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El Método Kominsky – Temporada 2

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Posiblemente, El Método Kominsky sea la producción más libre y relajada de Chuck Lorre. Desde ahí marca una distancia palpable respecto a sus creaciones más famosas, como Two and a half men, The Big Bang Theory y Mom, de ritmo mucho más acelerado y con una preocupación por acumular gags a cada minuto. Quizás eso tenga que ver con los márgenes de maniobra que otorga Netflix, que permiten que no haya una necesidad constante de fabricar chistes, pero también debe tomarse en cuenta el rol que juegan Michael Douglas y Alan Arkin. Estamos hablando de dos actores no solo muy viejos (Douglas tiene 76 años, Arkin 86) sino también de dos figuras que hace ya un rato largo no parecen necesitar de un gran despliegue físico o gestual para trabajar cualquier tipo de tonalidad cómica o dramática, básicamente porque son conscientes de que no tienen que demostrarle nada a nadie. Por eso la mesura y el tono medido son los que marcan la pauta en esta serie sobre un actor cuyos quince minutos de fama ya pasaron hace rato y que se dedica a la docencia, y su representante de toda la vida. Y si la primera temporada ya marcó la pauta de que el gran conflicto de los protagonistas pasaba por cómo hacerse cargo de cuánto les había dado sus vidas, lo que habían ganado o perdido, y lo que les queda por perder o ganar, la segunda entrega profundiza esa exploración. Pero lo hace con atmósferas donde queda más patente la sensación de pérdida, o por lo menos de incertidumbre y hasta angustia respecto a lo que queda por delante. Eso se puede ver particularmente en el quinto y el sexto capítulos, titulados Un Shenckman ambiguo y Un secreto se filtra, un profesor habla, respectivamente. En el primer caso, hay un médico -interpretado nada más y nada menos que por Bob Odenkirk, en una breve aparición- que carga con sus propios dilemas y le debe dar al personaje de Douglas uno de esos diagnósticos que cambian todo. En el otro, el cierre se da con un monólogo a cargo de Paul Reiser -en el rol recurrente del novio de la hija de Douglas- donde queda claro que la vejez muchas veces es el momento donde uno se da cuenta que desperdició un montón de oportunidades en los años previos. Ambos son episodios tristísimos, aún cuando tengan sus pasajes de comicidad. Es que a pesar de que los dos últimos capítulos de la temporada poseen una vuelta más concreta al territorio de la comedia, también se empieza a hacer palpable que Lorre encontró aquí la oportunidad propicia para adentrarse en el drama. Eso no implica una remarcación melodramática, pero sí la consciencia en los protagonistas de que la muerte anda rondando, que el final no está tan lejos, lo cual no debe conducir necesariamente a una lenta agonía. En El Método Kominsky hay espacio para el romance, los dilemas familiares -primariamente para el personaje de Arkin, que debe reconstruir el vínculo roto con sus hijos- y la amistad, que es en verdad el nudo conceptual de la serie. La noticia de que Arkin no retornará para la tercera última temporada abre varios interrogantes respecto a cómo se clausurará la historia, aunque uno puede esperar que el tono medido y el cuidado por los personajes se mantenga. Sin grandes ambiciones, pero tampoco arbitrariedades, Lorre tiene la chance de darle un cierre apropiado a su primer drama con disfraz de comedia.

-Las dos temporadas de la serie están disponibles en Netflix. Ya hay confirmada una tercera y última temporada.

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