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Gambito de dama – Miniserie

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Hay series que alcanzan por momentos algo que llamo “Estado Mad Men”. Para que esto suceda, se tienen que cruzar múltiples factores como cierta sofisticación narrativa, un aspecto visual virtuoso, actuaciones sólidas, guiones que tengan la habilidad de construir varios niveles de lectura, una mezcla de géneros que no eludan cierta ligereza y, de ser posible, una ambientación y un uso de la música que vistan con elegancia a la ficción. Es decir, una serie de elementos que le den ganas a uno de vivir ahí dentro, que generen un mundo autosuficiente y confortable. Obviamente para quien suscribe la serie creada por Matthew Weiner es el súmmum, y raramente se alcanza ese estado de elevación y gracia. Por suerte cada tanto alguien se ilumina y aparecen producciones como Gambito de dama (título que hace referencia a una movida del ajedrez), creada y dirigida por Scott Frank (guionista de Logan y Minority report, entre muchas otras), que roza esa perfección magnética que nos obliga a mantener los ojos en la pantalla. Esta miniserie de siete capítulos sigue a Beth Harmon, una joven (y ficcional) ajedrecista que en los años 60’s se convertiría en la mejor de los Estados Unidos, llevándola a disputar históricas partidas contra destacados rivales rusos. La historia va de la infancia de Beth hasta sus veintes, desde el suicidio de su madre hasta su estadía en un internado para niñas donde aprendería a jugar el ajedrez con el conserje Shaibel (impresionante lo que hace en solo un capítulo el gran Bill Camp) y su posterior camino en esa actividad una vez que se descubre su calidad de prodigio. De fondo, una década convulsionada por cambios sociales, como el ascenso de la mujer en espacios de poder y la lucha de los derechos de los negros en Estados Unidos. Gambito de dama es política y humana, no olvida discursear pero siempre lo hace sin soltar a sus personajes, recordando que son criaturas con sus deseos y no meras piezas en un tablero de agendas temáticas, como cuando Beth se enoja porque en una entrevista en la revista Life resaltan su triunfo como mujer antes que como ajedrecista. Precisamente ese es uno de los puntos altos de la miniserie: si bien merodea con algunos lugares comunes, como el del genio conflictuado y la neurosis de una actividad que puede volverse obsesiva, no deja nunca de lado el placer del juego, el profesionalismo de los ajedrecistas, su obsesión pero también la gracia que hay en lo estadístico y matemático. Se podría decir precisamente que el arco de Gambito de dama lleva a Beth de una obsesión insana y cierta pose de superación al disfrute de lo básico del juego y la competencia, como lo demuestra en la última gran escena del último capítulo. Es ese aspecto lúdico, cercano al relato deportivo, el que vuelve a Gambito de dama una serie atrapante. Sin dejar de lado el gran trabajo de puesta en escena, con elipsis que impiden atar todos los cabos, un montaje que sintetiza algunas partidas y otras las vuelve vibrantes, o elaborados planos secuencias como aquel que sigue a Beth en su ingreso a un hotel de Las Vegas. Si hay algo que tienen como virtud los personajes que construye Scott es demostrar una gran humanidad una vez que se corre el velo de su superficie entendido como autodefensa: eso sucede con Benny Watts (Thomas Brodie-Sangster), Jolene (Moses Ingram) o Harry Beltik (Harry Melling). Y línea final para lo que logran Marielle Heller y Anya Taylor-Joy, madre adoptiva e hija, una pareja que avanza por el mundo como en una comedia de Blake Edwards.

Los siete episodios de Gambito de dama están disponibles en Netflix.

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