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Fyre: la fiesta más exclusiva que nunca sucedió

Título original: Fyre: The Greatest Party That Never Happened
Origen: EE.UU. 
Dirección: Chris Smith
Testimonios y protagonistas: Billy McFarland, Jason Bell, Gabrielle Bluestone, Ja Rule, Michael Ciccarelli, Shiyuan Deng, Samuel Krost, Andy King, Brett Kincaid
Fotografía: Jake Burghart, Cory Fraiman-Lott, Henry Zaballos
Montaje: Jon Karmen, Daniel Koehler
Duración: 97 minutos
Año: 2018


7 puntos


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Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

Entre abril y mayo del 2017, iba a tener lugar el Festival Fyre, que se anunció como un evento musical a todo lujo, a desarrollarse en una isla de las Bahamas y con el objetivo de promover una aplicación. Fue promocionado por modelos, artistas e influencers, y prometía ser uno de esos acontecimientos que iba a definir una época, y en buena medida lo terminó siendo, aunque por las peores razones posibles: el festival fue un absoluto fiasco, con fallas garrafales de logística y organización, generando repercusiones económicas, financieras, legales y hasta sociales de todo tipo. El documental de Netflix Fyre: la fiesta más exclusiva que nunca sucedió, aborda el antes, durante y después del festival, con una mirada definitivamente irónica pero en la que también intervienen el asombro y hasta cierta desilusión.

Lo llamativo del film de Chris Smith es que no recurre a una puesta en escena novedosa, limitándose a combinar testimonios a cámara con filmaciones reales, pero esta decisión no es fruto de cierta incapacidad o falta de originalidad, sino de la plena consciencia de que la historia que tiene entre manos posee una potencia inusual, puede abarcar diversas tonalidades y, al mismo tiempo, es perfecta para el género documental. Es que claro, estamos ante uno de esos casos donde la realidad supera la ficción: lo que inicialmente parece ser la idea perfecta para promocionar una marca y darle un impulso sideral a una compañía, a partir de rodearse de mega estrellas del mundo del espectáculo, termina siendo una trampa mortal por el poco tiempo de preparación disponible para entregar lo prometido. La particularidad de esa trampa es que se la van montando los propios organizadores, empeñados en lograr una hazaña imposible, que finalmente los conduce a la ignominia absoluta.

Aún en sus pasajes más cómicos –hay, por ejemplo, una anécdota referida a lo que debe hacer uno de los organizadores para hacer pasar un cargamento de botellas de agua por la Aduana de Bahamas que desopilante-, lo que se impone en Fyre: la fiesta más exclusiva que nunca sucedió es una creciente desesperación enlazada con lo trágico. Los testimonios van marcando la pauta de que en el fondo, todos sabían que el evento iba a ser un desastre, pero aun así intentaban convencerse de que se las iban a arreglar para que saliera relativamente bien, o de que aunque saliera todo mal, se podía vender la imagen de un supuesto éxito. Ahí es donde la tragedia se refuerza, casi como si estuviéramos en una obra de Shakespeare: la negación y hasta las acciones en contrario no hacen más que confirmar el destino oscuro.

Si la primera mitad del film está marcada por el caos de los preparativos, la segunda parte no es más que la puesta en imagen de esa tragedia que se venía anunciando, pero fusionándose con los tiempos actuales, dominados por las redes sociales. Allí es donde también queda patente que para un evento catastrófico como ese sucediera, siempre se necesita esa figura protagónica y emblemática, que se obsesiona con una meta y arrastra a todos a su alrededor a la destrucción segura: en este caso, Billy McFarland, el cofundador de la empresa Fyre y creador del festival, pero también un emprendedor que muestra cómo una idea puede ser una estafa, y que esa estafa puede concretarse porque todos quieren creer que una mentira puede ser verdad, lo cual incluye al propio autor de la mentira.

En un punto, Fyre: la fiesta más exclusiva que nunca sucedió funciona de manera parecida a Red social, pero desde la vertiente documental: es un retrato de época, una especie de pintura generacional, que evidencia cómo los tiempos actuales están marcados por la necesidad de mostrar un estatus determinado, por más que la realidad marque que todo es falso. Es cierto que en sus minutos finales el film se pone un tanto sentencioso, queriendo dejar en claro desde la palabra lo que ya transmitían las palabras. Pero eso no llega a enturbiar lo que se narró y mostró previamente: un suceso tragicómico, casi inexplicable, y a la vez perfectamente coherente de acuerdo a la lógica contemporánea.

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