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Hillbilly, una elegía rural

Título original: Hillbilly Elegy
Origen: EE.UU.
Dirección: Ron Howard
Guión: Vanessa Taylor, sobre el libro de J.D. Vance
Intérpretes: Amy Adams, Gabriel Basso, Glenn Close, Haley Bennett, Owen Asztalos, Freida Pinto, Bo Hopkins, William Mark McCullough, Jesse C. Boyd, Deja Dee, Tierney Smith, Lucy Capri, Sunny Mabrey, Stephen Kunken
Fotografía: Maryse Alberti
Montaje: James Wilcox
Música: David Fleming, Hans Zimmer
Duración: 116 miutos
Año: 2020


6 puntos


GRITOS Y SUSURROS

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

El caso de Ron Howard puede parecer una rareza hoy en Hollywood, pero en el cine clásico eran habituales este tipo de artesanos sin una personalidad ni un rasgo autoral identificables, que podían llevar a buen puerto las más diversas historias. Se podría decir lo mismo de Ridley Scott pero, a diferencia del británico, Howard no busca el prestigio ni sobresalir demasiado. Incluso daría la impresión de que poco puede hacer Howard por los resultados finales de las películas, que las mismas ya están condenadas desde el mismísimo guion y que Howard solo sabe poner la cámara y narrar con relativa pericia. De ahí que Howard pueda dirigir películas como Apolo 13, Frost-Nixon o Rush, y que casi inmediatamente pueda filmar cosas como Una mente brillante, El código Da Vinci o Angeles y demonios.

Lo de Hillbilly, una elegía rural es particular, porque en ella se pueden observar todas las características que señalábamos más arriba dentro de una misma película, amontonadas sin una organicidad aparente. Tal vez Howard nos quiera decir que la experiencia de vida del protagonista está llena de esas luces y sombras, de esas emociones desorganizadas, y que el cine es en todo caso un reflejo de eso. Vaya uno a saber. Basada en un libro autobiográfico de J.D. Vance, escritor que cuenta aquí su difícil infancia en un pueblo norteamericano de la América profunda, en una familia rota y con una madre víctima de diversas adicciones. El relato va de esa infancia al presente, con el protagonista ya adulto, estudiando en Yale y a punto de conseguir el trabajo de su vida. En ese preciso momento, lo familiar lo reclama, ya que su madre ha sufrido una nueva crisis y tendrá que regresar al pueblo para enfrentarse con sus fantasmas personales. Lo que se observa claramente, y de ahí el carácter bicéfalo de la película, es un relato partido y balanceándose entre dos tonos decididamente antagónicos. Por un lado tenemos la película del protagonista (Gabriel Basso) y su novia (Freida Pinto), dos personajes hermosos y nobles, que se comprenden y se apoyan mutuamente, y que constituyen el costado más clásico de esta película, capaz de contar cosas complejas sin caer en excesos. Por el otro lado tenemos la película de la madre (Amy Adams) y la abuela (Glenn Close), la película de las caracterizaciones miméticas y subrayadas, la de las prótesis y los maquillajes, la de los gritos y las crispaciones, la que pide premios a grito pelado. Esos dos registros luchan, friccionan, descentran a la película de su tono medio y medido, y la vuelven un poco histérica y vulgar. Y otra vez surge la idea de que la experiencia de atravesar Hillbilly, una elegía rural es como atravesar la vida del propio J.D. Vance.

Que la balanza se incline hacia la positiva tiene que ver básicamente con las decisiones que toma Howard hacia el final. Lejos de la auto-conmiseración, de dejarse llevar por los tormentos del pasado, el protagonista elige qué vida desea llevar y de qué forma puede estar atento a su familia sin por eso sentirse en deuda ni abandonar su propio deseo. Claramente Hillbilly, una elegía rural persigue ciertas enseñanzas de vida, pero lo hace sin subrayados, lejos del voluntarismo y la autoayuda. Las cosas no pasan porque pasan, sino porque hay decisiones que se toman y se acciona. Que la película termine más cerca de Basso y Pinto es la demostración final de que Howard es dueño de esa sabiduría del buen artesano. En sus minutos finales, el film se aleja de los gritos y zamarreos y se acerca a esa paz un poco melancólica que promete lo elegíaco del título.

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