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Funcinema

Golondrinas

Título original: Idem
Origen: Argentina
Dirección: Mariano Mouriño
Guión: Patricio Alvarado Plaza, Fernando Gallucci, Mariano Mouriño
Intérpretes: Germán Palacios, Melanie Nacul, Isaias Salvatierra
Producción: Mariano Mouriño, Pablo Stigliani
Montaje: Anita Remon
Duración: 65 minutos
Año: 2019


6 puntos


UNA HISTORIA SENCILLA

Por Marcos Ojea

(@OjeaMarcos)

No recuerdo el libro, pero sí una reseña que alababa sus virtudes, y una de ellas era la de trabajar una tensión que nunca explotaba, que siempre tomaba un camino impensado y revelador. Lo mismo podría decirse de Golondrinas, la ópera prima de Mariano Mouriño, por razones que van desde la propia narrativa de la película, hasta la experiencia del espectador y sus prejuicios sobre determinado tipo de historia. Porque sí, la historia de Ana (Melanie Nancul) y Juan (Isaías Salvatierra), dos hermanos que trabajan como “golondrinas”, podía dar lugar a un drama miserable sobre la vida de un grupo de personas sin hogar, que se trasladan siguiendo las cosechas, y cuyos días están determinados por la precarización y la explotación. Todo esto está, pero Mouriño lo cuenta dando pistas; no le hacen falta más que algunos gestos y algunos diálogos para delinear a sus protagonistas y describir sus condiciones de vida. Una economía que empieza por la duración (59 minutos) y que se extiende a la puesta en escena, donde tampoco hay subrayados. En una rara convivencia entre la tosquedad y la sutileza, el director pone la cámara y deja que sus personajes existan, sin juzgarlos ni cargarlos de discursos. Una mirada sobre la clase trabajadora que evade cualquier paternalismo, pero que también se siente un poco plana.

Las complicaciones aparecen más adelante, cuándo entra en escena Edgardo (Germán Palacios), el dueño del campo, “Don Rossi” para sus empleados. Los comentarios en la radio, la charla sobre un partido de fútbol, la ausencia de celulares: descubrimos que la acción se ubica en otro tiempo, a principios de los 90, en una decisión a la que cuesta encontrarle una explicación. No es un problema per se, pero la aparición discreta y por los costados de la época que enmarca la historia lleva a pensar que no se trata más que de un capricho. O, tal vez, de la necesidad de anular la tecnología para que un personaje pueda desaparecer sin que lo encuentren. A través de ciertas situaciones entre el jefe y los dos hermanos, lo que antes parecía natural empieza a torcerse, y el peso del guion se vuelve palpable. A esto se suma la actuación de Palacios, que no es mala pero está en otro tono, más cerca de un registro televisivo donde se nota que se está actuando. ¿Una interpretación noventosa para una película que transcurre en esa década? Improbable, pero dejamos la teoría.

A partir de una escena de intimidad entre Ana y Edgardo, de las consecuencias de este romance y de cómo eso afecta a Juan, se vuelve evidente el verdadero tema de Golondrinas: el empoderamiento de una mujer que hasta entonces no podía decidir sobre nada. Lo que parecía ser el relato del ascenso social de dos hermanos (y que de hecho lo es) se transforma en la historia de Ana, un personaje apocado y sumiso que de a poco va tomando fuerza. La sutileza (otra vez) con la que Mouriño describe este proceso logra esquivar los lugares obligados que el cine parece haber pautado para hablar de mujeres que se enfrentan a su época. Los transita, pero sin banderas ni resaltadores, y se detiene en el momento justo. Para una película en la que se entrelazan la explotación laboral y la opresión de la mujer, con la bandeja servida para los excesos y la bajada de línea, no es poco.

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