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Conmigo… mimo


Muy buena


SILENCIO… ACCIÓN

Por Virginia Ceratto

(especial para @funcinemamdq)

Nos situamos como espectadores. Como expectantes. Como el que espera… un acontecimiento, que un vuelo salga, por ejemplo, o que un amigo llegue. Nos situamos. Me sitúo.

Aeropuerto de Schiphol, por ejemplo, desde adentro o por fuera. Lo mismo da. Espero. Puerta giratoria al ingresar o salir. No frecuente en todos los aeropuertos, ni en todos los teatros. Digo, escribo: espero un vuelo, para partir o para recibir, y veo, veo entrar y salir personas, personajes para mí. No conozco sus idiomas, ni sus historias, pero las puedo imaginar conforme ingresan (¿hacia la ciudad? ¿Desde la ciudad?) o salen. Y me dan datos: las valijas, la ropa, la forma de andar. Cansados, enérgicos, entusiastas, aburridos. Lo mismo da. Imagino.

Estoy sola, en una platea. Y espero.

Sonido. Algo que puede ser familiar. Y de pronto, un personaje, otro. Entran y salen en tránsito giratorio.

Así, Conmigo… mimo.

No importa el idioma.

Hay una carnadura, un cuerpo. Y me cuenta todo.

Con los pies, con las pisadas, con la curvatura de la espalda, con un dedo, dos, tres. Debe ser envidiable habitar un cuerpo que habla.

De Schipol, o de La Bancaria en Mar del Plata, me voy al mundo. Y al mundo interior. Y me voy al extranjero, y todo espectador es un extranjero que viene de… Extranjia. Quiera ver, captar, conocer, quiere… entrar. Entrar.

Y Brindisi abre la puerta. Abre el mecanismo de esas puertas giratorias que (seguramente sabrán los arquitectos, controlan hasta la temperatura ideal para que quepa el equipaje que, aquí, en la ficción de una sala debe quedar atrás, así como se deber cargar en un aeropuerto) tienen que funcionar.

Estábamos en un aeropuerto. No, en un aeropuerto, Schipol. No, en una sala.

Y los personajes entran y salen constelados por la música que incide y permite, y no molesta y se hace parte del juego.

No hay pared. Acá no existe la cuarta pared, ni una primera, ni segunda, ni tercera. Estamos viéndonos, porque los personajes tienen eso, una fracción nuestra. Y las paredes, están si a Brindisi se le antoja.

¿Un francés? ¿Un mexicano?

En el Hotel Citezen de Schipol hay una tarjeta de bienvenida, en cartón y en la tablet que reza: un viajero debe tener equipaje ligero, corazón grande y un buen par de gafas de sol. Brindisi tiene poco equipaje, gran talento y un par de gafas. Y alcanza. Y sobra.

Mimo, pantomina, clown, todo cabe. La fórmula es, tal vez y seguramente, entrar. En nosotros. Hacernos sentir parte, hacernos ver. Vernos.

En una carta suicida por un amor que tal vez no valga la pena de la vida. Nada vale esa pena. En un seductor machote mexicano. En los accidentes cotidianos. Una puerta que no acertamos a abrir porque el pomo o el picaporte tienen un cerrojo que no advertimos, en una mampara que no cesa.

Y sí. Marcel Marceau. Buster Keaton. Y más. Pero es él.

Brindisi usa su instrumento, y lo usa a la perfección. Su instrumento es el cuerpo. Con toques de palabras. Y se acerca. Y acude a un recurso que no es fácil usar sin sobresaltos: la inclusión del público.

Y ahí también tiene su acierto. Lo logra sin molestar. Y lo sabe, por eso lo “retrata”. Y no diré más de esto. Hay que participar.

Con algo y mucho trayectoria y repertorio, con mucho nuevo. Trayectoria que a los espectadores conocidos o conocedores, y perdón por el término, nos lleva hasta “Silencio” con esa lluvia que nos hizo parte del show, con “Crash”. Con magia. Con esa confluencia con los músicos que permite que estén, sin ser un acople. Están. Forman parte. Un todo.

Un “Conmigo” que alude al que está en la platea. Y un mimo que es Brindisi. Y que deja al espectador ser protagonista.

Con el actor.

Vale la experiencia y la alegría de dejarse llevar.

Imperdible.

¡Yeah!


Idea: Luciano Brindisi Dirección: Luciano Brindisi Intérprete: Luciano Brindisi Iluminación: Luciano Brindisi Música incidental: Alejandro Arelovich -teclados y FX-, Diego Wlasic, bajo-, Nacho del Río, batería Técnica: Marcelo Cañete Sala: La Bancaria y próximamente Teatro Colón .

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