole más presencia a los hombres. Se entiende que se le quiera dar un halo fantasmal o de personaje de leyenda, pero en los primeros minutos está bien marcada como humana y sus reacciones así lo demuestran. En el resultado final la película funciona, su ritmo cansino la acompaña en todo el metraje y no cambia abruptamente en la última media hora, en donde quizás tendría que hacerlo, siendo fiel a su idea. Gabriel Piquet


Shiva Baby, de Emma Seligman / 6 puntos


El perfil de la joven protagonista de esta comedia negra es visible en muchas películas contemporáneas, a saber, sale con hombres más grandes, mantiene vínculos problemáticos con su familia, el entorno se le hace insoportable y está en busca de su sexualidad. La nota diferencial es que el derrotero (a priori dramático) se perfila para el terreno del humor, en una historia con matices opresivos, filmada para generar asfixia y en un mismo espacio dramático, un funeral judío. El punto de vista, excesivamente enfatizado por una cámara omnipresente, construye un mundo, el de los adultos, de apariencias y obligaciones, y con todos los condimentos necesarios para que quede claro aquello que apesta a los adolescentes: intromisiones familiares, reglas de cortesía y fervor religioso. Mientras ella quiere desarrollar una carrera universitaria bajo la impronta feminista, los consejos sobre lo que debería ser llueven por los cuatro costados. Mientras tanto, Danielle reacciona como puede, porque además del estorbo de gente que apenas conoce, están las dos versiones de su amor: su sugar daddy y una amiga del barrio. Frente a la imposibilidad de reaccionar con la racionalidad que los otros demandan, ella navega por el lugar, amontona comida en un plato para luego devolverla a la mesa, mira para todos lados con expectación y transmite un ahogo que compartiremos. La supuesta felicidad de los demás, con sus poses, frases y rituales, es percibida por una visión que deforma y que pareciera buscar la implosión interna. Uno adivina que el estallido se puede producir en cualquier momento. Ahora bien, si esa tensión y algunas escenas de humor funcionan bien, hay que decir también que es una película que no pasa del plano medio y cuya duración acaso dé la impresión de un sketch estirado, trabajado para un horizonte de dos palabras que resumen la desorientación generacional. Guillermo Colantonio


Sophie Jones, de Jessie Bar / 8 puntos


Una risa a medio hacer. Un vuelo entrecortado. Sophie es el despertar de la juventud en medio de un caos interior que no termina de salir, pero que la atraviesa. Cómo vivir el duelo de su madre es la pregunta que se va haciendo mientras no deja de caminar e intentar. Aunque por momentos pareciera que faltan las palabras, cuando están tampoco son suficientes para abarcar el dolor. Ese malestar está, invade, pero no hace del personaje a una persona triste. Sophie transcurre el dolor, le da lugar a su forma. Ella deja que la herida la impulse y la detenga con su capricho. Muestra que se puede llorar con el cuerpo, sin derramar lágrimas ni generar un ambiente desolador. Sophie Jones explora la muerte pero sin apelar al golpe bajo. La vitalidad de la joven, la frescura con la que habla, dan al film vida a través de la búsqueda de sensaciones para llevar adelante ese momento. Las letras de las canciones, que aparecen en la película, complementan los silencios, repone las palabras que no están dadas por los diálogos. Melody San Luis


Teddy, de Ludovic Boukherma y Zoran Bouherma / 7 puntos


Recién salido de la adolescencia, Teddy pasa los días escuchando metal en su camioneta, drogándose con su novia, atendiendo a una abuela postrada, sobreviviendo a un trabajo que detesta y a una jefa que lo acosa, y enfrentado al hecho de que todos en el pueblo lo miran mal. Su actitud rebelde no encaja, las autoridades lo tienen fichado y el futuro es incierto. Hasta que una noche, algo lo ataca en el bosque, y todo cambia. La película de los gemelos Boukherma utiliza el terror como vehículo para retratar a una juventud a la deriva, en una Europa que mira con desprecio a la clase trabajadora, y con una sociedad lista para la caza de brujas. Con humor y sin renunciar a la sensibilidad (y arriesgándose con un cierre oscuro y amargo), Teddy funciona como una actualización en clave indie de la figura del hombre lobo. Puede pecar de una estética que a esta altura parece ser la norma de cierto cine consumido en festivales (atractiva, sí, pero a la vez un poco agotada en sus encuadres y colores), y de cierta sofisticación para acercarse al género, pero lo compensa con entretenimiento, un monstruo clase B y una carnicería que no deja dudas, aunque sí ganas de más. Marcos Ojea


