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24 líneas por segundo: conmigo sí, Tarantino

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Hace tres años, con motivo del estreno de Los 8 más odiados, escribí unas líneas (que pueden leer acá) señalando los motivos por los que aquella película me parecía un poco irritante y otro tanto intrascendente, a pesar de su evidente ánimo provocador. Aquella provocación tarantinesca era tan fatua y tan vacía, que sólo podía movilizar -para defenderla- una serie de sobrelecturas entre antojadizas y caprichosas, más defensoras de la pose que de lo concreto que había en la película (algo parecido ocurrió el año pasado con Zama; bueno, así es el fanatismo y contradecirlo puede significar, a esta altura de la humanidad, ingresar en territorios complicados). Por suerte, con todo lo que le podemos cuestionar, Quentin Tarantino es un gran director de cine y tiene en la mano las herramientas para auto-corregirse de una película a la otra. Porque Había una vez en… Hollywood no es sólo una de sus mejores películas, sino una que ingresa en el panteón de las obras maestras del cine. Desde Bastardos sin gloria que a Tarantino le empezó a gustar eso de pensar la Historia y, mucho más, corregirla por la vía de la ficción. Y en su mirada sobre aquel Hollywood de fines de los 60’s entra tanto una reflexión sobre la industria del cine y sus trabajadores, como un acercamiento a una tragedia colectiva que, corregida, puede significar un cambio radical. Al igual que en Bastardos sin gloria, Tarantino no profetiza sobre cómo sería ese futuro modificado. No le importa, no es su competencia. A Tarantino lo que le importa es el poder sanador del cine, y usar ese poder para modificar aquello que estuvo mal. Y, más que nunca, pensar la Historia como un cuento de hadas, evidente en el título y explícito en el maravilloso epílogo. Tal vez la corrección que hace aquí Tarantino a Bastardos sin gloria es la de incorporarle la humanidad de los personajes de Jackie Brown. Su nueva película puede ser entendida, tal vez, como un cruce entre sus dos mejores películas: la distancia cínica, tan habitual en su cine, encuentra aquí un límite y mejora todo. Pero lo bueno de Había una vez en… Hollywood, aquello que nos involucra y nos incluye, es que estamos en una película absolutamente tarantinesca sin que eso signifique tener que hacer el esfuerzo intelectual de la sobrelectura y la reinterpretación antojadiza. Había una vez en… Hollywood es una película precisa, hermosa visualmente, imprevisible en sus recovecos, plagada de guiños que no impiden la fluidez narrativa, que sabe decir algo sobre su tiempo sin ser lineal desde lo discursivo y sin preocuparse por la corrección política (esa bonita forma de fascismo), una película tan a contracorriente y sin pose, incluso divertida cuando se vuelve desaforada y salvaje. Esta vez contradigo a Beatriz Sarlo, y digo: conmigo sí, Tarantino.

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