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The king of Staten Island

Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: Judd Apatow
Guión: Judd Apatow, Pete Davidson, Dave Sirus
Intérpretes: Pete Davidson, Marisa Tomei, Bill Burr, Steve Buscemi, Bel Powley, Pamela Adlon, Maude Apatow, Domenick Lombardozzi, Machine Gun Kelly, Jimmy Tatro, Moises Arias, Kevin Corrigan, Gary Gulman
Fotografía: Robert Elswit
Montaje: Jay Cassidy, William Kerr, Brian Scott Olds
Música: Michael Andrews
Duración: 136 minutos
Año: 2020


9 puntos


LA MADURACIÓN DE JUDD APATOW

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Cuando pienso en el cine de Judd Apatow pienso en una misma película que se repite, con variantes, infinitamente: una vez que empiece seguramente seguiremos a un tipo de unos treinta y pico de años que padecerá el tener que dejar atrás la juventud y volverse adulto, evento representado más explícitamente en aquella Virgen a los 40. No hay nada malo en eso, en todo caso habla de un autor con sus características bien definidas en cuanto a tema y forma. Un par de planos, un diálogo, un arquetipo de protagonista, y ya sabemos que estamos en una película de Apatow, un lugar seguro donde nos sentiremos cómodos durante un buen rato, porque sabe filmar la amabilidad y la amistad como ningún otro director del cine norteamericano: aquí lo veremos en las escenas del cuartel de bomberos, en los ratos que comparte Pete Davidson con Marisa Tomei. El cine de Apatow está identificado con la comedia, pero lo suyo son más las comedias dramáticas un poco en el estilo del cine de James L. Brooks, donde tenemos un protagonista y, sin volverse enfáticamente coral, la narración se abre hacia una serie de secundarios queribles y se vuelven lánguidas y estiradas y parecen no terminar nunca. Y tampoco queremos que terminen -esa es la trampa-. O bien podrían terminar en cualquier momento, como en el bello plano que cierra este film. Al igual que en Brooks, la duración de las películas de Apatow sobrepasa fácilmente la media de lo que duran las comedias (o las comedias dramáticas). Pero no se trata de un exceso, es simplemente el tiempo que precisan las historias que le interesan al director para poder contarse y desarrollarse sin complicaciones. The king of Staten Island, su último film, encaja perfectamente en toda su filmografía previa (es su película más Brooks, de hecho), pero la clave, como decíamos al comienzo, lo que marca la diferencia y enriquece el camino, son las variantes.

The king of Staten Island nace de un guion de Davidson, integrante de la última camada del SNL!, que aquí protagoniza. La historia que cuenta tiene varios elementos autobiográficos y eso permite que el movimiento habitual de Apatow, ese camino moral con el que termina encajando a sus personajes adolescentes en un marco de mayor responsabilidad, luzca más orgánico y menos forzado. No se trata de imponer el verismo, lo real, por encima de la ficción, sino más bien de ver de qué manera Davidson conoce los rincones de una criatura compleja y tiene la forma de expresar su cambio progresivo adecuadamente. Su Scott Carlin es un veinteañero sin demasiado rumbo, fanático de los tatuajes que convirtió su propio cuerpo en campo de experimentos y que padece trastornos psicológicos que lo llevan a ser bastante agresivo con todo lo que lo rodea, su hermana y su madre incluidas. Agresión que el personaje convierte en escudo y autodefensa, y la película en comedia y humor espeso, lindante con lo negro-negrísimo (aunque no lo parezca, es graciosísima, hilarante por momentos). El padre de Scott, bombero, murió hace tiempo, y esa sombra se cierne sobre su espalda como un peso imposible de sobrellevar. Cuando su hermana se vaya a la Universidad y se quede solo, con una madre que comienza a salir con otro tipo, para colmo también bombero, el mundo interior de Scott estallará en mil pedazos. Pobre Scott, es de esas personas que no saben expresar muy bien qué es lo que les pasa.

The king of Staten Island es una película madura en el buen sentido, es decir no confunde maduración con solemnidad o pedantería; más bien marca la presencia de un autor en su punto justo, en una cima creativa difícil de alcanzar. La película es madura temáticamente, volviendo sólido el universo del director, y lo es formalmente, con un trabajo fotográfico del gran Robert Elswit que supera el aspecto visual de cualquier comedia, y con un montaje preciso que hace de sus 136 minutos una medida de tiempo justa, sin que sobre ni falte nada. Si a veces las películas de Apatow toman algunos atajos o desvíos que resultan un tanto anticlimáticos (recuerdo la última parte de Hazmerreír, por ejemplo), The king of Staten Island esquiva ese asunto porque los desvíos forman parte de su sistema, como el caminar particularmente desgarbado de Davidson/Scott. Y no olvidar lo geográfico, que se incorpora al relato como una forma de profundizar en el sentir de ese grupo de amigos del protagonista: Staten Island, el barrio más olvidado del estado de Nueva York, un lugar sin atractivos turísticos, de casas de clase obrera y sin mayor perspectiva de futuro. Un lugar en el que no queda otra cosa que ser honesto, y The king of Staten Island es precisamente eso, una película de una honestidad brutal capaz de divertir y doler en cantidades industriales.

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