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24 líneas por segundo: Astor, Lobo o Sumbudrule

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

En la semana se generó una pequeña polémica con el posible cambio de nombre que tendría el premio principal del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata a partir de su próxima edición. Y decimos “tendría” porque no hubo confirmación oficial y algunos funcionarios se escondieron de los medios y se llamaron a silencio como un chico que se oculta luego de hacer alguna travesura (no dudo, como suele ocurrir en estos casos, que alguien decida volver a Astor para calmar los ánimos). La información se conoció a través de un comunicado de la Fundación Piazzolla, donde se aseguró que el cambio ya estaba decidido y que el premio pasaría a llamarse Lobo, en mención al popular mamífero que vemos retozando en el puerto de la ciudad o, convertido en estatua, en la zona de la Rambla marplatense. El enojo por el cambio de nombre es una mezcla de justificada desazón ante lo inconsulta de la medida (a menos de un mes de la 35ª edición no se lo había informado públicamente) y el típico chauvinismo marplatense ante cosas mínimas que hieren su ego geográfico. Debo reconocer que el nombre de Astor para el premio siempre me pareció un poco incómodo, por más que se citen sus más de 40 bandas sonoras y su actuación en El día que me quieras. Y que tampoco me molesta que el premio lleve el nombre de un animal: ahí tenemos el León de Venecia, el Oso de Berlín, la Concha de San Sebastián o el Leopardo de Locarno. Pero sí hay un punto en el que esta modificación me resulta chirriante y que revela otro asunto de fondo: la constante indefinición del rumbo que debe tomar el Festival. El cambio de Astor a Lobo no sería el primero puesto que cuando el certamen regresó en 1996 el premio se llamaba Ombú, y en 2004 pasó a llamarse Astor. La estatuilla, por más que parezca algo banal en el fondo, es una de las formas de la identidad que un festival adquiere. Y el cambio constante demuestra inseguridad, que se comprueba en las formas que fue tomando el Festival con los cambios de gestiones y más allá de sus presupuestos austeros: que las sobras de las estrellas del pasado, que el aire latinoamericanista, que la apuesta por los nuevos autores, que un perfil más de género, que un perfil más BAFICI. Vaivenes que no hacen bien, aunque tengan que ver con las olas que bañan la costa marplatense (tal vez ahí, pensándolo bien, tenga algo de coherencia). Como tantas otras cosas de nuestro país que precisan un acuerdo general sobre un rumbo definido, supongo que me da lo mismo que el premio se llame Astor, Lobo o Sumbudrule. Pero que se llame de una forma y que a partir de esa certeza se edifique un camino de seguridad y previsión, en el que ninguna gestión venga a modificar aquello sobre lo que ya hay un acuerdo previo.

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