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The sinner – Temporada 3

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Si las dos primeras temporadas de The sinner supieron coquetear con aspectos cuasi sobrenaturales para finalmente encontrar explicaciones racionales -mayormente vinculadas con la esfera de lo inconsciente o hasta instintivo- para los crímenes que se investigaban, la tercera introduce un quiebre particular. El eje narrativo -y en un punto moral- continúa siendo el Detective Harry Ambrose (Bill Pullman), con sus conductas entre erráticas y torturadas, pero también su instinto para detectar rastros inusuales frente a hechos que parecen tener una única explicación. Sin embargo, esta vez la historia no se centra tanto en lo enigmático, ya que a mitad de temporada nos queda bien claro que Jamie (Matt Bomer) no solo es el culpable de la muerte de su misterioso amigo Nick Haas (Chris Messina), sino que va emprendiendo un camino acelerado rumbo al estatuto de asesino serial. Esa elección lleva al relato a otro territorio, que es el del duelo de personalidades entre Ambrose y Jamie, pero también al cruce empático entre dos seres aquejados por traumas no resueltos y fantasmas que los acechan. Ambos se reconocen entre sí, se entienden y comprenden, incluso se retroalimentan en sus decisiones, pero van delineando un vínculo enfermizo que escala en sus consecuencias y afecta a quienes los rodean. Lo que vemos es una especie de amistad frustrada, una conexión casi romántica y definitivamente trágica, y ese aspecto es quizás lo más interesante de una temporada que focaliza en las insatisfacciones de las rutinas laborales y familiares, en cómo hay personas que pueden hacer todo lo posible por encajar en los mandatos sociales, pero finalmente solo pueden definirse desde la auto-marginación, desde una huida hacia ninguna parte. Cuando los protagonistas se ponen a sí mismos al borde del abismo físico y mental, sin respuestas o certezas a mano, buscando límites que no están claros, la serie vuelve a mostrar esa capacidad casi innata que posee para desestabilizar al espectador, para generar un suspenso tan inquietante como inmersivo. Pero esa aproximación narrativa y estética se va agotando en los últimos capítulos, que acumulan varios giros un poco atolondrados, que desgastan a la trama, poniéndola al borde del inverosímil. Aun así, la última escena recupera un dramatismo inusual, donde la angustia interior pugna por salir a la luz. Lo que queda claro y patente es que, a pesar de los cambios en su estructuración, esta tercera entrega de The sinner vuelve a mostrar sus ya reconocibles virtudes y defectos: la habilidad para plantear interrogantes estimulantes, pero también el despliegue de respuestas un tanto facilistas.

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