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Cuando Harry conoció a Sally (1989)



EL RESTO DE NUESTRAS VIDAS

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Lo siento mucho, pero se vienen spoilers: es que buena parte de la discusión central de muchos espectadores alrededor de Cuando Harry conoció a Sally pasa por el interrogante acerca de si es posible o no la amistad entre el hombre y la mujer, cuando en verdad a la película de Rob Reiner lo que le interesa abordar es otra cosa, con la amistad como un puente fundamental, pero puente al fin y al cabo. El núcleo temático pero también narrativo del film puede resumirse ahí nomás del final, en el monólogo de Harry cuando le declara su amor a Sally, cuando le dice todo lo que ama de ella, para finalizar, de manera memorable, afirmando “y no es porque me sienta solo o porque estemos en vísperas de Año Nuevo. Es porque cuando te das cuenta que querés pasar el resto de tu vida con alguien, querés que el resto de tu vida empiece lo antes posible”.

Porque de eso se trata, en esencia, Cuando Harry conoció a Sally: de lo que puede implicar darse cuenta, de manera cabal, sintiéndolo en el cuerpo, la mente, el alma y el corazón, que amas a otra persona, con la cual querés compartir toda tu existencia, y viceversa, a pesar de no saber con certeza cuánto puede durar el amor. Lo que nos lleva a la materialidad fundamental a la que se aferra el film –escrito por una Nora Ephron en estado de gracia-, que es la del tiempo: estamos ante una película que se hace cargo como pocas de cómo los vaivenes temporales afectan nuestras percepciones, de cómo el amor puede no ser algo instantáneo y lineal, sino que requiere de toda una serie de factores, algunos a nuestro alcance y otros no. Harry y Sally son dos personas que van desarrollando un vínculo marcado en primera instancia por encuentros casuales, en los que inicialmente se rechazan, para luego ir encontrando puntos de coincidencia: que el rechazo se dé cuando están en pareja y la apertura hacia el otro cuando están en etapas de soltería no es una simple casualidad, sino una forma de retratar a los protagonistas, de exhibir sus temores, deseos e imaginarios que los componen.

Es que, al fin y al cabo, estamos ante un film que no solo funciona como enciclopedia de las convenciones románticas –con los que crea un nuevo paradigma-, sino también como un compendio de las neurosis que atraviesan a hombres y mujeres de las grandes ciudades, con Nueva York y sus habitantes como emblemas ineludibles. Eso es algo que ya venía trabajando desde hace rato el cine de Woody Allen –ahí tenemos a Annie Hall como caso testigo- pero Cuando Harry conoció a Sally se muestra menos intelectual mientras potencia lo temporal y la incidencia de los personajes de reparto. De hecho, todavía hoy se sigue subestimando la importancia de la pareja interpretada por Carrie Fisher y Bruno Kirby, que con su amor y felicidad casi instantáneos son como un espejo en el cual contrastan las dificultades de Harry y Sally para reconocer sus propios sentimientos.

Del reconocimiento, de hacerse cargo de lo que se siente, de superar el miedo a la incertidumbre, de eso se trata Cuando Harry conoció a Sally. Reiner, de la mano de Ephron, pero también de Billy Crystal y Meg Ryan (ambos en las mejores actuaciones de sus carreras, lo cual es mucho decir), monta una multitud de secuencias notables e inoxidables, plagadas de diálogos perfectos, pero no se priva de decir mucho desde los silencios y miradas de los protagonistas, o desde sus momentos de soledad, plagados de interrogantes. Más que respuestas sobre la amistad o las mentalidades masculina y femenina, Cuando Harry conoció a Sally abre preguntas sobre el amor, que solo en contadas ocasiones tienen respuestas, que no son tajantes sino finitas: de ahí que Harry esté caminando por la calle, solo, hasta que arriba a una certeza, y por eso empieza a correr, lo más rápido que puede, antes que lo abrume la duda, para decirle a Sally que la ama y que el resto de su vida empiece lo antes posible.

Y esto no lo digo porque estemos a horas del Año Nuevo o porque me sienta solo en mi típico departamento de soltero. Lo digo porque los deseos, certezas, dudas e inseguridades de Harry y Sally son universales: todos queremos conocer a esa persona que nos sacude la estantería, que nos hace sentir cosas que nunca sentimos y que nos lleve a tirarnos a la pileta, sin saber si hay agua, pero teniendo aunque sea la convicción de que de nuestro lado la pileta está llena de amor, y rebalsando. Solos, apenas tendremos una parte de las respuestas sobre el amor. Las respuestas completas las encontraremos con las personas con las cuales queremos pasar el resto de nuestras vidas.

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