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Beetlejuice (1988)



FEROZ Y MELANCÓLICO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Con motivo de su 30° aniversario, volvió a las salas Beetlejuice. Y más allá del carácter nostálgico de ver una película vieja en el cine, el regreso del súper-fantasma creado por Tim Burton sirve para apreciar las bondades del cine fantástico de los 80’s y resaltar los miedos con los que la corrección política más pava limita el cine de género del presente. La historia de los Maitland, de los muertos que buscan ahuyentar a los nuevos propietarios de su hogar, es una comedia desenfrenada, incluso grosera, a partir de la presencia del personaje del título, pero también del nivel de locura de muchos de sus personajes y de la forma con que el director asimila la muerte como un estadio burocrático que mira con horror el mundo de los vivos. Beetlejuice se anima a abrazar lo grotesco, lo contracultural, pero de una manera más naif y amable -y hasta familiar- de lo que lo podía hacer por entonces un director como John Waters. Algo que el cine del presente se permite en cuentagotas o decididamente en sus márgenes.

El cine fantástico estaba en el centro de la escena por entonces, pero Beetlejuice representó un quiebre: la mayoría de los directores que abordaban el género (Spielberg, Dante, Landis, Zemeckis) habían nacido en los 40’s o en los primeros 50’s, mientras que Burton era alguien de fines de los 50’s, y cuya infancia estuvo ineludiblemente atravesada por el pop de los 60’s y una libertad mayor en las formas (cinematográficas, sociales, sexuales). Si películas como Indiana Jones y el templo de la perdición, Volver al futuro o Al filo de la realidad remitían al cine del pasado, lo hacían siempre bajo el ala de la nostalgia, de un mundo inocente que perdía ese carácter ante un presente ruin y materialista. Burton también miraba el pasado, también homenajeaba a viejos artesanos como Ray Harryhausen (en el uso del stop-motion) o al cine de terror de los 50’s (en su deliberado registro de cine Clase B), pero en su voluntad no estaba tanto la nostalgia como sí un espíritu chapucero que viniera al presente para incomodar, como lo hace el propio Beetlejuice cuando finalmente es invocado. El fantasma protagonizado en sexta velocidad por Michael Keaton era un personaje tan molesto, que ni siquiera lo querían en el mundo de los muertos.

No es tan impensado ver en el personaje Beetlejuice, ese fantasma subversivo y burlón, a una suerte de autorrefencia del propio director dentro de Hollywood: conocida es la anécdota que lo terminó alejando como ilustrador de Disney; incluso no le resultó demasiado sencillo reclutar el elenco para esta película, dado el nivel de extravagancia que suponía el proyecto para varios de sus intérpretes. Entonces, la arrogancia del personaje, incluso su sexualidad grosera y directa, era una suerte de ruido en el contexto de aventuras cinematográficas que aceptaban lo molesto empaquetado con buenos envoltorios, como podía ser el cuento navideño de Gremlins (que era más sencilla de acotar genéricamente). Con Beetlejuice, Burton se haría visible en el panorama del cine adolescente y masivo (la película fue un éxito de taquilla y un fenómeno de culto instantáneo que pegó impensadamente en el multitarget), y podía pensarse más cercano al mainstream: su próximo proyecto sería la germinal Batman. Lo bueno en Burton fue que a simple vista había en sus películas muchos más rasgos autorales que en otros directores de la época: era el outsider que venía a convencer al sistema que otras cosas eran posibles.

En Beetlejuice aparecen las bases de lo que sería el estilo Burton por más de una década (al menos mientras su cine mantuvo la potencia, hasta La leyenda del jinete sin cabeza digamos…): encontrar en lo real un lazo con lo fantástico, un aspecto gráfico con reminiscencias del gótico, personajes rotos y melancólicos, y una sensible aceptación del diferente, de lo extraño, sin caer en un positivismo bobo. Y no olvidar su mirada burlona hacia sectores de la sociedad atravesados por su esnobismo (la Delia Deetz de Catherine O’Hara es una suerte de previa del pueblo de El joven manos de tijeras). En la mayoría de sus películas, el choque entre mundos fantásticos y reales no termina en una comunión deliberada, sino que presenta sus fricciones. Por eso que en Beetlejuice el personaje fundamental es la melancólica Lydia de Winona Ryder, la chica que logra ver a los muertos y que termina siendo el verdadero puente entre éstos y los vivos. Es donde Burton pone el peso simbólico de su cine, en esas criaturas misteriosas que revelan lo hermoso en el horror y viceversa. Pero Beetlejuice y su humor revulsivo eran algo todavía más novedoso y alejado de esa estética estereotipada con la que muchos copiaron la superficie del cine del director. Un cine vital, enérgico y plagado de ideas.

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