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El graduado (1967)



BELLEZA AMERICANA (UNA PRECUELA)

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Hace unos días, el 16 de junio, falleció Charles Webb, autor de la novela original en que se basó El graduado. El film de Mike Nichols es de los más emblemáticos y exitosos de finales de los sesenta (de hecho, fue la película más taquillera en Estados Unidos en su año de estreno), o más bien se lo quiere pensar así por todo lo que generó a su alrededor a lo largo de las décadas. No solo lanzó a la fama a un joven Dustin Hoffman, también colocó a la Señora Robinson, encarnada por Anne Bancroft, como representación de la fantasía -principalmente masculina, pero también femenina- de la relación sexual entre una mujer adulta y un joven del que tranquilamente podría ser su madre. Algo parecido sucedió con la canción Mrs. Robinson, escrita por Paul Simon e interpretada por Simon & Garfunkel, que formaba parte de la banda sonora de la película: se posicionó tanto en la memoria de los espectadores que fue luego retomada de forma paródica en la saga de American pie. Y hasta Los Simpson -una de las series que mejor leyó la cultura popular- homenajeó su secuencia final en aquel capítulo donde Abe Simpson se enamoraba de la madre de Marge y terminaba impidiendo su casamiento con el Señor Burns aún sin ganarse su amor.

Esa reversión paródica de Los Simpson era pura arbitrariedad, incluso una reivindicación del sinsentido y desde ahí posiblemente haya sido la que mejor interpretó a la película. Es que la historia de Ben (Hoffman), ese joven recién graduado de la universidad que queda atrapado en un triángulo amoroso entre la mencionada Señora Robinson, la esposa del socio de su padre, y su hija Elaine (Katharine Ross), avanza a pura vocación de reflexividad algo polémica, pero sin mucha consistencia. La intención del relato es clara: correr el velo tras las apariencias de la clase media alta norteamericana y mostrar las hipocresías, insatisfacciones y tensiones que la habitan. Convengamos que algo de eso termina apareciendo: Ben, la Señora Robinson y Elaine son personajes acechados por un sentido del deber ser, por expectativas sociales y culturales, que los condicionan y de los que pretenden escapar, sin mucho éxito. Eso quedaba reflejado en el último plano de la película, con Ben y Elaine en el colectivo, impávidos y mirando a la nada, tomando consciencia de las consecuencias de sus acciones y la falta de certezas a las que se enfrentan.

Nichols, al igual que en su ópera prima ¿Quién le tema a Virginia Wolff?, mostraba en El graduado capacidad para construir iconicidad, pero una más relacionada con sus orígenes teatrales que con el arte cinematográfico. Era una iconicidad más impuesta y remarcada, más basada en lo discursivo, casi impostada y digerida para un espectador que podía así exculparse de las responsabilidades individuales y señalar a un colectivo social convenientemente difuso. Un cine culposo, pero no realmente constructivo y finalmente tranquilizador, cuyas fórmulas serían retomadas por cineastas como Sam Mendes, que siempre ha sido un manipulador nato. De hecho, Belleza americana y Solo un sueño le deben bastante al film de Nichols, a partir de cómo piensan el cine más como una herramienta técnica al servicio de un discurso que como un arte verdaderamente autónomo y capaz de crear un lenguaje propio. Pero es difícil saber cuánto les debe el cine a estas películas. O si les debe algo más allá de los mecanismos para cimentar sobrevaloraciones y alimentar imaginarios supuestamente transgresores, pero eventualmente apaciguadores.

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