Por Paola Jarast
Podría decirse que el Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (FICIC) no es para nada un mal festival. Hay una idea clara del tipo de cine que quiere mostrar, una excelente selección de cortos y una muy buena selección de largos dentro de su acotada programación. También -podría agregar esta cronista- hubo calidez para los que íbamos a cubrirlo, como lo prueba un almuerzo de bienvenida con empanadas y locro casero.
Antes de la película de apertura incluso, el propio Roger Koza declaró algo que todos sabíamos pero que valía la pena remarcar: que no es nada fácil llevar adelante un evento cultural de estas características en Cosquín en tiempos de crisis económica. Así y todo, el Festival logró dentro de sus posibilidades limitadas entregar una propuesta dignísima. Imagino que teniendo en cuenta esto no parece casual que su película elegida haya sido Breve historia del planeta verde, un largometraje que habla, básicamente, de personas marginales, de pocos recursos, que intentan ingeniárselas para hacer las mejores cosas posibles. La película consiste en que sigamos a estos marginales por un derrotero personal que incluye ni más ni menos que la necesidad de trasladar un extraterrestre de un lado al otro. Hay que decir que como propuesta para un festival de estas características, poner a este film como apertura es ideal: refleja claramente la idea de acercar un cine distinto, al cual el bajo presupuesto no lo condiciona para hacer algo osado y original.
Temo decir, sin embargo, que esto no quita que la película haya resultado bastante fallida para quien escribe. Breve historia del planeta verde puede resultar algo tediosa y sobre todo carente de cualquier tipo de sutileza. Santiago Loza juega con la idea de mostrar una continuidad entre marginados de la sociedad y un extraterrestre que empieza funcionando como un elemento de comedia absurda (sobre todo en una excelente secuencia de fotos en blanco y negro) y termina teniendo, a lo largo del film, un significado alegórico bastante insistente y acompañado de trazo grueso. Esto no quita que Loza pueda tener buenas ideas visuales y mucha osadía como realizador, lo que quizás explique una aceptación por parte muchos críticos nacionales que habían visto esta película en el BAFICI y que opinaron maravillas del film.
No fue la única película argentina que me dejó disconforme en este festival: también pasó con De nuevo otra vez, film dirigido por la actriz y escritora Romina Paula. Su primer largometraje tiene, sobre todo al comienzo, un par de escenas inspiradas, pero en general es una película poco atractiva. Romina Paula establece un relato sobre un personaje que vaga por la vida sin saber bien qué es lo que quiere, estableciendo ese tipo de narraciones propias del cine moderno que ya hemos visto varias veces. No es que uno objete eso, con ese tipo de argumentos (o falta de ellos) se han hecho buenas y malas películas, films mediocres y obras maestras. En todo caso lo que molesta de la película es que está excesivamente centrada en su figura: su relación con su madre, con el idioma alemán, con su hijo pequeño y con sus dudas existenciales. No es que la película sea necesariamente un documental, pero no es difícil advertir la intención autobiográfica. Acá el personaje de Romina Paula se llama Romina, tiene un hijo llamado Ramón (el propio hijo de Romina, quien actúa en el film) y la película transcurre en la casa de la madre de Romina Paula. La autorreferencialidad suele ser un problema grande de mucho cine argentino, y sobre todo cuando pareciera haber por parte del realizador una creencia de que porqué algo que es convocante para él va a serlo necesariamente para el público.
De todos modos, vale aclarar que el festival también tuvo hallazgos, ciertas confirmaciones de talentos y alguna que otra sorpresa.
Por empezar, el FICIC creyó muy acertadamente que Knightriders, de George Romero, podía ser una película ideal para una función trasnoche sorpresiva. Efectivamente, Knightriders tiene todas las condiciones para ser eso. Es un film poco convencional, ideal para ver de noche, cuyo espíritu lúdico digno heredero de la Clase B que Romero admiró y supo reciclar como pocos, se une a un pensamiento trágico de personas que intentan construir su lugar por fuera de la modernidad y al hacerlo fracasan estrepitosamente. Es un film con un Ed Harris jovencísimo y en estado de gracia como protagonista de una suerte de épica de costo modesto y ambiciones mucho más grandes de lo que parece en su superficie. Es también una muestra de que Romero sigue siendo uno de esos cineastas que da la impresión que no se han explorado lo suficiente, y que sigue escondiendo joyas del cine que merecen una mayor popularidad y reconocimiento.
Por otro lado, la selección de cortometrajes del festival fue también particularmente interesante. Hubo películas terribles (la trágica ¡Allá vienen!, un film político sobre el estado de violencia en México), cómicas (la notable El brazo de Whatsapp de Martín Farina), de espionaje (The Cairo affair la última película de Mauro Andrizzi), provocadoras (Yo maté a Antoine Doinel de Nicolás Prividera), y algunas sencillamente hipnóticas (la excelente Hojas berlinesas); y junto con todo esto una rareza extraordinaria llamada Coronados, film de dos estudiantes de cine que contemplan con un ejemplar distanciamiento una competencia entre fisicoculturistas. Todos estos cortometrajes tenían la sabia característica de durar lo justo como para no aburrir y contar todo lo necesario. Y su criterio de selección habló muy bien de la capacidad del festival. Algo similar sucedió con sus películas en retrospectiva.
Además de la mencionada Knightriders, el festival contó con la proyección de algunas películas argentinas de la época clásica (o no tan clásicas) como la extraordinaria El último montonero (una joya oculta del cine nacional dirigida por Catrano Catrani) y las desparejas pero interesantes El cura gaucho de Lucas Demare y Yo maté a Facundo, de ese prócer del cine nacional que pide a gritos ser valorado como corresponde que es Hugo del Carril. Hubo también, un foco dedicado a la cineasta Carmen Guarini.
Si a eso le sumamos una serie de sorpresas notables como el documental In the desert (film político de cuatro horas sobre las vidas de un joven palestino y otro israelí en un mismo territorio donde ambos países están en disputa), la exhibición de películas destacadas (aunque sea por lo extrañas), el resultado es uno de esos eventos cuya modestia presupuestaria no ha impedido ni la programación ni el acercamiento al público de otro tipo de cinematografías y culturas. Al fin y al cabo un festival de cine debe ser sobre todo eso: un espacio para discusión pero también para el acercamiento a otro tipo de estéticas. Desde este punto de vista, el FICIC es más allá de sus evidentes limitaciones, un gran festival.