The chronicles of Rebecca, de Yukiyo Teramoto / 7 puntos


Esta es una adaptación de la obra Rebecca of Sunnybrook Farm de la escritora norteamericana Kate Douglas Wiggin, un clásico infantil que en Estados Unidos está a la altura de la más conocida saga literaria de Mujercitas de Louise May Alcott. El corto dirigido por Teramoto tiene una marca estética muy cercana a la ampulosidad pictórica de Estudio Ghibli, al igual que su sensibilidad y detalle a la hora de construir sus personajes, pero tiene un tono más caricaturesco que acerca a Teramoto a su experiencia en Doraemon. Por su tono de narración clásica infantil se aproxima a la filmografía de Hiromasa Yonebayashi (actualmente ex Ghibli), pero hay en esta coming-of-age una historia contenida que termina resultando quizá demasiado pequeña al adaptar apenas un segmento del libro. Como preámbulo promete un universo con personajes bien definidos, pero termina dejando sabor a poco a pesar de su excelencia. Un punto interesante es la banda sonora de Takatsugu Wakabayashi, que se aleja de la sombra magistral de Joe Hisashi al dar más peso al uso de cuerdas. En todo caso, para estar atentos a si esta historia se extiende o queda en un breve ejercicio del Estudio Vega. Cristian Ariel Mangini


The exit of the trains, de Adrian Cioflanca y Radu Jude / 7 puntos


Lo que retumba en los extensos 175 minutos de The exit of the trains es el silencio. Codirigido por los rumanos Cioflanca y Jude -que ya presentó la notable y dolorosa The dead nation en el 2017-, hay aquí un nuevo retrato de la Rumania de Antonescu, poniendo el foco en el Pogromo de Iasi entre junio y julio de 1941. A diferencia de aquel documental de la edición del 2017, hay un tono más trágico y menos analítico, centrado en el testimonio crudo de la masacre, con un archivo fotográfico que está centrado en visibilizar las víctimas que terminaron olvidadas en fosas comunes. El archivo de testimonios describe el horror de aquellos que pueden poner en palabras lo que ocurrió durante esa masacre. Es un trabajo de investigación notable que no deja respiro a pesar de su extensión: el aproximamiento de Jude es más conservador que en The dead nation, al sustentarse exclusivamente en la fuerza del testimonio oral que da voz a los retratos de archivo, pero la sensación de vacío e impotencia ante la violencia, la injusticia, lo inexplicable, es la misma. Hay una segunda parte que funciona a modo de epílogo, donde las fotos se alejan de los retratos y reflejan la masacre, permitiéndonos tener un doloroso marco de los testimonios. Luego cierra el silencio o su paralelo visual, la pantalla negra. Un luto cinematográfico que hace partícipe al espectador. Cristian Ariel Mangini


The woman who ran, de Hong Sang-soo / 7 puntos


Es un poco cierto que Sang-soo parece filmar una y otra vez la misma película, con ligeras variantes. Pero lo mismo podría decirse de gran cantidad de directores. Tal vez en el coreano la utilización de recursos formales narrativos que se repiten de historia en historia hagan explícita esa reiteración, aunque también me parece divertido imaginar que todas sus películas forman parte de un mismo universo, y que los personajes podrían cruzarse con personajes de otras de sus películas al doblar una esquina. En The woman who ran, el director sigue a una mujer que se queda sola unos días mientras su marido sale de viaje de negocios, y aprovecha esa libertad de horas para reencontrarse con tres amigas. Cada visita de la protagonista es un segmento del film, que está pautado mayormente por encuentros gastronómicos, cafés compartidos y la revelación de intimidades que sin exponerse como dilemas enormes, muestran sutilmente las dudas e inseguridades que habitan a los personajes. Es interesante también cómo Sang-soo varía el foco de atención y vuelve centro de cada segmento a las amigas de la protagonista. Otro asunto interesante es la presencia de lo masculino. Mayormente en off a partir de las enunciaciones que hacen los personajes, cada segmento contará con la aparición subrepticia de un hombre. Se trata de momentos incómodos, donde lo masculino aparece como una amenaza. Claro que Sang-soo es un artista, y de los buenos, y su película está lejos del panfleto y del discurso superficial. También es cierto que The woman who ran está lejos de lo mejor del director (en busca de cierta cotidianeidad, a veces los diálogos se pierden en banalidades), pero se trata de una variante más que atendible de su cine, una amena exposición de tensiones e inseguridades de una generación inestable emocionalmente. Mex Faliero


