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Chicos buenos

Título original: Good boys
Origen: EE.UU.
Dirección: Gene Stupnitsky
Guión: Gene Stupnitsky, Lee Eisenberg 
Intérpretes: Jacob Tremblay, Keith L. Williams, Brady Noon, Molly Gordon, Midori Francis, Izaac Wang, Millie Davis, Josh Caras, Will Forte, Mariessa Portelance, Lil Rel Howery, Retta, Michaela Watkins, Christian Darrel Scott, Machie Juiles, Chance Hurstfield, Enid-Raye Adams, Sam Richardson
Fotografía: Jonathan Furmanski 
Montaje: Daniel Gabbe 
Música: Lyle Workman 
Duración: 90 minutos
Año: 2019


7 puntos


DESDE LA MÁS «TIERNA INFANCIA»

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Frente al revisionismo cuestionador -entre puritano, estúpido y un poco fascista- que viene recibiendo en los últimos años esa gran película que es Supercool, Seth Rogen, Evan Goldberg y Jonah Hill (que estuvieron involucrados desde diferentes lugares en ese film) parecieran intentar una respuesta desde la producción de Chicos buenos. Decimos “pareciera” porque no queda del todo claro cuánto de respuesta hay, o más bien, de adaptación a los tiempos actuales sin resignar cierta impronta.

El film de Gene Stupnitsky (co-autor también del guión) se centra en un trío de chicos de sexto grado de la primaria, tratando de navegar las aguas turbulentas de la escuela y que se encuentran ante la oportunidad de incorporarse al círculo más popular de su edad cuando son invitados a su primera fiesta de besos. Al no saber cómo demonios besar a una chica, deciden usar el dron del padre de uno de ellos para espiar a unas vecinas, pero eso acaba en desastre. Con el dron perdido, terminan embarcándose en una particular odisea para recuperarlo y a la vez garantizarse la chance de ir a esa bendita fiesta. Si el argumento parece un remedo del de Supercool, es porque en buena medida lo es, aunque la vuelta de tuerca aparece por el lado de la edad de los protagonistas.

Ese giro conceptual lleva a Chicos buenos a un territorio ligeramente diferente al de Supercool, aunque no deje de funcionar como una especie de precuela: está la obsesión por pertenecer, la fascinación un tanto excesiva por el género femenino, la búsqueda de identidad, el proceso de crecimiento y los lazos de amistad que son puestos en crisis para luego reforzarse, como si viéramos una especie de ejercicio de anticipación. Pero a la vez, el trío de niños funciona como una especie de puente para los realizadores para seguir indagando en los discursos donde predomina la masculinidad, la sexualidad o directamente el sexismo. Lo infantil sirve como un filtro estético para lo adolescente, lo políticamente correcto y hasta lo escatológico. Eso se puede ver particularmente con una escena donde los pibes terminan usando juguetes sexuales como meros disfraces, sin saber realmente lo que representan y sus funciones: de repente, lo lúdico se combina con lo sexual, retroalimentándose y sin que cada parte pierda su carga específica.

La construcción narrativa que va delineando Chicos buenos no deja de ser paradójica: hay una repetición de la sexualidad adolescente, del cuento de amistad que roza lo romántico (y hasta lo homoerótico) y de la perspectiva masculina tan explícita que hasta resulta paródica. Pero la utilización de la mirada infantil –a la que se dota de una ingenuidad tan desatada que hasta resulta un tanto irreal- refuerza lo paródico y hasta impone un distanciamiento que no deja de ser productivo. Al fin y al cabo, Rogen, Goldberg y Hill, aunque últimamente se alineen con cierto discurso feminista políticamente correcto, vuelven a dejar en claro que los códigos que conocen se asientan principalmente en la masculinidad o el desciframiento de un machismo exhibiendo sus grietas. Lo que hacen –apoyándose en los aciertos de Stupnitsky y un trío protagónico perfecto- es mostrarnos que esa urgencia sexual políticamente incorrecta estuvo siempre latente, ya aguardando por explotar desde la más “tierna infancia”. Y, después ya saben: “los chicos crecen”.

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