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Random acts of violence

Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: Jay Baruchel
Guión: Jay Baruchel, Jesse Chabot, basados en el cómic de Justin Gray y Jimmy Palmiotti
Intérpretes: Jesse Williams, Jordana Brewster, Jay Baruchel, Simon Northwood, Niamh Wilson, Isaiah Rockcliffe, Clark Backo, Victoria Snow, Eric Osborne, Nia Roam, Aviva Mongillo, Wade MacNeil
Fotografía: Karim Hussain
Montaje: Andrew Gordon Macpherson
Música: Wade MacNeil, Andrew Gordon Macpherson
Duración: 80 minutos
Año: 2019


6 puntos


PUÑALADAS Y VIÑETAS

Por Marcos Ojea

(@OjeaMarcos)

Hace poco comentábamos, a propósito de You might be the killer, que el slasher como subgénero del cine de terror ya casi no podía proponer ejemplos que fueran más allá de la repetición, el homenaje o la reflexión sobre sí mismo. Lo que no implicaba, claro, que ya no fuera capaz de producir películas efectivas. Un cuento de terror bien narrado, aunque visitado mil veces, por lo general funciona; se trata de seguir apretando la fibra íntima que active el miedo, y en el caso del slasher, se trata también de hacerse cargo de un modelo que no necesita ser demasiado ambicioso (aunque sí creativo). Es más: en la mayoría de los casos, un buen slasher es la suma de unos pocos elementos bien ejecutados. Una ambición que desafíe esos límites, no desde lo formal pero sí desde lo ideológico, suele terminar empantanando el resultado. Es la vieja discusión entre la tradición y la novedad, y el problema de que la novedad esté auspiciada por la pretensión y la seriedad.

Random acts of violence, segundo trabajo como director de Jay Baruchel (antes lo hizo en la secuela de Goon, que no es tan buena como la primera pero igual está bien), aparece como la forma más autoral que propone el slasher hoy en día: como un comentario sobre la naturaleza del subgénero. Hacer preguntas, ponerlo en crisis, pero sin olvidar la dosis necesaria de gritos y asesinatos con objetos corto-punzantes. Basada en un cómic de 2010 escrito por Jimmy Palmiotti y Justin Gray, la historia sigue a Todd Wackley (Jesse Williams), un dibujante y escritor de cómics que se embarca en un viaje por carretera junto a su novia, Kathy (Jordana Brewtser), su socio (Jay Baruchel), y su asistente (Niamh Wilson). Para Todd, el viaje es una búsqueda de inspiración para completar el último número de su celebrado cómic Slasherman; para Kathy, es la oportunidad de investigar sobre las víctimas de un asesino en serie que actuó en esa misma carretera varios años atrás, y cuyos crímenes sirvieron de base para la obra de Todd. Por supuesto, una serie de nuevos asesinatos van a empezar a apilarse, cargados con una inquietante particularidad: parecen estar inspirados en las muertes descriptas en los cómics. ¿Se trata de un imitador, o es tal vez el asesino original quien, motivado por las páginas de Slasherman, vuelve a ponerse la máscara?

Baruchel abraza la autoconsciencia y el uso metaficcional de la narración (tópicos que Scream estableció casi como pautas de supervivencia para el slasher), pero se inclina por una superficie visual más cercana al cine de realizadores como Joe Begos o Panos Cosmatos, que apuestan por una estética saturada para pintar de neón sus pesadillas. En este sentido, el director descarta la posibilidad de hacer un slasher al uso, o de quedarse solo en la reflexión, y aprovecha la presencia de los cómics en la trama para que su película tienda un puente entre ambos formatos (con secuencias animadas incluidas). Es un riesgo que no siempre funciona, y que puede entenderse como el esfuerzo de Baruchel por sobresalir de la media, en un mercado de películas de terror bastante saturado.

La búsqueda de ese plus que, se supone, ayuda a que un título sea considerado como algo más que una simple película de género, es lo que motiva buena parte del terror actual, y puede provenir de distintos lugares. De la forma, como es el caso del choque de registros que mencionamos, pero también del discurso, que muchas veces se construye al calor del momento, con un oportunismo que termina por entregar productos con fecha de vencimiento. Por suerte, la película no ahonda demasiado a este respecto, pero sí coquetea con ese juicio moral que, en un plano apurado y superficial, tiende a invalidar al slasher, acusándolo de celebrar la violencia de hombres contra mujeres. Es un debate sumamente interesante al que, desde la crítica, siempre estamos dispuestos a entrar, pero que dentro de una película de este tipo corre el riesgo de volverse subrayado, sentencioso y con culpa. Baruchel lo muestra y lo pone en crisis, en una tensa escena dentro de una cabina de radio, pero se ahorra las conclusiones, afila el cuchillo y pisa el acelerador.

A excepción de la primera masacre, en donde el asesino ataca a un grupo de estudiantes bajo la lluvia y los destroza a puñaladas con una furia nerviosa (que recuerda, si hacemos el link Baruchel, a las piñas que se daban los jugadores de hockey en Goon), el resto de las escenas donde muere algunos de los personajes están filmadas de manera efectiva pero sin mucha gracia. El director despliega a su vez una subtrama familiar, relacionada con un recuerdo traumático de la infancia del protagonista, que si bien aporta para la secuencia final, luce un poco arbitraria. Es el caso de la vuelta de tuerca tan anunciada que, cuando finalmente sucede, a nadie le importa. Tampoco ayuda la interpretación mediocre de Jesse Williams, un actor conocido por su participación en Grey’s anatomy, y que acá se revela como incapaz de transitar ciertas emociones. Es cierto que el slasher no necesita, casi por definición, de grandes actuaciones, pero cuando una película intenta jugar más allá de sus límites, el espectador también puede exigir más. Y quien suscribe no es un espectador demasiado exigente cuando un film funciona a pesar de los puntos que se le puedan marcar.

La incursión de Jay Baruchel en el cine de terror es atendible, con una película  que cumple con la nota justa, y que es fallida considerando lo que podría haber sido si no se tomara tan en serio el asunto. Los mejores slashers del último tiempo son los que logran integrar la truculencia con el humor, el homenaje con la falta de respeto. Ahí tenemos a la muy divertida Feliz día de tu muerte, y a la enciclopédica Behind the mask: the rise of Leslie Vernon, que es algo así como un manual de instrucciones del slasher en clave paródica. Existe un fenómeno que implica a ciertos actores y realizadores cercanos a la comedia, como Danny McBride, Jordan Peele, David Gordon Green o Dave Franco (que debutó recientemente en la dirección con The rental), que se pasan al terror con notable eficacia, y que nos sirve para pensar la relación entre comedia y horror. Al fin y al cabo, ambos géneros funcionan como espacios para tratar de entender y cuestionar los cambios sociales y culturales de una manera mucho más interesante que la que permiten ciertos bodoques solemnes, que son lo que suelen competir por los premios grandes. También podría pensarse en cómo la experiencia previa en un género prepara el terreno para aterrizar en el otro, porque tanto la comedia como el terror (y sobre todo en lo que respecta al slasher) dependen de la capacidad para sostener el ritmo y mantener la tensión. Son ideas sueltas que requieren trabajo, pero que ahora mismo valen para advertir cuán curioso es el paso de Jay Baruchel hacia el terror. En un actor con una larga carrera en la comedia, la esforzada seriedad de su película se observa con cierta pena. Le ponemos fichas, claro, con la esperanza de que esta exploración recién arranque. Y si solo es una fase, le pedimos que siga con la comedia y que se siga animando a la silla de director. Talento y energía no le faltan.

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