Un crimen común, de Francisco Márquez / 7 puntos


La culpa y el miedo son los grandes temas sobre los cuales asoma este segundo film de Márquez. El foco de la historia está sobre Cecilia (notable trabajo de Elisa Carricajo), una profesora universitaria de formación progresista que ve sus convicciones devastadas ante un simple incidente. Pero este incidente, que tiene un eco en la desaparición y luego muerte del hijo de quien le ayuda en sus tareas domésticas, desnuda un terror de clase que desde la teoría no se le había presentado. Este hecho sucede en los primeros minutos, por lo tanto el resto del film problematiza sobre la culpa de la protagonista y la lenta descomposición de sus convicciones académicas. Un crimen común no ofrece salidas fáciles y algunas metáforas pueden resultar un poco forzadas (los monstruos), pero el suspenso y la sutileza con que se desarrolla retratan el infierno personal de Cecilia desde la intimidad de su vida doméstica, un apartado logrado que le acerca al género de terror. En este sentido, la película tiene un punto en común con la excelente La mujer sin cabeza de Lucrecia Martel, cristalizando un thriller desde aquello que no se encuentra explicitado y corrompe la vida personal de la protagonista. Cristian Ariel Mangini


Un cuerpo estalló en mil pedazos, de Martin Sappia / 7 puntos


Jorge Bonino es una de esas figuras fantasmales e inasibles de la cultura argentina, cercano a Antonin Artaud por su Teatro del Absurdo, pero también a genios de la comedia cinematográfica como Jacques Tati. Amante del teatro pero también paisajista, arquitecto y artista, Bonino es una figura difícil de catalogar que murió olvidado en el psiquiátrico Emilio Vidal de Oliva (Córdoba) tras un intento de suicidio el 17 de abril de 1990. La ópera prima de Sappia, un experimentado editor, intenta aproximarse a la persona y el personaje siguiéndolo a través de los lugares que fueron sus esquinas en ciudades tan dispares como Villa María, París o Buenos Aires. Podríamos decir que se trata de una película de editor basada en el montaje de las imágenes actuales de esos lugares en blanco y negro, con el relato de su vida que se construye como una leyenda y los testimonios que apuntalan la figura de Bonino. El film, construido episódicamente sobre notas que sirven de separadores de su vida, es rico en matices y la sensibilidad del relato ayuda a contener las imágenes, pero sus 91 minutos disociados entre el relato y las imágenes agota por su propuesta monocorde. Sin embargo, su atractivo reside en el retrato de Bonino, sobre el cual hay un trabajo exhaustivo de investigación de Sappia. Cristian Ariel Mangini


Vicenta, de Darío Doria / 8 puntos


Contado sabiamente con maquetas y pequeños muñecos, Vicenta relata un drama sincero y profundo como lo fue el caso LMR, que sentó jurisprudencia en las leyes argentinas con respecto a la interrupción de embarazos en contexto de violaciones a personas con retraso mental. Una historia de lucha que tiene como epicentro el núcleo de una familia pobre y trabajadora liderado por Vicenta, una madre sola y jefa de hogar achacada por la vida. Con la tutela de su hija discapacitada y el acompañamiento de su otra hija hará frente contra viento y marea, primero al grave golpe de reconocer la violación a la chica por un familiar cercano, para luego vérselas contra tanta burocracia asquerosa; instituciones y representantes en la materia que juzgan “tanteando” una situación tan delicada sin conocimiento de causa ni cintura. Una lucha tan lenta a paso de tortuga, pero activa y desesperada que envalentona a Vicenta en el transcurso de la narración y no le da lugar a rendirse. Una lucha que encuentra aliados en el camino que entienden que el reclamo auténtico de este y del aborto en sí es un tema necesario a tratar como emergencia y urgencia nacional en la Argentina de hoy. Rosana López

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