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Funcinema

Palm Springs

Título original: Idem
Origen: EE.UU.
Dirección: Max Barbakow
Guión: Andy Siara
Intérpretes: Andy Samberg, Cristin Milioti, J.K. Simmons, Meredith Hagner, Tyler Hoechlin, Camila Mendes, Peter Gallagher, Dale Dickey, Chris Pang, Erin Flannery, Mark Kubr, Roxanne ‘Rocky’ Meyers, Tongayi Chirisa
Fotografía: Quyen Tran
Montaje: Andrew Dickler, Matt Friedman
Música: Matthew Compton
Duración: 90 minutos
Año: 2020


8 puntos


EL AMOR NOS SALVARÁ

Por Marcos Ojea

(@OjeaMarcos)

Las expectativas son terribles. Cito un caso puntual y cercano: cuando vi Eurovisión, lo que esperaba no estaba ahí, y tuve que leer y pensar para poder destrabar las ideas preconcebidas y llegar a disfrutarla (en una segunda instancia). Si bien no creo que sea una película perfecta, y si bien el gusto todavía es subjetivo, admito que mucho de lo que ofrece se me escapó, embarcado en la búsqueda de la película que yo quería ver, y desestimando la que estaba viendo. Cito a Mex Faliero: “la película puede expulsar a un público determinado que, haciendo la ecuación Will Ferrell + universo kitsch, busque solo la burla y el regodeo en el patetismo”. Ahí estaba yo, efectivamente expulsado, y eso me llevó también a pensar qué es lo que me hace reír… pero eso es material para otra discusión. Dentro de este texto, lo anterior sirve como introducción para decir que las expectativas también estaban operando cuando me puse a ver Palm Springs. No había visto el trailer, pero la presencia de Andy Samberg y la producción a cargo de The Lonely Island (el trío cómico conformado por Samberg, Akiva Schaffer y Jorma Taccone), preparaban el terreno para una comedia velocísima, incorrecta en el mejor de los sentidos, con un humor hiperbólico, pero también sofisticado, atento a la temperatura social y cultural; un humor que nunca es obvio ni aleccionador, y que es inteligente sin creerse más inteligente que los espectadores. Todo esto con una implacable correspondencia de imaginación visual e ingenio narrativo. Suena a demasiado, pero ahí tenemos a Hot Rod, a Popstar, y a una enorme cantidad de videoclips de The Lonely Island (algunos de ellos nacidos como colaboraciones para Saturday Night Live!). Todas pruebas cabales y maravillosas de esto que decimos. A esta altura, el lector podría preguntarse cuándo empieza la crítica que vino a leer, y que hasta ahora no es más que una reflexión bastante fácil sobre las expectativas, más una declaración de amor a The Lonely Island. Basta con avanzar hasta el párrafo siguiente para encontrar la respuesta, pero en ningún caso encontrará una disculpa. No voy a pedir perdón por el lugar que Andy Samberg ocupa en mi corazón. He dicho.

Ahora sí, Palm Springs. Es perezoso pero inevitable comparar la película del debutante Max Barbakov con Hechizo del tiempo (que para mí siempre fue El día de la marmota), y que esa comparación aparezca porque ambas trabajan sobre la idea de un loop temporal que obliga al protagonista a vivir el mismo día una y otra vez. En este caso, le toca a Nyles (Andy Samberg) permanecer siempre en la misma fecha, el 9 de noviembre, y en la misma situación: la boda de la mejor amiga de su novia. No sabemos cómo es que Nyles quedó atrapado en esa repetición, ni tampoco sabemos cómo funciona la cueva que la provoca. La misma cueva en la que, una noche y por accidente, ingresa Sarah (Cristin Miloti), la hermana mayor de la novia, que queda también obligada a despertarse cada día en el mismo día.

