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Hombre solitario (1984)



AUTOAYUDA EN LOS AÑOS 80’S

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

La Nueva York de los años 80’s no era la Nueva York actual tomada por hipsters de toda laya, sino una ciudad en la que todavía podían verse los rastros de unos violentos años 70’s. Esa Nueva York desangelada, urbe repleta de neuróticos insufribles y mugrosos callejones sin salida, era la base sobre la que el escritor Bruce Jay Friedman imaginaba una serie de delicias humanas -en verdad tragedias reconvertidas en humor por la vía de la sátira- y las desarrollaba en The lonely guy’s book of life, una serie de escritos pensados para la revista Esquire que Neil Simon finalmente adaptaría al cine. Friedman, que murió hace pocos meses a los 90 años, fue un escritor clave de la cultura judía-norteamericana, dueño de un humor negro proverbial para auscultar a esa sociedad blanca de mediana edad, un poco intelectual, un poco patética, que poblaba los abigarrados edificios neoyorquinos (también fue guionista de algunos éxitos como Locos de remate y Splash). Hombre solitario es la adaptación de The lonely guy’s book of life, una comedia en la que se cruza el estilo satírico del autor, el refinado pulso para los diálogos de don Simon y la energía irrefrenable del primer Steve Martin.

Martin interpreta a Larry, un redactor de tarjetas de salutaciones al que en la primera escena lo vemos llegar a su casa para descubrir que su mujer lo engaña con otro, aunque su poder de negación sea más fuerte: charla y discute con ella como sin notar que en la misma cama está el amante. A partir de ahí Larry vagará como un alma solitaria intentando conseguir pareja en una ciudad que parece devorárselo. Es divertido pensar a Hombre solitario como una película de una era previa a la que se haría popular la literatura de autoayuda, una película basada en la acumulación de consejos que en verdad no sirven para nada. A Larry los consejos le llegarán de parte de Warren (Charles Grodin haciendo lo que sabe hacer, esa corporalidad impasible que hace reír con su personalidad hierática), un tipo demasiado acomodado en su posición de solterón que le irá aportando todos los tips necesarios para sobrellevar la soltería lo mejor posible. Aunque el consejo máximo sea rendirse y comprarse un helecho.

Como en las primeras comedias de Steve Martin, Hombre solitario está repleta de grandes ideas humorísticas que funcionan como fragmentos dentro de su narración, pero a los que en este caso la lógica del relato original ayuda mucho para darle cierta organicidad. La película de Arthur Hiller es casi un recuento de viñetas que buscan el chiste y casi siempre lo alcanzan. Hay situaciones que exploran la alienación social, como cuando Larry va a cenar solo a un restaurante y todo el mundo se da vuelta para verlo (luz seguidora incluida), o esa otra en un puente en el que ya no hay lugar para suicidarse porque está lleno de gente arrojándose al vacío. Mientras Larry y Warren charlan en el puente, los cuerpos van cayendo de fondo como las ranas de Magnolia. O esa secuencia onírica en la que Larry imagina la forma en que va a morir solo en su departamento mientras mira televisión. En Hombre solitario la ciudad y los espacios que habitan los personajes lucen inseparables. Esos departamentos dan forma a esa neurosis reconstruida con humor desde la pluma de Friedman y Simon. Una caligrafía propia de una época en la que no solo la autoayuda no tenía el peso que tiene en la generación actual, sino que todo era posible de ser burlado, incluso el patetismo de estos solitarios tragicómicos. Con humor y con una negrura espesa, a pesar de un final algo edulcorado en el que los personajes finalmente encuentran el amor. Tal vez la única concesión que hace Hombre solitario luego de un paseo por el detrás de escena de la gran ciudad.

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