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Caballos salvajes

Título original: Wild Horses
Origen: EE.UU.
Dirección: Robert Duvall
Guión: Robert Duvall, Michael Shell
Intérpretes: Robert Duvall, James Franco, Darien Willardson, Angie Cepeda, Devon Abner, Luciana Pedraza, Hank Whitman, Adriana Barraza, Josh Hartnett, Miller McConaughey, Madison Outhier, Lizzie Keys
Fotografía: Barry Markowitz
Montaje: Cary Gries
Música: Tim Williams
Duración: 100 minutos
Año: 2015


5 puntos


CÓDIGOS DE FAMILIA TEXANA

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Si Robert Duvall había despertado ciertas esperanzas como director con sus primeras películas, Angelo my love (1983) y El apóstol (1997), la fallida Assassination tango (2002) había sepultado buena parte de las expectativas. Su más reciente film, Caballos salvajes -estrenado en el 2015 y que se puede ver en Netflix-, lo termina de colocar en un lugar discreto y hasta un poco irrelevante, a pesar de los nombres que había involucrados en el proyecto.

El relato se centra en un ranchero texano, Scott Briggs (Duvall), uno de esos tipos chapados a la antigua, bastante rígido y definitivamente conservador, pero también atado a ciertos valores que privilegian los afectos familiares, que ha logrado encausar su existencia y la de quienes lo rodean, que ya empieza a preparar la sucesión. Sin embargo, cuando una detective de los Rangers de Texas (Luciana Pedraza, esposa de Duvall) comienza la investigación de la desaparición de un joven hace quince años y empieza a atar cabos, esa estructura relativamente sólida que tiene armada el ranchero amenaza con derrumbarse como un castillo de naipes.

Hay planteada, desde el mismo arranque, una mirada que describe y a la vez problematiza la escala de valores que sostiene buena parte del lenguaje de relaciones en ese terreno de rancheros texanos, donde predomina el machismo y la homofobia, pero también las lealtades de sangre y los oportunos silencios: ahí tenemos el tenso vínculo entre Briggs y su hijo menor (James Franco), que es homosexual; pero también con sus otros dos hijos (Devon Abner y Josh Hartnett), con los que en unas cuantas ocasiones se comporta como un vulgar patrón; y hasta con una trabajadora de su estancia (Angie Cepeda), a la que muchas veces trata como su hija. Hay de hecho secuencias de festividades, reuniones o comidas familiares en las que Duvall pareciera que hubiera tomado unas cuantas lecciones del Francis Ford Coppola que filmó esos emblemáticos arranques celebratorios en las distintas entregas de la trilogía de El Padrino.

Es la parte del drama familiar lo mejor de Caballos salvajes, porque aún con sus vacilaciones, luce más libre y espontánea. Pero también el film pretende ser un policial, y un policial político, que indaga en las diferenciaciones sociales, las asimetrías de clase y los ocultamientos por parte de personas con poder y las instituciones que los amparan. Ahí la película definitivamente falla, porque se le notan demasiado las costuras, los giros antojadizos, la necesidad imperiosa de decir todo a través de discursos altisonantes y hasta las actuaciones a destiempo. Por eso la que sale peor parada es Pedraza, quien no termina de ser creíble como la firme y coherente Ranger, con lo que su personaje queda disuelto frente a la trama familiar.

A Caballos salvajes se le pueden reconocer sus ambiciones y hasta su vocación por describir la mentalidad texana desde adentro y con cierta empatía. Pero abre demasiadas vías narrativas, falla a la hora de encontrar un tono uniforme y termina quedando a mitad de camino en todo lo que se propone.

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