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Sábanas de raso


Muy buena


EL DELIRIO, O LA CEREMONIA DE LA DEVORACIÓN

Por Virginia Ceratto

(especial para @funcinemamdq)

Foto: Mima Aremar

Un escritor o lector, se subsume en las palabras y crea un mundo. Don Quijote de la Mancha, como antecedente. Donde Aldonza es Dulcinea y el hombre… Quijote.

Primera novela “moderna” que marcó un antes y un después en la historia de la literatura, en dos partes, tal vez coincidencia, que se resuelve, con mayor o menor felicidad, cuando se recupera la cordura, para bien o para desdicha.

Pasan siglos.

Un escritor que ha conocido épocas de gloria dialoga, pelea, embate o se somete a la protagonista femenina de su novela.

Y aquí todos los parámetros se hacen difusos o pegan un puntapié en la quijada del espectador.

¿Es Ella real? ¿Es un recuerdo? ¿Es una fantasía?

¿Quién es ese personaje un tanto anacrónico, que se resiste y rebela a la modernidad de un ordenador y responde a un teléfono de baquelita?

¿Dónde está la frontera entre lo vivido, lo recordado, lo escrito, lo fabulado?

¿Es el amor la otra cara de la pasión? La pasión es real, o es, en clave de locura y misterio, como su etimología lo dice (patior en latín) lo que no se puede evitar. Sea sexual o sea puro dolor, como el de Jesucristo ante la Muerte.

Y acá un juego en donde el placer da lugar al goce, que, sabemos, juega con la Muerte (ver Matador de Almodóvar).

¿Dónde está el límite entre lo que se puede o no razonar?

Y además, ¿cuánto incide en las vidas de las víctimas el abuso parental? ¿Cuánto incide en los seres que con ellos se vinculan? ¿Hasta dónde llega el daño?

Temas que en los últimos años se han visibilizado, para bien de las víctimas, se abordan, en clave absolutamente trágica en este drama.

Impecables actuaciones de Cober y Aragón, en un trabajo difícil, hasta contradictorio, paradojal,  donde se transita entre la inocencia y lo ominoso en frecuencia de segundos.

Aragón compone un personaje que es víctima y victimaria con una elocuencia feroz en cada una de sus fases. Como luna, nocturna, obviamente, y caprichosa. “Ella” es una especie de Luna y de Lilith bíblica. Y no obstante, despierta la indignación y la compasión en el espectador.

Un aparte para Marcelo Cober, que encara y encarna a Gerardo y el escritor… el otro, ¿el mismo en términos borgianos? Sin mudar de lugar. En su escritorio. Manteniendo el enigma hasta el final. Sus pasajes entre el francés y el rioplatense, digámoslo así, para mantener la intriga, son extraordinarios. Se dan en fracción de segundos. Y le alcanza un lugar detrás de un escritorio para llevarnos a ambos… ¿personajes? Es uno, ¿son dos? No le hace falta transitar el escenario… se impone como actor consumado. Detrás de un escritorio, con unos libros, un teléfono negro… Su gestualidad… el tono de su voz…

Impecable escenografía también de Cober, con “tretas”  o “tramoyas” imprescindibles para la acción en una puesta, aparentemente tradicional, sin alardes, en la que se mantiene en vilo al espectador sin recursos estridentes, sin una apariencia de recursos mal llamados “modernos” o “modernosos”.

Y hay algo de Roland Barthés en su magnífico escrito La espera (Fragmentos de un discurso amoroso) que, intuyo, Cober ha usado en estos diálogos. O no, pero ahí está. Esa frase final de Barthés… “Yo soy el enamorado, sí, porque espero”.

Aquí, en la escena, lo obsceno, lo que está fuera de escena, aparece con buen gusto. Todo surge, se desenmascara, y sin embargo, la intriga subyace hasta el final.

No, no es una obra “rebuscada”, es una obra para todos los espectadores que quieren estar en el vilo y mantener esa comunión con la obra hasta el mismísimo final.

En buena hora. Y escribiré algo que no debería… el color de las sábanas de raso…

Súper recomendable.

Vayan.


Dramaturgia: Graciela Tarantino . Dirección: Silvia Mabel Aiace . Intérpretes: Silvia Aragón, Marcelo Cober . Vestuario: Silvia Aiace . Sala: Sala B del Centro Cultural Osvaldo Soriano (Mar del Plata), continúa en marzo .

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