Es Sarah la que va a intentar buscar una salida, al tiempo que tiene que lidiar con el estilo de vida por el que optó Nyles hace ya mucho tiempo: después de la desesperación, y de varios suicidios frustrados por el hecho de que, sin importar lo que haga, siempre se despierta en el mismo día y en el mismo lugar, se dedica a matar el tiempo haciendo nada, tomando cerveza, y entregándose a distintas formas de autodestrucción. Es una idea que, por un lado, evita las convenciones sobre cómo lidiar con este tipo de situaciones, ubicando la acción en un tiempo donde toda posibilidad de salida ya se agotó, y lo que queda es acostumbrarse a la nueva normalidad; y por otro lado, lo hace sin tanto dramatismo al respecto. Algo similar, pero llevado al extremo, es lo que ocurre con el personaje de Will Forte en la serie The last man on earth. Sin mucho más que hacer, lo que queda es construir una existencia que ayude a sobrellevar la soledad, ya sea la de un loop temporal, o la de ser el último ser humano vivo después de un virus que arrasó el planeta: emborrachándose, rompiendo cosas y pasando largos ratos dedicado al ocio y la contemplación.

Sin lugar a dudas que la superficie de Palm Springs es ideal para que Samberg y compañía desplieguen su artillería, pero lo que ocurre es algo distinto, y es en este punto donde resulta crucial correrse de las expectativas (al menos en mi caso) para que todo funcione como corresponde. La película ensaya una variación del humor característico de The Lonely Island, en un acto que puede leerse como una simple exploración, o también como una maduración por parte de los comediantes. Lo que solía ser acelerado y desmedido, aparece acá en una forma más mesurada, ajustada a la tristeza que recorre el fondo del relato. Es como si el Nyles de Samberg fuera una versión biológicamente más adulta de otros de sus personajes, pero que sigue aferrado a un modo de vida (y de humor) que las personas a su alrededor ya no comparten. Y eso lo deja solo, a la deriva, contando chistes para un público que ya no está ahí. El descubrimiento de la adultez de los demás, y la constatación de la propia soledad, son lo que dan lugar a la tristeza de la que hablamos. Y que solo puede corregirse por medio de la adaptación, de la aceptación, y claro, del amor. Como sucedió con Adam Sandler en La mejor de mis bodas, Andy Samberg se anima su primera comedia romántica propiamente dicha, sin huir de los tópicos habituales del género.

Es verdad que la demostración de ciertos sentimientos no es algo ajeno a The Lonely Island, pero nunca antes habían tomado el centro de la escena como en Palm Springs. Claro que para que eso suceda de manera fluida, la película establece una base donde operan los atributos del grupo cómico, con Samberg exhibiendo sus cualidades para el absurdo, y haciendo gala de un humor verbal y físico que siempre invade y conquista la pantalla. Pero, después de establecer el tono, las cosas cambian, o dicho de otro modo: se permiten cambiar. La Sarah de Cristin Milioti es un contrapeso para Nyles, y lo es de un modo impensado, porque es ella la que muchas veces se arrebata para combatir el letargo con el que vive el personaje de Samberg. Entre los dos crece un vínculo que transita sin culpa los lugares conocidos de la comedia romántica, incluyendo los quiebres emocionales, los descubrimientos y las declaraciones de amor. Es una estructura saludable en la que Andy Samberg incluso se anima a la ternura, entendiendo el paso del tiempo y el crecimiento de sus criaturas.

En Voley, esa gran comedia de Martín Piroyansky, el personaje del Chino Darín le dice al protagonista “¿Cuándo te vas a buscar una mina que te guste de verdad? Que te importe, que te haga sufrir. Te quiero ver llorar por una mina una vez en mi vida”; acá esa mina aparece, y Andy Samberg finalmente llora por ella. Es un salto que cuesta (de ambos lados de la pantalla), pero que tiene sentido y es capaz de emocionar. Nyles deja de escapar (de sí mismo, y de ese personaje sacado de J.K Simmons que lo busca para matarlo), Andy Samberg se desacelera y mira para los costados, y Palm Springs funciona como una convivencia armoniosa entre el humor del comediante y la posibilidad de enamorarse. Es una variación valiente, que tiene algún que otro altibajo, pero a quién le importa. Una comedia romántica con el sello de The Lonely Island es digna de celebrar.

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