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Cobra Kai: la mejor de las secuelas

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Karate Kid es un pequeño clásico -repleto de defectos, hay que decirlo-, cuyo discurso entre deportivo y didáctico puede parecer algo anticuado en la actualidad, pero que aún así posee elementos decisivos a la hora de permanecer en la memoria del espectador: un tono progresivamente épico, personajes atractivos en sus dilemas y un puñado de secuencias e imágenes icónicas, prácticamente inolvidables, que ayudaron a definir una época y un subgénero como el deportivo, donde siempre la figura del maestro (o técnico, o entrenador) es decisiva. Buena parte del mérito quizás se deba a la labor del director John G. Avildsen, realizador también de Rocky y que, a pesar de poseer una carrera cuando menos despareja, supo colaborar en la construcción de un lenguaje donde el deporte, la docencia y lo cinematográfico confluían. Sin embargo, a pesar del éxito que tuvo la remake estrenada en el 2010, la saga parecía haber encontrado un límite en su propósito que fuera más allá de la nostalgia y cierta actualización vacua. Entonces, ¿para qué Cobra Kai?

La respuesta es en principio simple, pero sumamente productiva: para continuar la historia que arrancó en los ochenta, retomando a los personajes originales, ya crecidos y adultos, con unas cuantas décadas encima, logros y frustraciones acumulados, y repensando sus vínculos con el mundo. Pero a eso la serie -que se puede ver por el servicio de streaming YouTube Red- le agrega una vuelta de tuerca más, sumamente inteligente: establecer el foco principal en Johnny Lawrence (William Zabka), uno de los “malos” del film de 1984, quien ahora, por una serie de circunstancias, ve la chance de reabrir el recinto de Cobra Kai y retomar las antiguas enseñanzas de su Sensei Kreese (“¡Golpea primero! ¡Golpea duro! ¡Sin piedad!”), lo que inevitablemente conduce a que se reinicie su vieja rivalidad con Daniel LaRusso (Ralph Macchio). Es como si la serie tuviera plenamente en cuenta lo que decía el personaje de Barney Stinson en la sitcom How I met your mother: que el verdadero villano de Karate Kid era LaRusso y no Lawrence, y que todo el mundo había malentendido el film.

Por eso Cobra Kai, desde el primer capítulo –Ace degenerate, que es una inspirada y amarga presentación-, muestra los roles intercambiados o como mínimo puestos en crisis. Allí tenemos a Johnny convertido en un perdedor total, alternando entre trabajos mediocres, solitario y con un hijo con el que no tiene ningún vínculo; pero también a Daniel, que ha triunfado en el negocio de las concesionarias de autos y parece tener la familia perfecta, aunque la imagen prístina que transmite pronto revela zonas de inconformismo. Para ambos, la vuelta del karate a sus vidas será una oportunidad de retornar a sus años de juventud, de recuperar algo de ese pasado lejano, pero también de reacomodar sus existencias.

No obstante, uno de los principales aciertos de Cobra Kai es no limitarse al cruce/duelo/encuentro entre Johnny y Daniel, sino incorporar toda una galería de nuevos personajes que heredan y enriquecen el universo de Karate Kid: Miguel Diaz, un típico oprimido de las escuelas secundarias, como cabeza de un grupo de losers notablemente delineado, que encuentra en el recinto de Johnny las herramientas para enfrentarse a los que los atormentan y quebrar las normas imperantes; Samantha, la hija de Daniel, que sigue siendo en parte la niña de papá (y su alumna preferida), pero también busca su propio camino; y Robby, el hijo de Johnny, que en su proceso de rebelión contra su padre termina convirtiéndose, casi de casualidad, en el nuevo alumno de Daniel y casi en un hijo adoptivo. Todos ellos desafían y/o reivindican los métodos de enseñanza en pugna (la confrontativa e impiadosa de Cobra Kai versus la pacifista del Miyagi-Do), exponiendo tanto sus potencialidades como sus limitaciones.

Pero no están solo ellos, los personajes en pantalla. Episodio tras episodio, Cobra Kai va revelándose como una historia de fantasmas que van apareciendo desde la nostalgia, los recuerdos, los legados y hasta el rencor. Las memorias de ese primer amor que fue Ali (Elizabeth Shue); la madre de Johnny, que ya no está; los padres ausentes; y claro, esos dos maestros en los cuales referenciarse que son el feroz Kreese y el querido Miyagi. Todos ellos, desde citas, flashbacks o simples imágenes, tienen una influencia decisiva en los acontecimientos.

En el medio, Cobra Kai se va constituyendo en un drama familiar, paterno-filial, deportivo y didáctico con dosis enormes de comedia, con diálogos veloces, plagados de potente ironía, referencias culturales constructivas y una cuidada puesta en escena en función del humor, en la que no es casualidad que intervengan desde el guión y la dirección tipos como Steve Pink y Josh Heald, que estuvieron detrás de esa gran comedia llamada Un loco viaje al pasado. Allí, en esa mixtura de tonos, el que la rompe es Zabka (quizás el verdadero protagonista de la serie), quien tiene momentos de impactante humanidad y otros donde despliega un sarcasmo tan brutal como hilarante.

Quizás el cierre de temporada de Cobra Kai sea polémico, porque pareciera contradecir algunos de sus principios previamente enunciados y deja abiertos una multiplicidad de conflictos en pos de darle impulso a una segunda temporada ya confirmada. Sin embargo, cuando se analiza el final, no deja de haber una cierta coherencia: lo que termina diciendo la serie es que ganar no se trata solo de conseguir un resultado, que hay distintas maneras de obtenerlo y que en ocasiones una victoria puede ser tremendamente amarga. A la par, la reaparición de un personaje clave en la última secuencia refuerza uno de los trasfondos principales de la serie: el de los personajes destinados o condenados a repetir decisiones e historias, una y otra vez, para bien y para mal. Cobra Kai es una serie de padres e hijos, de maestros y alumnos, forjando o reconfigurando identidades, buscando el equilibrio o la autoestima a las patadas, uniendo pasado y presente con intensa vitalidad. A veces las secuelas pueden agigantar sagas, y acá tenemos al espíritu de Karate Kid reviviendo y actualizándose en gran forma, evidenciando un nuevo mundo de posibilidades.

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