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Recapitulación de True detective: The big never

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

ATENCIÓN: SPOILERS

Como si tomara consciencia de cuáles son sus potenciales fortalezas, este tercer episodio de True detective se apoya más en las incertidumbres que en las certezas, logrando encontrar unos cuantos momentos óptimos. De paso, The big never se permite un par de secuencias donde recurre al sarcasmo y el humor negro, lo cual le sale bastante bien, llevando a que la narración fluya mucho más adecuadamente.

En ese juego temporal constante a tres puntas, surgen pistas que indican que claramente hay un compendio de mentiras o verdades a medias respecto al asesinato de Will Purcell y la desaparición de su hermana Julie. Lo llamativo es que los engaños parten de los niños que conocieron a Will y Julie, que es una vía que pareciera aplicar la serie para salir del lugar común de la inocencia infantil. Dentro de ese entramado, el sedán marrón elegante y una misteriosa supuesta pareja de policías que anduvieron exhibiendo placas e interrogando gente generan una inestabilidad que se encamina a ser norma dominante dentro de la investigación que encaran Hays y West, que ya en el presente se sabrá que tuvo unos cuantos errores.

El guión de Pizzolatto consigue en The big never potenciar la inseguridad respecto a lo que se y percibe desde el drama personal, complementando adecuadamente lo irresoluto del caso con el tratamiento del vínculo entre Hays y Amelia, indagando en el momento en que él da el salto invitándola a cenar pero también en el progresivo deterioro del matrimonio. Ahí lo mejor no está tanto en esa áspera conversación entre ambos a propósito del caso y las andanzas investigativas de Amelia, que enojan a un Hays que no sabe cómo comportarse frente a las nuevas revelaciones; sino en una angustiante secuencia en un supermercado, donde él pierde de vista a su hija y entra en un grado máximo de desesperación, reflejando hacia afuera su crisis interna.

Sin embargo, lo más interesante y productivo de The big never no estuvo tanto en la ahora más potente crisis existencial de Hays –caracterizada indudablemente por la culpa, que es explicitada por el fantasma de Amelia, que lo acosa siendo ya viejo- sino por lo aportado por West. Lo vemos en la línea temporal de 1980 pero también en la de 1990, habiendo ascendido a Teniente, prestando testimonio respecto a las nuevas pistas del caso y contactándose nuevamente con Tom Purcell, manifestando un tipo de nobleza que parece ponerlo en sentido contrario a la solemnidad que domina el relato. En eso también es clave la actuación de Stephen Dorff, sumamente relajada y equilibrada, sin preocuparse por remarcar ningún gesto y construyendo un personaje que al menos de momento funciona como descanso seguro dentro de la serie.

Y es precisamente West el que domina la escena final de The big never, a pesar de que la mayor cantidad de diálogo la tiene Hays en ese reencuentro en un bar, donde el primero le propone al segundo incorporarse a una unidad encargada de seguir las nuevas pistas del caso Purcell. Hays se hace el duro, lo chicanea con la cuestión racial, pero West se muestra seguro de sí mismo y a la vez lo suficientemente honesto para desarmar cualquier queja. Hays acepta finalmente la propuesta y True detective parece cerrar una primera etapa dentro de esta entrega, aunque los enigmas sigan pesando más que las resoluciones.

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