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El rey de la polca

Título original: The Polka King
Origen: EE.UU.
Dirección: Maya Forbes, Wallace Wolodarsky
Guión: Maya Forbes, Wallace Wolodarsky
Intérpretes: Jack Black, Jenny Slate, Jason Schwartzman, Jacki Weaver, J.B. Smoove, Robert Capron, Willie Garson, Vanessa Bayer, Robert Macaux, Mary Klug, Wallace Wolodarsky, Lew Schneider, Phyllis Kay
Fotografía: Andrei Bowden Schwartz
Montaje: Catherine Haight
Música: Theodore Shapiro
Duración: 95 minutos
Año: 2017


7 puntos


CREER EN AMÉRICA

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Lo primero que se escuchaba en El padrino, cuando todavía la pantalla estaba en negro, era la frase “yo creo en América”. Sobre la deconstrucción de ese enunciado -que es también el cimiento de un imaginario- se iba a terminar sosteniendo buena parte de la tesis de la trilogía dirigida por Francis Ford Coppola. El rey de la polca -film original de Netflix- retoma esta construcción discursiva, pero desde la comedia y la sátira.

La película de Maya Forbes y Wallace Wolodarsky se basa en la historia real -a pesar de tener ribetes increíbles- de Jan Lewan, inmigrante polaco que durante los ochenta y noventa alcanzó cierta fama y reconocimiento (especialmente en Pensilvania, donde residía) como líder de una orquesta de polca -incluso llegó a ser nominado a un Premio Grammy- pero que trascendió especialmente como criminal convicto. Es que este particular personaje (al que sólo podía interpretar alguien como Jack Black), para sostener su carrera musical y los múltiples emprendimientos que armó alrededor (como una tienda de regalos y hasta tours por Europa que incluían audiencia con el Papa Juan Pablo II), fue consiguiendo una enorme cantidad de inversores (muchos de ellos vecinos) a los que les prometía retornos del 12% ó 20%. Al final, todo resultó una gran estafa de Lewan, que involucró varios millones de dólares y alcanzó a cientos de personas.

Desde un inicio, El rey de la polca deja en claro su tono paródico y absurdo, pero también querible. Es que Jan, con toda su historia de inmigración, se revela como un verdadero patriota, uno de esos tipos que podrá tener un acento inconfundiblemente extranjero, pero que cree ciegamente en la idea de Estados Unidos como eterna tierra de oportunidades, como ese lugar que alberga a cualquiera sin preguntarle nada, sólo confiando en su laboriosidad y voluntad de progreso. Hombre de familia, devoto para con su esposa e hijo -hasta se banca sin chistar que la suegra le critique todo lo que hace-, Jan termina metido en su esquema de “inversiones” casi de casualidad, como una forma de demostrar (y demostrarse) que en América se puede llegar lejos y cumplir todos los sueños.

Solidario y leal -aunque también mentiroso compulsivo-, Jan quiere cumplir no sólo sus sueños, sino también los de los demás, y desde esa búsqueda de propósitos, El rey de la polca acumula situaciones insólitas -todo lo referido al viaje por Europa es directamente dantesco- y despliega una estética definitivamente grasa, pero nunca pierde el cariño por su protagonista y el mundo que se construye a su alrededor. En eso también es clave la presencia de Black, quien siempre está moviéndose y gesticulando (en los números musicales está totalmente desatado), pero desde esa sobreactuación consigue un verosímil y una empatía casi instantáneas.

Divertida y hasta tierna, y con una honestidad hasta algo chocante por cómo muestra una estructura social en la que de tanto creer se cae en la ingenuidad, El rey de la polca es también una historia de redención, como sólo puede brindar el autodenominado “mejor país del mundo”. Encima, la secuencia de títulos, donde se puede ver al verdadero Jan Lewan cantando una canción más patriótica que el himno estadounidense, confirma algo que podía intuirse pero aún así costaba creérselo: la actuación de Black no sólo no es exagerada, sino que es incluso realista.

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